Vivimos en estado de crispación permanente, en plena excepcionalidad, que es como un estado de sitio de la cordura. La estructura política de este país está agotada, no funciona, y necesita un cambio radical de planteamientos.
Nuestra sociedad está perdiendo ingente cantidad de energía, porque la maquinaria política que dinamiza la vida pública y privada está averiada, o loca, y la sospecha de la distorsión recae exclusivamente sobre los partidos políticos convencionales.
Nuestra sociedad está perdiendo ingente cantidad de energía, porque la maquinaria política que dinamiza la vida pública y privada está averiada, o loca, y la sospecha de la distorsión recae exclusivamente sobre los partidos políticos convencionales.
Tras la muerte de las ideologías que declaro Francis Fukuyama en su libro “El fin de la historia y el último hombre”, estamos asistiendo a un fenómeno de homogeneidad cultural y política, que en su faceta económica ha recibido el nombre de globalización. Las nuevas tecnologías de la comunicación, se soportan sobre nuevas percepciones y criterios. Es necesario que “nos cambiemos a nosotros mismos”, no que nos cambien, para poder cambiar las cosas.
La evolución dinámica hacia la estandarización cultural, nunca se había desarrollado de una forma tan acelerada en toda la historia humana. Todos estos acontecimientos, traen como consecuencia numerosos nuevos problemas, que requieren numerosas nuevas soluciones. En esta ocasión, nos dedicaremos exclusivamente a un área determinada de conflicto permanente: la política española actual.
El sistema político español tradicional está emitiendo sus últimas bocanadas en el océano del presente. El maniqueísmo habitual entre la defensa de valores desde las ideologías confrontadas está próximo al abismo de la historia. La razón fundamental del declive, se demuestra un insoportable derroche de energía en los debates más espurios y patéticos.
Los partidos políticos del arco parlamentario español, son incapaces de ofrecer nuevas alternativas, para los problemas cotidianos que les ocurren a los ciudadanos de este país. Y sin embargo, se dedican a invadir el ambiente de nuestra vida privada, con una impresionante falta de respeto, inundándonos con sus acuerdos y desacuerdos; es decir, se ocupan de manifestarnos en toda su plenitud que son nuestros salvadores y que si no fuera por la ardiente lucha que realizan “en nuestra defensa” contra el adversario, que iba a ser de nosotros.
Pues posiblemente que viviríamos mucho más tranquilos sin tanta cruzada y rasgadura de vestiduras, sin tanta defensa a ultranza de los valores que dicen defender y que luego no defienden, porque el único propósito de toda esta parafernalia es exclusivamente su propia supervivencia a costa de todos nosotros y además, fastidiándonos la vida.
Que necesario va siendo que cambien las cosas, y que los ciudadanos determinen de una vez por todas cual es el escenario que necesitan para sus vidas. Necesitamos menos intérpretes interesados, y más ciudadanos comprometidos, que se ocupen de la cosa pública.
Los políticos convencionales han entrado en peligro de extinción, y lo saben, por eso dan tanto la lata. Se han dado cuenta de que ellos no pueden decidir sobre nuestras vidas y eso les está sacando de quicio.
Esta España galdosiana, de episodios nacionales cotidianos, cuando se compara con la convivencia de todos los días entre los ciudadanos de este país, nos ofrece la mejor prueba de la distancia cósmica que separa a los políticos de lo que necesitamos los ciudadanos.
Que dejen ya de utilizarnos como instrumento de sus propósitos, más que paz, lo que necesitamos, es que nos dejen en paz.
Erasmo de Salinas