La inutilidad del sistema democrático en España es un hecho consuetudinario. A la escandalosa incredulidad de las palabras y discursos de los políticos, degradando e inutilizando el orden constitucional, se añade la creciente visión de la farsa que supone hoy en la nación, la participación electoral ciudadana. El desentendimiento de la ciudadanía por estos procesos “oficiales” de soberanía en la vida pública, no hace sino crecer de forma ostensible. Los referéndums de Cataluña y Andalucía en sendas renovaciones estatutarias, sacan a la luz la realidad de una sociedad que percibe la mentira política y el escaparate electoral a modo de truco con el que las castas de todo lugar quieren presentar ante la opinión pública la “voluntad” de un pueblo “soberano”. Pero el pueblo español rechaza mayoritariamente el contrabando de este curso político, donde se muestra con toda crudeza la intención de presentar como democrático, lo que sólo es perfidia encubridora de intereses contrarios a la nación. ¿De qué sirven los presupuestos nacionales si luego tienen acuerdos bilaterales entre las taifas?
Se profundiza así el deterioro de una democracia que nunca cuajó en nuestro país, se recrea un pasado con nuevos caciques en una estructura heredada, se continúa un juego perverso donde jerifaltes dan a entender que el ciudadano manda, se consuma la inmadurez general para entrar definitivamente en la modernidad y se pretende contradecir la evidencia con una cáscara teatral que tiende a la comedia en su primer acto preludiando conocidas tragedias de nuestro pasado nacional.
La inconsecuencia y la arrogancia con la que los actores políticos tratan tanto la vigente Constitución como a los titulares de la soberanía nacional los ciudadanos, se muestra en el desprecio que hacen de la voluntad popular expresada en las urnas: ni respetan lo votado, ni tienen ningún escrúpulo en introducir políticas que no constaban en sus programas cuando los presentaron al juicio electoral de los ciudadanos. Todo son cambalaches de directores partidarios, completamente al margen y aún en contra de los mandatos sociales.
En esta situación, cifrar esperanzas exclusivamente en elecciones es un mal negocio, porque además de saber de antemano las intenciones de los partidos políticos, sabemos que el deterioro de la democracia es de tal grado que sus propios mecanismos autorreguladores precisan recambios ausentes en el mercado mundial. Napoleón Bonaparte aprendió esa lección que olvidan nuestros políticos, pero que se aplicó a la perfección en nuestro vecino país: una cosa es el Estado y otra la Nación. El emperador creyó que España era Francia y bastaba con secuestrar a Fernando VII para dominar el país.
La podredumbre política española y su imparable cáncer, no hallará en el voto su terapia definitiva porque la metástasis afecta a las urnas. Es necesario un tratamiento global que diseñe de nuevo su arquitectura pública porque la actual no hace sino incrementar el daño.
Ramón Benavides
Se profundiza así el deterioro de una democracia que nunca cuajó en nuestro país, se recrea un pasado con nuevos caciques en una estructura heredada, se continúa un juego perverso donde jerifaltes dan a entender que el ciudadano manda, se consuma la inmadurez general para entrar definitivamente en la modernidad y se pretende contradecir la evidencia con una cáscara teatral que tiende a la comedia en su primer acto preludiando conocidas tragedias de nuestro pasado nacional.
La inconsecuencia y la arrogancia con la que los actores políticos tratan tanto la vigente Constitución como a los titulares de la soberanía nacional los ciudadanos, se muestra en el desprecio que hacen de la voluntad popular expresada en las urnas: ni respetan lo votado, ni tienen ningún escrúpulo en introducir políticas que no constaban en sus programas cuando los presentaron al juicio electoral de los ciudadanos. Todo son cambalaches de directores partidarios, completamente al margen y aún en contra de los mandatos sociales.
En esta situación, cifrar esperanzas exclusivamente en elecciones es un mal negocio, porque además de saber de antemano las intenciones de los partidos políticos, sabemos que el deterioro de la democracia es de tal grado que sus propios mecanismos autorreguladores precisan recambios ausentes en el mercado mundial. Napoleón Bonaparte aprendió esa lección que olvidan nuestros políticos, pero que se aplicó a la perfección en nuestro vecino país: una cosa es el Estado y otra la Nación. El emperador creyó que España era Francia y bastaba con secuestrar a Fernando VII para dominar el país.
La podredumbre política española y su imparable cáncer, no hallará en el voto su terapia definitiva porque la metástasis afecta a las urnas. Es necesario un tratamiento global que diseñe de nuevo su arquitectura pública porque la actual no hace sino incrementar el daño.
Ramón Benavides