"Un intelectual es una persona cuya mente se mira a sí misma"
Albert Camus
Albert Camus
Si bien ayer, criticaba el manifiesto de los intelectuales de El País –patulea de meretrices sectarias-,
con el que tanto disfrutó Rubalcaba; hoy no puedo alegrarme del publicado por los intelectuales de El Mundo; aunque observo que se ciñe mejor al mundo real y
no a una entelequia imaginaria como el anterior, debo reconocer que no me
agrada ese tufo “no nacionalista” que tanto daño le ha hecho a las relaciones
entre Cataluña y el Estado español, a pesar de que entre los firmantes esté mi
admirado Albert Boadella, “traidor nacional de Cataluña”, no puedo aceptar que
todo concluya con un aquí no ha pasado nada y vamos a ser todos buenos y
llevarnos bien. Bien podrían haberle echado un poco de imaginación, al menos, como hicieron los firmantes del manifiesto de mayo de 2012, "Somos Europa", pero no, vamos a repetir el más de lo mismo que es el mejor mecanismo. Por cierto, he visto que Mario Vargas LLosa y alguno más, firman los dos, como si fuera lo mismo una España unitaria que una España federal, en fin, todo esto me parece una tremenda tomadura de pelo a los españoles, encima de la que está cayendo.
Que quieren que les diga, yo echo
de menos un manifiesto español por los cuatro costados, y no por dos o tres,
más acorde con el espíritu natural y original de la Constitución de 1978 y
todas las anteriores, en las que se expone con claridad que el único pueblo
soberano de este país es el pueblo español, como indica acertadamente el
artículo 1.2 de la Constitución Española de 1978. No es tiempo para las
equidistancias morales, sino para el compromiso ético. Este manifiesto que han
hecho los abajo firmantes de El Mundo, me recuerda aquel otro en defensa de la “lengua
común” que patrocinó la UPyD, El Mundo, Libertad Digital, algún otro medio y
los no nacionalistas de toda la vida.
La identidad no se fabrica de la nada
A ver si tengo paciencia para
explicarlo, una vez más. En toda condición de identidad hay dos aspectos concomitantes, desde una perspectiva cultural,
uno el nomotético, que se refiere a lo
común y compartido, y otro el idiográfico, que se refiere a los hechos
diferenciales y las particularidades. Difícilmente se puede sostener en un
contexto racional que un español de Cataluña tiene más hechos diferenciales que
un español de Melilla, de religión musulmana y raza magrebí, o que un canario
de rasgos guanches de Fuerteventura, o que un gallego que no habla español –porque
no lo habló en su vida- de una aldea próxima a Becerreá, quiere esto decir que
lo de los “hechos diferenciales” siempre es algo subjetivo y difícil de
cuantificar, la perspectiva idiográfica no nos revela solución alguna, más que
la de que cada uno pueda sentirse lo que le dé la gana, pero otra cosa es que
pueda serlo objetivamente.
Por eso, establecer las
diferencias entre diversas culturas requiere que veamos también las semejanzas,
quizás a algunos de nuestros lectores les pueda sorprender que según el INE los
primeros treinta apellidos de Barcelona, Lérida, Gerona y Tarragona, así como
los de Áláva, Vizcaya y Guipúzcoa, son tan españoles como los de Huelva, Teruel
o Badajoz, la larga serie de García, Martínez, Álvarez y Pérez es homogénea en
todo el país. Los apellidos que tenemos los españoles no se adquieren en los
supermercados, quiere eso decir que provienen de generaciones anteriores y
evidentemente, no son exactamente oriundos de Cataluña y Euskadi, aunque García
es probable que tenga origen vasco y Pérez sea de origen catalán, pero lo que
está claro es que este argumento es una prueba indiscutible de la imbricación
entre españoles de todos los lugares que se han movido libremente por el
territorio nacional a lo largo de generaciones, y eso es, precisamente algo que
trata de impedirse con experimentos secesionistas.
Si desde una perspectiva
antropológica, resulta imposible discernir si es más catalán un señor que se
apellide García que uno que se apellide Balcells, desde una perspectiva política
asistimos a uno de los mayores esperpentos que se ha producido en la variopinta
y singular Historia de España. En primer lugar, Cataluña nunca ha sido
independiente a lo largo de su historia, en segundo lugar, su inextricable unión
histórica con Reino de Aragón, hace que algunos de sus monarcas estén
enterrados en el monasterio de Poblet, al igual que ocurre con otros provenientes
del Reino de Valencia. La noción de una Cataluña unitaria proviene del siglo
XIX, con los movimientos románticos que impulsaron nacionalismos tardíos, pero
nunca fue una opción mayoritaria ni en Cataluña, ni tampoco lo fue el secesionismo en Euskadi o
Galicia, históricamente. Sin embargo, si ha sido motivo para que determinados grupos políticos
hayan impuesto su perspectiva tras la muerte de Franco, en una democracia en
que la impostura ha sido más costumbre que excepción, gracias a la ineptitud de
los que desde el Gobierno de la Nación permitieron la deriva nacionalista,
incumpliendo la Constitución Española, exclusivamente por intereses partidistas
y acomplejamientos inconfesables.
De políticos ineptos, todo, menos conceptos
Efectivamente, no solo la vesania
de los creadores de nuevas naciones y cuentas corrientes diferenciadas, ha sido el único elemento de digresión, no
menos responsabilidad recae sobre partidos políticos de implantación nacional,
como el PSOE o el PP, que han consentido auténticas barbaridades, con el amparo
del Tribunal Constitucional que ellos mismos impusieron. Si hay que hablar de
traición a la soberanía nacional de los españoles, no nos quedemos
exclusivamente señalando a los nacionalistas, sería injusto, los nacionalistas
no podrían haber estirado tanto de la cuerda, sino fuera con la connivencia del
PSOE y el PP, que ahora tratan de vendernos alternativas plausibles, cuando con
su negligencia e impertinencia han sido los principales agentes que han
logrados llevarnos a la situación de quiebra institucional y legal en la que
nos encontramos.
Si ustedes leen con detenimiento
y sin anteojeras la Constitución Española de 1978, llegarán a la conclusión de
que a pesar del Título VIII que se ocupa de las autonomías y las transferencias
de poder desde el Estado, las cosas están muy claras y palmarias, no como nos
vienen vendiendo desde hace años desde todos los foros del adoctrinamiento en
el pensamiento políticamente correcto. Tan sencillo es comprenderlo todo que
sólo hay que acudir al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
para comprender que el ambiguo término “nacionalidad”, con que algunas
autonomías han hecho valer su condición histórica, como si las demás no la
tuvieran –el Consejo de Asturias y León tuvo más relevancia política que la
Generalitat de Cataluña, por poner un ejemplo, acuñando hasta su propia moneda,
y en la Revolución de Octubre del 34, Asturias se declaró independiente de
España, como también lo hizo en 1808, precisamente para defender la patria del
francés-, pues como decía, el término “nacionalidad”, tiene en español cuatro
acepciones, las dos primeras se refieren a términos generales y las dos
segundas a términos particulares, que en el relativo contextual de España, se
refieren a “entidades autonómicas” (administrativas), nada que ver con asuntos de soberanía, sino
de ciudadanía, es decir del Estado, no de la Nación.
Es importante la distinción entre
Estado (órgano de poder y administración política) y Nación (espacio de
soberanía), que nada tienen que ver, ni han tenido que ver nunca. La nación es previa al Estado, pero no queda subsumida en él, como algunos pretenden. Por
pertenecer al Estado español, los españoles somos ciudadanos españoles, por pertenecer a
la Nación española, los españoles tenemos nacionalidad española. En España, nunca ha existido
desde su fundación como Nación política en 1812, otra soberanía que la nacional,
nunca hemos tenido una soberanía popular o ciudadana como por ejemplo la de los
franceses. El craso error cometido por los políticos de este país se debe
esencialmente a un cruce de posiciones ideológicas, en la que los socialistas
han mantenido una extraordinaria ambigüedad que ha terminado escapándoseles de
las manos, como se está viendo ahora mismo.
La soberanía nacional reside en el pueblo español
Los socialistas son partidarios de la República
y de la soberanía popular, como la que
tienen los franceses, pero al contrario de estos que son extraordinariamente
centralistas, son partidarios de un sistema federal, aunque han sido capaces de
vivir confortablemente en un régimen monárquico durante 35 años; en realidad, al haber
alcanzado el apogeo de su deriva extravagante, ahora son partidarios de un régimen
republicano y federalista, que les permita arreglar sus divagaciones
estridentes, siguiendo su tradicional huída hacia adelante. De esta ambigüedad socialista, se han aprovechado los
nacionalistas, partidarios de una segregación y distanciamiento de la nación
española, y en cuanto a los conservadores del PP, jamás han sabido, ni querido establecer
un lectura legítima y rigurosa de la Constitución Española, por miedo a que les
atribuyeran reminiscencias franquistas. Así que la nación española se ha
quedado huérfana, como los españoles, de una defensa de su soberanía,
exclusivamente por miserables intereses partidarios.
Estas cosas son las que se omiten
a la hora de hacer balance sobre la situación, y el contenido de los manifiestos, porque la hoguera que se ha encendido por la ineptitud de los políticos que han representado a los españoles,
ahora trata de apagarse con manifiestos de otro mundo es posible, cuando como
dice un antiguo proverbio chino: "cuando se va por el camino erróneo, no importa lo que se
lleve recorrido, es necesario retroceder". Si ustedes le permiten a este viejo
liberal admirador de los padres de la nación española, los de 1812, (no los
padrastros de 1978), todos los partidos políticos nos han traicionado a los españoles,
incumpliendo la Constitución Española de 1978, exclusivamente por defender sus intereses
partidarios, por eso me llama poderosamente la atención la eclosión de manifiestos
que nos están brindando los intelectuales de todas las facciones, cuando
todavía no he visto a uno solo que nos pueda decir realmente lo que ha ocurrido
en este país. Me parece que su soberbia les impide asimilar estoicamente su petulancia e
impertinencia.
Hay cuatro intelectuales vivos, al
menos, que si han definido las cosas con claridad, posiblemente haya muchos
más, pero voy a darles los nombres de este cuadro selecto, ante tanta decrepitud moral y estulticia
rimbombante como estamos contemplando: Gustavo Bueno, Arturo Pérez-Reverte, Roberto
Centeno y Antonio García-Trevijano, cualquiera de ellos nos puede decir con
claridad lo que es España, como ayer nos
lo podrían haber dicho Manuel Azaña, Fernando de los Ríos, José Ortega y Gasset o Santiago Ramón y Cajal; a ver si se enteran de una vez, los abajo
firmantes de El País y El Mundo de que coño están hablando, que España no es lo
que tienen en sus cabezas e intereses, sino en la realidad que vivimos todos
los días los españoles: la España que hemos construido los españoles a lo largo de generaciones y que han destruido los políticos
de todos los partidos, con su ineptitud, incompetencia y arrogancia, acompañados del
silencio cómplice de los supuestos intelectuales que permanecieron callados
hasta ahora, que corre peligro su modus vivendi.
Enrique Suárez