desde 2.006 en Internet

domingo, 23 de marzo de 2014

Adolfo Suárez y la transición


Quién conoció a Adolfo Suárez sabrá de lo que hablo y quien no le conoció lo sabrá muy pronto, porque tras su muerte ríos de tinta le acompañarán en su transición hacia el otro mundo, donde se hablará del hombre de Estado, del primer Presidente de Gobierno de la democracia que actualmente vivimos en España, de su papel en el 23-F, de lo que hizo bien y de lo que hizo mal, pero no se hablará del ser humano, o se hablará mucho menos.

Adolfo Suárez era un ser humano, tan sólo un ser humano, nada más que un ser humano, atrapado en una circunstancia histórica de la que dependían muchos millones de españoles; su deber y vocación era llevar la nave de los españoles por un mar repleto de peligros, hasta aguas tranquilas de una paz duradera, como Ulises  con los argonautas atravesó el estrecho entre Escila y Caribdis, hasta el océano de la libertad. Como un Moisés bíblico supo conducir a su pueblo a una tierra prometida. Creo que lo hizo con dosis ponderadas de inteligencia, tolerancia, astucia, coraje y prudencia.

Fue el personaje histórico más importante de nuestra democracia, ni el Rey puede hacerle sombra, ni por supuesto ninguno de los que le acompañaron en el tránsito o le sucedieron. Sabía que este país dependía más de el que de ningún otro para alcanzar las aguas tranquilas de la paz y no declinó su responsabilidad.

Nos prometió lo que pudo, no lo que nos podía prometer, para no cumplirlo, al contrario de todos los que vinieron detrás. Nos invitó a conocernos y a unirnos, a formar un pueblo donde el sentido común prevaleciera sobre los egoísmos particulares y los sectarismos de grupo. Sin duda, fue un demócrata y si no lo fue más, se debió a que los enemigos de la democracia se lo impidieron con todas las trampas y estrategias que urdieron para derrocarlo y derrotarlo.

Mientras Adolfo Suárez fue presidente, nadie se quedó sin voz, nadie que tuviera que decir algo, la ley era común para todos y la cohesión un objetivo. Era un hombre que escuchaba con atención a quienes le rodeaban y que sabía que pensaba el pueblo que representaba y lo que quería, pero también sabía aquello que se podía lograr y aquello que no podía alcanzarse en aquellos momentos. Decidió dialogar, decidió ser demócrata, decidió consensuar, decidió ser ecuánime, decidió avanzar.

Un día, cuando todos éramos más jóvenes, me correspondió ser, por motivos del destino, quien se encargara de procurarle su cena: una tortilla francesa y un paquete de ducados. Cuando se la dejé sobre la mesa de aquel pequeño despacho rodeado de papeles, en la sede provincial de un pequeño partido donde había congregado a sus seguidores para volver a intentarlo, me miró y me dio las gracias.

Fue la oportunidad que tuve en mi vida de poder dialogar con él, pero ni lo intenté, no era el momento, sólo en tres ocasiones en mi vida me ha ocurrido algo así: estar con alguien, quedarte callado, observar la historia viva en persona, no interrumpir y alejarte discretamente para que siga su camino.

Esa experiencia siempre me ha recordado los versos de un poeta chino, Li Po, cuando dijo: “me gusta ir a la montaña, sentarme, dejar que pase el tiempo, hasta que sólo quede la montaña”.  La de Adolfo Suárez fue convertirse en el prínceps inter pares de España, siendo un español más, nada más y nada menos. La mía, acercarme a él con una tortilla francesa y un paquete de ducados y saber alejarme discretamente de la historia que seguía su curso, entre la mitología y la realidad. Aquel día me dormí pensando que la tortilla francesa  le hubiera satisfecho y que el paquete de ducados le hubiera servido para seguir su rumbo, porque a veces las cosas más simples también son necesarias para que la leyenda siga su destino.

Gracias Presidente por todo, siento tu marcha, pero los héroes deben morir para vivir eternamente el corazón de aquellos que les conocieron, y de los que fueron llegando después.



Enrique Suárez

Enlaces Relacionados

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...