La escasez de recursos económicos no debe ser una
traba para que alguien que realmente quiera estudiar una carrera pueda hacerlo
en nuestro país en pleno siglo XXI.
Sin embargo, no creo que ese sea el problema de
base al que nos enfrentamos, la cuestión es otra, ¿qué se hace con aquellos que
reciben becas, hasta que agotan la posibilidad de recibirlas y después
abandonan los estudios?
Me parece que el que algo quiere, debe luchar por
ello, porque en esta vida no se regala nada. Por tanto estoy de acuerdo que se
concedan becas a todo el mundo, no sólo a los que no tengan recursos (algunos
los tienen y deben soportar tiranías familiares que no soportan los que reciben
ayudas del Estado), pero que no sean a fondo perdido, sino como créditos del Estado
que los estudiantes deberán devolver a lo largo de su vida, tanto si acaban sus
estudios como si no los acaban.
Sería una magnífica forma de evitar el
parasitismo social tan extendido en nuestro país y al mismo tiempo brindar
oportunidades a todos aquellos que las necesiten y las requieran.
Eso iguala las condiciones de partida y de
llegada para los estudiantes de este país, me parece una forma más justa de
redistribución de recursos públicos que la de segregar a los estudiantes por
sus opciones de partida.
En diez años se comenzaría a recobrar lo
invertido por el Estado, y ese fondo serviría para que las siguientes
generaciones pudieran seguir formándose con un sistema que concede a los
estudiantes la decisión y responsabilidad sobre su futuro, abandonando la
dependencia del Estado Providencia.
Sin embargo, este sistema alejaría de las
formaciones políticas las decisiones sobre la educación de las próximas
generaciones y convertiría al Estado simplemente en un intermediario económico,
nos ahorraría dinero público pues en diez años sería un sistema autoregenerador
y suficiente, similar al de las pensiones, pero reduciría el poder de
intervención de los políticos en la educación, algo a lo que formaciones
doctrinarias como las que existen en este país se opondrían con seguridad.
Enrique Suárez