La moral fue siempre una cuestión importante en los siglos pasados, por tanto, es lógico que en nuestro tiempo de “presentismos” y “adanismos” no lo sea. El moralismo, dice el diccionario de la RAE, que es la exaltación y defensa de los valores morales, no dice nada del Des-moralismo, aunque si existe el término desmoralizar, que significa corromper las costumbres con malos ejemplos o doctrinas perniciosas y también es sinónimo de desalentar.
Por mucho que les rechine a los adoctrinadores, a lo largo de la historia humana siempre ha habido una moral, unos valores determinados que se ensalzaban, unas tradiciones que se respetaban, unas costumbres que se aplaudían. Al contrario de lo que piensan los innovadores, esa actitud provenía de un intercambio entre el poder y el pueblo, porque el poder siempre ha tratado de imponer su moral, pero el pueblo siempre ha tenido la suya, compartida y asumida por la inmensa mayoría.
La moral del poder es el pensamiento políticamente correcto de los tiempos, que se establece desde las instituciones y los medios para adoctrinar a las masas a conveniencia de los detentadores, sin embargo, la moral del pueblo es la que guía la conducta de la inmensa mayoría de la gente. Habitualmente no suele coincidir con la que se trata de establecer desde el poder exactamente, salvo en los regímenes totalitarios. La moral del poder se representa en la iconografía de los que deciden el curso de la vida de los demás, pero la moral del pueblo, más bien se define, en su resistencia a esa imposición. Aconteciendo un efecto paradójico al promovido por los adoctrinadores, que precisamente se traduce en un rechazo del adoctrinamiento.
Actualmente estamos viviendo en una época de “desmoralismo” y desmoralización, que no es la primera de la historia de España, sino la enésima y por eso, tal vez, la más acabada y definida. La fe más reiterada es la de que lo que ocurre no tiene solución, y la creencia en que toda alternativa para resolver lo que pasa nos traerá sangre, sudor y lágrimas, las palabras que están en la calle son: lo peor está por venir.
Ningún gobierno desde el franquismo se había atrevido a tanto como las huestes de Zapatero en la instrucción de las masas a su doctrina. En este país hubo algún momento en las pasadas legislaturas en el que no ser socialista era considerado por los oclócratas como enemistad con la democracia, cuando en realidad el rechazo de la impostura era una exaltación de la libertad ante el ultraje continuado a la moral del pueblo por la moral del poder. Si al menos durante este tiempo hubiera habido una resistencia intelectual, política, social o cultural por parte de quienes se oponían a semejante barbaridad, no estaríamos como estamos, pero como el tancredismo de perfil de Mariano Rajoy causó furor, con tal de que la secta socialista no colocara la etiqueta de fachas a todos los que se le oponían, nos quedamos entre la opresión socialista y el vacío moral más existencialista.
Ahora que el invento del PSOE, para alimentar a sus huestes de descamisados con rolex se ha desmoronado y que el PP se ha hecho una radiografía de la neurona liberal que le queda, nos encontramos ante una situación peligrosa, porque la moral es necesaria para que una sociedad salga adelante, la de los socialistas se ha mostrado como el engaño que era, pero la de los conservadores ni está ni se la espera, no vaya a ser que vayan a decir algo de su talante. Hasta los nacionalistas, moralistas donde los haya, se han callado, esperando a ver quien defiende España para ir contra ellos, porque no se puede luchar contra molinos que son gigantes.
Mientras tanto los españoles disfrutando del espectáculo que nos brindan nuestros representantes políticos, pagando a precio de oro la chapuza a que nos someten y pensando que la cosa ya no lleva remedio. El “desmoralismo” está viviendo sus tiempos dorados y los “desmoralistas profesionales” hacen su agosto, contándonos que no hay solución posible a ninguno de nuestros problemas públicos, hemos pasado del pensamiento viruta de algún hijo de su madre, al pensamiento anémona, existir como se pueda hasta que no se pueda existir más y mientras tanto no hacer nada más que alimentarse, no moverse y esperar tiempos mejores. ¡Vaya panorama!
Pero no se confíen ustedes, los que detentan el poder saben que la desmoralización vuelve más dócil y obediente al pueblo que tratan de dominar, un poco más de lo que lo estuvieron con los anteriores...; a ver si va a ser una estrategia lo de meternos miedo con el futuro para seguir haciendo lo que les dé la gana con el presente sin rendir cuentas ni a dios, ni al diablo, ni al pueblo que les votó en las elecciones.
Ustedes no se resignen, por si acaso...que igual es una estrategia del poder para que nos olvidemos de que de todo lo acontecido hay responsables, unos por armar la marimorena con sus ocurrencias y otros por no exigirles responsabilidades por haberla armado.
Enrique Suárez