"Desde la aparición del Estado constitucional y más completamente desde
la instauración de la democracia, el demagogo es la figura típica del
líder político en Occidente." Max Weber
Jorge Santayana, ha sido el único catedrático de filosofía en
la Universidad de Harvard nacido en España, vino al mundo en Madrid, educado en
Ávila y en Boston, su nacionalidad fue hispano-norteamericana, su padre era
español y su madre norteamericana. El filósofo discreto, nos mostró con claridad que la democracia no
era lo mismo para los elegidos que para los electores. Para los elegidos, es
una ocasión para legitimar su poder ante el pueblo, para formar un gobierno
democrático, por tanto es un medio; para los electores, sin embargo, es un
proceso que permite elegir a aquellos que van a representarles, sería por tanto
un fin, que tendría por objetivo último representar a la sociedad, aunque en
realidad, esto es una ilusión.
Como podemos comprobar en la democracia española actual, las
elección de representantes políticos, tras el voto emitido en las urnas, ya no tiene deuda con los electores, sino con los
partidos que han impuesto los candidatos y estos candidatos deben pleitesía a
quienes les han elegido, las cúpulas de los partidos políticos en listas
cerradas; por lo tanto no hay elección, sino un proceso de selección realizado
por los partidos políticos y de aceptación por parte de los electores de la
oferta de los partidos políticos.
Mejor se denominaría a nuestro sistema de selección y reclutamiento de
representantes políticos como behetría, una figura jurídica e histórica en la
que los vasallos de algunas comunidades tenían derecho a elegir amo. En España
no hay una auténtica democracia, sino una mezquina behetría, una forma de
vasallaje.
Se conculca de esta
forma, mediante artificio arbitrario, la voluntad del pueblo soberano, gracias
a un principio de autoridad subyacente que limita y enajena la voluntad de los
ciudadanos. El pueblo sólo puede elegir entre aquellas alternativas que les
ofrecen los partidos políticos, por tanto en España vivimos en una auténtica democracia
para los partidos políticos, pero en una behetría para los ciudadanos. En
realidad vivimos en una forma de aristocracia política, puesto que no todos los
ciudadanos pueden ser elegibles, no hay isocracia, sólo pueden serlo aquellos
que deciden los líderes de los partidos políticos. Una vez seleccionados los representantes
políticos, pierden todo vínculo con sus electores y se deben exclusivamente a
los designios de las cúpulas de sus partidos, algo que se puede comprobar
cuando en 35 años de democracia, no han sido más de tres ocasiones en la que
algún diputado o senador se ha atrevido a romper la disciplina que le imponen
en su partido.
El poder sigue siendo un intangible, la democracia una
entelequia. El pueblo no transfiere su autoridad –no tiene autoridad alguna,
nadie se la ha procurado- tan solo su beneplácito o no, a las propuestas que se
hacen desde los partidos políticos. La autoridad ha pasado del monarca soberano
a una entidad anónima, desconocida por los ciudadanos, que seguimos siendo
tratados como súbditos. Vasallaje es la relación actual de los españoles con
los representantes políticos, con los partidos políticos.
Por eso no es extraño que ante los desmanes que se producen
actualmente en la política española haya consentimiento, porque en realidad
vivimos en dos mundos paralelos, uno el del poder en el que se imponen las
pautas democráticas, y otro el de los desposeídos, en el que se imponen las
reglas del vasallaje. La democracia en España es una farsa que a una minoría
aristocrática le permite quedarse con todo el poder, mientras que a una mayoría
democrática es desposeída y dominada. La democracia en España es una estrategia
de dominio, enmascarada de legitimidad, que permite a unos tener poder y a
otros ser desposeídos.
No es extraño por tanto que cuando un representante político
alcance su acta de diputado o senador, considere que ya forma parte del Olimpo
y se crea que la democracia le ha convertido en un nuevo dios, y como tal,
desprecia a todos aquellos pobres humanos que le alzaron al poder. ¿Acaso esto
es una injusticia?, por supuesto, una farsa, demagógica e injusta urdida por
unos depravados que se han apropiado de la democracia, para convertir a sus
electores en vasallos, en nombre de la democracia y a su pesar.
Se equivocan los elegidos para la gloria y el privilegio,
porque en realidad la democracia no puede ser secuestrada por el poder político
como lo está siendo. La democracia es, en realidad, una forma cívica de elegir
a los representantes en los asuntos públicos. No es el dedo del líder que
señala a los candidatos lo más importante, eso es sencillamente una usurpación,
lo que convierte a un candidato en un representante político es la confianza
que depositan en él sus electores.
Aquellos políticos que olvidan que su condición de
representante público se la debe a la confianza que sus electores han
depositado en él, es un profanador de la democracia. Aquellos políticos que
defraudan la confianza de sus electores son, además de unos inmorales, unos
detentadores, que hacen de la usurpación su paradigma de vida. Aquellos
políticos que embaucan a sus electores para acceder al poder para luego
desentenderse de sus circunstancias, son unos bastardos delincuentes.
Los españoles se preguntan por qué tenemos en España una
casta política tan impresentable, como para llevar a pensar al 95 % de los
encuestados por el diario de mayor tirada en este país, que los partidos no
sólo denuncian, sino que tapan y apoyan a aquellos de sus miembros que se han
corrompido, mientras que un 92 % piensa que la justicia española es inútil para
acabar con la corrupción política en España.
La confianza de los españoles en la casta política, que forma
una aristocracia, cada día se está perdiendo a mayor velocidad, llegará el día,
ya próximo, en que haya más españoles que desconfíen de los políticos que
aquellos que confíen en ellos.
Será el momento de crear entonces un partido de la
desconfianza política en España en cuyos estatutos se establezca que los
políticos deben rendir cuentas por mandato imperativo de sus actos, habiendo
firmado su renuncia al cargo previamente a asumirlo, que se dejará ante
notario, con unas cláusulas establecidas de antemano, que de ser incumplidas, se
activará de forma inmediata el proceso de destitución y será apartado del poder. El mayor problema que tienen los políticos en España es perder la confianza de los ciudadanos, nunca volverán a tener la que tuvieron en el pasado y eso es malo para la democracia, pero mucho peor para ellos.
En la Grecia clásica aquellos representantes políticos que
incumplían con el mandato de la asamblea, no sólo eran destituidos de forma
inmediata, sino desposeídos de sus bienes y en la mayoría de los ocasiones
condenados a muerte, a prisión o a ostracismo. Es hora de que recobremos el
auténtico sentido común de la democracia, para ello es imprescindible que en este país exista una justicia independiente del poder político, como establece nuestra Constitución.
Enrique Suárez