"La multitud que no se reduce a unidad es confusión; la unidad que no depende de la multitud es tiranía" Blaise Pascal
Sorprendentemente, un partido político representado en el
Parlamento español, hoy mismo nos ha propuesto la refundación del Estado, al tiempo
que se promueve un periodo de Libertad
Constituyente en un año. Va a ser cierto aquello de: “¡a la fuerza, ahorcan!”.
Las cosas no deben estar bien, cuando Rosa Díez se aventura por una propuesta de harakiri para el sistema demagógico que le ha permitido ser representante
política.
Sin embargo, los periodos de libertad constituyente diseñados
desde el poder gubernamental o parlamentario, resultan anacrónicos en pleno
siglo XXI, cuando los ciudadanos pueden y quieren manifestarse libremente, de
forma continua, sobre el curso de sus vidas que deciden otros.
La democracia requiere un salto cualitativo en los países
avanzados, superando el actual sufragio censitario –en realidad sólo pueden
acceder a la representación pública los miembros de los partidos políticos
designados por sus mandos- hasta llegar a un sufragio universal, libre y
directo como propone nuestra actual Constitución. Pero no sólo para elegir a
otros, sino también para ser elegido. Cualquier ciudadano que lo desee debe ser
no sólo elector, sino también elegible, algo que los partidos políticos se han
encargado de evitar con parsimonia.
La representación partidaria está superada en España, no sólo
por haber mostrado su ineficacia a la hora de rendir cuentas de los excesos
cometidos con los asuntos públicos, sino porque se ha mostrado una fórmula agotada
en la representatividad de los ciudadanos.
Nuestro sistema se desliza sin prisa, pero sin pausa, hacia
una nueva fórmula representativa más directa y contínua. La opinión pública
conformada por el cuerpo electoral no puede quedar restringida a una representación
restringida a los criterios establecidos, precisamente, por los usurpadores de
la representación democrática. Cualquier transformación del sistema estará obligado a introducir mayores cotas de poder ciudadano.
La doxocracia o gobierno de la opinión pública ya es posible desde
la existencia de internet, el proceso de decisión colectiva puede ser directo y
continuado, no tiene que ser exclusivamente representado, se observa cada día
con los comentarios de la gente sobre las cosas que ocurren; y de ser
representado, tampoco ha de serlo de forma improcedente, porque si un
representante público defrauda sus propias propuestas, mintiendo a los
ciudadanos, comete algún acto delictivo o de corrupción, no puede permanecer
como representante público para librarse de la justicia por algún aforamiento
de inmunidad, que a la larga es de impunidad, como hemos constatado en
numerosas ocasiones.
Nos dirigimos a nuevas fórmulas de representación,
fraccionadas no totales, directas y continuas. Algún día, no demasiado lejano,
los ciudadanos votarán los presupuestos por partidas y decidirán el futuro de
sus impuestos, los gastos de dinero público, la fiscalidad y los mecanismos
para perseguir a los transgresores y limitar las fechorías de los
representantes políticos.
El sociólogo chileno Ernesto Ottone, nos hace algunas propuestas sobre la doxocracia, gobierno de la opinión pública o democracia
continua, que resultan extraordinariamente interesantes a comienzos del siglo
XXI, y que están llamadas a transformar la obsoleta representación democrática
de los países avanzados, al menos, en aquellos como los países del sur de
Europa, donde se haya mostrado que la casta política no está a la altura de la
representatividad que se le ha concedido en las urnas, por sus numerosas
transgresiones del mandato recibido.
Sin duda habrá un periodo transitorio entre la actual
representación democrática (más bien demagógica) y una democracia real, más
próxima a las necesidades de los ciudadanos y no a su interpretación por sus
representantes políticos.
Se abre un proceso de hibridación, entre representatividad
política y representatividad cívica (algunos dicen que el sexto poder es la opinión pública, en realidad el fundamento de todos los demás, por lo que debería ser el primero); hasta ahora el poder ha sido
exclusivamente político, pero sin duda está llamado a ser cada día más cívico,
al fin y al cabo, la etimología de la política proviene de la ciudadanía, las
polis griegas no eran representación del poder, sino de la voluntad de los
ciudadanos que se dotaron de un sistema denominado democracia que se ha ido
pervirtiendo a lo largo de los siglos.
La transición entre la democracia clásica y la doxocracia ha
comenzado, las fuerzas reaccionarias del poder tratarán de retardarla, las
fuerzas faccionarias de los partidos intentarán eludirla, y las fuerzas depositarias
de la soberanía lograrán implantar al final una fórmula de gobierno que no
discrimine y distinga entre gobernantes y gobernados de forma tan grotesca como
acontece en la actualidad y en la que los representantes políticos sirvan al pueblo y no el pueblo a los representantes políticos, como ocurre en estos momentos en España.
Enrique Suárez