En este adanismo que nos invade, que recuerda el velo de olvido de Rawls para establecer la justicia, pero en esta ocasión con la razón (Lasalle, toma nota), estamos asistiendo a un auténtico espectáculo político de vodevil o reality show, protagonizado por los adversarios y rivales (nunca enemigos) de Francisco Álvarez Cascos, mientras “el último mohicano del PP” diserta con parsimonia por los medios de comunicación que le reciben, com si fuera el mismo Winston Churchill de gira, recogiendo laudatios y honores.
Es tan abismal la distancia política que separa los discursos de Isabel Pérez Espinosa, candidata de puchero por Asturias y Javier Fernández, heredero neófito del autodesterrado megaTini Areces, que cualquier comparación resulta insólita. Para comparar dos especímenes deben pertenecer a la misma categoría, cosa que no ocurre. El reto que se avecina en Asturias, cuando Cascos –que se lo seguirá pensando- decida presentarse como candidato, es saber si superará los treinta escaños y cuantas alcaldías asturianas quedarán fuera de su determinación.
Mientras los votantes del PSOE van abandonando la galera que nos ha llevado hasta el limbo a los asturianos, los antiguos votantes del PP se adhieren con entusiasmo al proyecto de Cascos, sea el que sea, muchos, desde allende las montañas, pensarán que los asturianos adolecen de una patología “mesiánica” al adherirse a un proyecto todavía desconocido, pero se equivocarán, porque lo que están haciendo los asturianos es alejarse de lo conocido, de lo que están absolutamente hartos desde hace treinta años. Parece mentira, pero hay jóvenes asturianos que nacieron con el PSOE y llevan una década sin trabajo gracias a este partido y a la connivencia de su oposición, formada por el PP, incapaz de ganar unas elecciones, pero también de hacer algo más que no sea perderlas, siempre con la misma cadencia.
Asturias se ha considerado políticamente desde hace décadas como la Albania española, tan alejada de España, como Albania de Europa. Asturias es el último reducto del social-sindicalismo en España y posiblemente en la Unión Europea, los asturianos somos un vestigio estatalizado, con una demografía que asusta, una estructura social insólita, con 3 pensionistas por cada 2 trabajadores, la economía más paralizada del país y la decadencia más prolongada entre las comunidades españolas. En Asturias lo mejor que pueden hacer los jóvenes es emigrar, porque como tengan que sostener lo que se les viene encima terminarán aplastados, los emigrantes ya lo saben, por eso Asturias es la comunidad que menos inmigración tiene de España.
Pero lo peor de todo es el abatimiento de los asturianos, otrora orgullosos y arrojados, mientras hoy permanecen cautivos en una cárcel mental perfectamente construida por el PSOE en la dependencia del Estado, condenados a ser parásitos obligatorios, salvo que emigren. En Asturias ya no hay iniciativa privada, todo está sometido a la subvención y el patronazgo público, por tanto a la determinación política, fundamentalmente del PSOE, y en la capital del PP, que se reparten armónicamente los privilegios que otorga el dinero público que no es de nadie.
En estas condiciones, Francisco Álvarez Cascos, no tiene alternativa posible, sencillamente arrasará si al final decide presentarse a las elecciones autonómicas y municipales. Sin embargo, él, que maneja los tiempos como un relojero suizo trabaja en varios niveles al mismo tiempo, pero siempre con el horizonte de hacer que Asturias salga del prolongado letargo en el que se encuentra.
El primer nivel es el de su partido, el PP, porque Cascos siempre será del PP, sea militante o no lo sea, pero del PP de toda la vida y no de los experimentos arriolanos que han convertido al partido de la derecha en un PSOE alternativo, simétrico en su deriva al PSOE auténtico, tan desconocido para Alfonso Guerra, como el PP es para Cascos. En este rango Cascos espera una rectificación por parte de la dirección nacional.
El segundo nivel es el de Asturias, Cascos se ha propuesto devolverle a su comunidad de origen el brillo de otras épocas y al mismo tiempo sacarla definitivamente del siglo pasado. No lo tendrá fácil en esta ocasión, no por ganar las elecciones, sino por la escasez de recursos con los que contará, pero donde hay ingenio e inteligencia, todo es posible, así que Asturias está dispuesta a convertirse con Cascos en la pequeña región española que destacó en otras épocas a lo largo de la historia. Los asturianos estamos entregados a esa causa, fundamentalmente alejándonos de lo existente, que nos conduce de nuevo al más de lo mismo.
El tercer nivel es personal, se puede decir que hasta lúdico, Cascos es un hombre de acción y emociones fuertes, apasionado, que apunta maneras heróicas en tiempos cochambrosos, y creo que se ha planteado demostrarse a sí mismo que está en plena forma. Cascos es un idealista pragmático, reflexivo en su pensar, y riguroso en su obrar. Extraordinariamente dinámico, y Asturias ya le debe en estos momentos haber salido en los medios más en una semana que en la última década. Donde va Cascos, como cualquier asturiano, se habla de Asturias.
Parece mentira, pero analizando las informaciones que salen en el google, se habla más de Asturias en las últimas semanas que de Cataluña o Andalucía, con lo que se demuestra que para que algo exista lo primero que se debe hacer es que sea visible, porque lo que no se ve no existe y se olvida, en la era icónica que vivimos. Cascos va a demostrar que hace más el que quiere que el que puede, sencillamente con su ejemplo, tanto es así, que parece que en la política española hoy existe Cascos y todos los demás. Cuanto más tiempo va pasando más va viendo el país el enorme error que cometió Mariano Rajoy al rechazar su candidatura en el PP por Asturias, no lo quería de león y ahora lo tiene de dragón, que puede comer en su mano o dejarlo manco.
En los planes de Rajoy Asturias cuenta poco, porque de no ser así, hubiera permitido que los asturianos del PP hubieran elegido en un Congreso a su candidato, pero el gesto autoritario que ha cometido con Cascos, antiestatutario por cierto, ratifica que el PP ya no es un partido democrático, en el que se admiten los chanchullos y no se respetan las reglas. Mala cosa para sus intereses electorales, quisieron abandonar su modelo tradicional para lograr algunos votos del PSOE y ahora se puede quedar sin muchos votos propios, porque para que acudir a votar si el PP cada día se parece más al PSOE, porque pesan más las siglas que los principios y las personas.
Enrique Suárez
Es tan abismal la distancia política que separa los discursos de Isabel Pérez Espinosa, candidata de puchero por Asturias y Javier Fernández, heredero neófito del autodesterrado megaTini Areces, que cualquier comparación resulta insólita. Para comparar dos especímenes deben pertenecer a la misma categoría, cosa que no ocurre. El reto que se avecina en Asturias, cuando Cascos –que se lo seguirá pensando- decida presentarse como candidato, es saber si superará los treinta escaños y cuantas alcaldías asturianas quedarán fuera de su determinación.
Mientras los votantes del PSOE van abandonando la galera que nos ha llevado hasta el limbo a los asturianos, los antiguos votantes del PP se adhieren con entusiasmo al proyecto de Cascos, sea el que sea, muchos, desde allende las montañas, pensarán que los asturianos adolecen de una patología “mesiánica” al adherirse a un proyecto todavía desconocido, pero se equivocarán, porque lo que están haciendo los asturianos es alejarse de lo conocido, de lo que están absolutamente hartos desde hace treinta años. Parece mentira, pero hay jóvenes asturianos que nacieron con el PSOE y llevan una década sin trabajo gracias a este partido y a la connivencia de su oposición, formada por el PP, incapaz de ganar unas elecciones, pero también de hacer algo más que no sea perderlas, siempre con la misma cadencia.
Asturias se ha considerado políticamente desde hace décadas como la Albania española, tan alejada de España, como Albania de Europa. Asturias es el último reducto del social-sindicalismo en España y posiblemente en la Unión Europea, los asturianos somos un vestigio estatalizado, con una demografía que asusta, una estructura social insólita, con 3 pensionistas por cada 2 trabajadores, la economía más paralizada del país y la decadencia más prolongada entre las comunidades españolas. En Asturias lo mejor que pueden hacer los jóvenes es emigrar, porque como tengan que sostener lo que se les viene encima terminarán aplastados, los emigrantes ya lo saben, por eso Asturias es la comunidad que menos inmigración tiene de España.
Pero lo peor de todo es el abatimiento de los asturianos, otrora orgullosos y arrojados, mientras hoy permanecen cautivos en una cárcel mental perfectamente construida por el PSOE en la dependencia del Estado, condenados a ser parásitos obligatorios, salvo que emigren. En Asturias ya no hay iniciativa privada, todo está sometido a la subvención y el patronazgo público, por tanto a la determinación política, fundamentalmente del PSOE, y en la capital del PP, que se reparten armónicamente los privilegios que otorga el dinero público que no es de nadie.
En estas condiciones, Francisco Álvarez Cascos, no tiene alternativa posible, sencillamente arrasará si al final decide presentarse a las elecciones autonómicas y municipales. Sin embargo, él, que maneja los tiempos como un relojero suizo trabaja en varios niveles al mismo tiempo, pero siempre con el horizonte de hacer que Asturias salga del prolongado letargo en el que se encuentra.
El primer nivel es el de su partido, el PP, porque Cascos siempre será del PP, sea militante o no lo sea, pero del PP de toda la vida y no de los experimentos arriolanos que han convertido al partido de la derecha en un PSOE alternativo, simétrico en su deriva al PSOE auténtico, tan desconocido para Alfonso Guerra, como el PP es para Cascos. En este rango Cascos espera una rectificación por parte de la dirección nacional.
El segundo nivel es el de Asturias, Cascos se ha propuesto devolverle a su comunidad de origen el brillo de otras épocas y al mismo tiempo sacarla definitivamente del siglo pasado. No lo tendrá fácil en esta ocasión, no por ganar las elecciones, sino por la escasez de recursos con los que contará, pero donde hay ingenio e inteligencia, todo es posible, así que Asturias está dispuesta a convertirse con Cascos en la pequeña región española que destacó en otras épocas a lo largo de la historia. Los asturianos estamos entregados a esa causa, fundamentalmente alejándonos de lo existente, que nos conduce de nuevo al más de lo mismo.
El tercer nivel es personal, se puede decir que hasta lúdico, Cascos es un hombre de acción y emociones fuertes, apasionado, que apunta maneras heróicas en tiempos cochambrosos, y creo que se ha planteado demostrarse a sí mismo que está en plena forma. Cascos es un idealista pragmático, reflexivo en su pensar, y riguroso en su obrar. Extraordinariamente dinámico, y Asturias ya le debe en estos momentos haber salido en los medios más en una semana que en la última década. Donde va Cascos, como cualquier asturiano, se habla de Asturias.
Parece mentira, pero analizando las informaciones que salen en el google, se habla más de Asturias en las últimas semanas que de Cataluña o Andalucía, con lo que se demuestra que para que algo exista lo primero que se debe hacer es que sea visible, porque lo que no se ve no existe y se olvida, en la era icónica que vivimos. Cascos va a demostrar que hace más el que quiere que el que puede, sencillamente con su ejemplo, tanto es así, que parece que en la política española hoy existe Cascos y todos los demás. Cuanto más tiempo va pasando más va viendo el país el enorme error que cometió Mariano Rajoy al rechazar su candidatura en el PP por Asturias, no lo quería de león y ahora lo tiene de dragón, que puede comer en su mano o dejarlo manco.
En los planes de Rajoy Asturias cuenta poco, porque de no ser así, hubiera permitido que los asturianos del PP hubieran elegido en un Congreso a su candidato, pero el gesto autoritario que ha cometido con Cascos, antiestatutario por cierto, ratifica que el PP ya no es un partido democrático, en el que se admiten los chanchullos y no se respetan las reglas. Mala cosa para sus intereses electorales, quisieron abandonar su modelo tradicional para lograr algunos votos del PSOE y ahora se puede quedar sin muchos votos propios, porque para que acudir a votar si el PP cada día se parece más al PSOE, porque pesan más las siglas que los principios y las personas.
Enrique Suárez