Marco Ferreri expresó con amarga sensibilidad su sensación de vómito, en 1973, describiendo en La gran comilona a cuatro personas que se reúnen en una casa para suicidarse en una orgía de comida y sexo. Cuatro amigos unidos por el hedonismo y el tedio más absoluto, comiendo sin tregua. Empiezan a llegar las prostitutas. El sexo obsceno se entremezcla con los cerdos, los quesos, los jamones y el caviar... Mastroianni, Tognazzi, Noiret, Piccoli y la Ferreol supieron expresar con deleznable realismo la lúcida indignación frente al inicio de la autodestrucción postmoderna.
Casi cuarenta años después, la pornografía política y la miseria estética lo invade todo. Ya no hay presidentes ni jefes de estado, sino payasos disfrazados, algunos de ellos graciosillos, otros banalmente grotescos ; sus séquitos los componen mujeres de plástico cuyos traseros enfocan con gula las hienas del periodismo rastrero y simplón.
España tiene a las élites que se merece, personajillos salidos de las pesadillas desdentadas de Goya. Quedan unos pocos profetas en el desierto ; escandalizan a tirios y troyanos porque sienten y dicen la verdad. Son los últimos supervivientes de una edad que no era precisamente dorada, sino sencillamente plural.
Como un homenaje al desencantado Ferreri, sobre el estiércol mediático y político de la Europa de Zapatero, Berlusconi y Sarkozy, algunos seguimos creyendo que la guerra fría no ha terminado. No me refiero a la confrontación entre el sistema liberal, imperfecto y moderado, y el totalitarismo, sistemático y radical. Aludo a la deriva que ha arrastrado al primer mundo de la revolución americana al american dream, de Lincoln a Obama, de las Cortes de Cádiz al último y ridículo Borbón, de Montesquieu a Nicolás y Segolena.
Persiguiendo la satisfacción permanente e insaciable de necesidades privadas, el consumo victorioso mantiene la competición perpetua entre los amores propios, nunca saciados, eternamente inquietos. Lo que nos prometen los mequetrefes que nos gobiernan y los cortesanos que fotografían sus vergüenzas, su verdadero y único programa electoral, es lo que Hannah Arendt describía en la Condición del hombre moderno :
"devorar nuestras casas, nuestros muebles, nuestros coches como si se tratara de virtudes naturales que resultarían desaprovechadas si no se les incluyera en el ciclo incesante del metabolismo humano" , o dicho de otra manera, en el lenguaje de la logse : absorberlo todo, cuanto antes, tragar mierda hasta reventar.
Nos queda una alternativa, no es progresista ni reaccionaria. Es un partido, pequeño y con minúsculas, el de la resistencia a los procesos. No se presenta a las elecciones, lo llevamos en el corazón, fuerte como un toro.
Dante Pombo de Alvear
Nos queda una alternativa, no es progresista ni reaccionaria. Es un partido, pequeño y con minúsculas, el de la resistencia a los procesos. No se presenta a las elecciones, lo llevamos en el corazón, fuerte como un toro.
Dante Pombo de Alvear