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viernes, 26 de septiembre de 2008

El Exterminador, por Alpheus Hyatt Verril

Era un magnífico ejemplar de su especie: translúcido, blanco, de rápidos movimientos, con una facultad casi misteriosa para descubrir a su presa e invariablemente triunfante sobre sus enemigos naturales. Pero su rasgo más sobresaliente era su insaciable apetito.

Para matar era tan cruel e indiscriminado como la comadreja o el hurón, pero a diferencia de ellos, que mataban por matar, el Exterminador jamás actuaba así. Cayese sobre lo que cayese, lo devoraba al instante. Habría sido fascinante contemplarlo en esa actividad. Se lanzaba con precipitación sobre su presa, inmóvil durante un breve instante, un aparente titubeo, un leve temblor en su cuerpo... y todo había terminado; el desafortunado ser que había estado moviéndose en su modo acostumbrado, sin sospechar el peligro, había desaparecido por completo, y el Exterminador, con avidez, se apresuraba en busca de una nueva víctima. Se movía constantemente en un flujo invariable de líquido, en absoluta oscuridad: de ahí que sus ojos no le fueran necesarios, y estuviera enteramente guiado más bien por el instinto o la naturaleza que por las facultades que conocemos.

No se hallaba solo. Otros de su especie pululaban a su alrededor, y la corriente estaba atestada por un número incalculable de otros organismos: objetos redondeados de color rojizo que se movían lentamente, culebreantes criaturas semejantes a renacuajos, cuerpos de forma estrellada, gráciles y tenues objetos dotados de vida; criaturas globulares, cosas informes cambiando constantemente de configuración al moverse o más bien nadar; seres diminutos, casi invisibles; organismos filiformes, serpentinos o semejantes a anguilas, e innumerables otras formas. El Exterminador atravesaba la atestada y cálida corriente al azar, aunque siempre con un propósito definido: matar y devorar.

Por algún misterioso e inexplicable mecanismo, reconocía a los amigos y podía distinguir inequívocamente a los enemigos. Evitaba las muchedumbres rojizas: sabía que no había que molestarlas, e incluso en las ocasiones, como a menudo sucedía, en que se veía rodeado, cercado, casi ahogado por verdaderas hordas de aquellos seres, empujado por ellos, permaneció imperturbable, sin efectuar intento alguno de devorarlos o dañarlos. Pero los demás, las criaturas serpenteantes, globulares, angulares, radiantes y semejantes a barras, los organismos rápidamente contorsionantes, parecidos a renacuajos... eran distintos. Entre ellos ejercía una rápida y terrible destrucción. Sin embargo, aun aquí ejercía una sorprendente discriminación. Pasaba ante algunos sin hacerles el menor daño, mientras que atacaba, destrozaba y devoraba a otros con indescriptible ferocidad.

Y todos los de su especie hacían también lo mismo. Eran como una horda de voraces tiburones en un mar rebosante de cabaIlas. Parecían obsesionados por el consuntivo deseo de destruir, y eran a veces tan expeditivos y metódicos que durante largos períodos la corriente siempre fluyente que habitaban quedaba totalmente desierta de presas.

Sin embargo, ni el Exterminador ni sus congéneres parecían sufrir entonces por falta de sustento. Eran capaces de permanecer largo tiempo sin alimento y surcaban, o mejor dicho nadaban por sus dominios lentamente, tan satisfechos al parecer como cuando estaban celebrando una verdadera orgía de matanzas. y hasta cuando la corriente no arrastraba presa alguna al alcance del Exterminador o sus iguales, nunca intentaban dañar o molestar a las siempre presentes formas rojas, ni a los innumerables organismos más pequeños, a los cuales parecían considerar como amigos. De hecho, de haber sido posible interpretar sus sensaciones, se habría observado que estaban mucho más contentos, mucho más satisfechos cuando no había enemigos sobre los que lanzarse que cuando el río borboteaba con su presa natural y se presentaba el incesante impulso de matar, matar, matar...

Y de pronto, la corriente en la que se movía el Exterminador se volvía incómodamente caliente, lo cual hacía que él y sus congéneres despertaran a una renovada actividad en busca de espacio, pero que producía la muerte a muchos de aquellos salvajes seres. Y, siempre siguiendo a estas bajas, las hordas de enemigos aumentaban rápidamente, hasta que el Exterminador hallaba casi imposible el diezmarlas. A veces, también, la corriente fluía lenta y débilmente, y una especie de letargia asaltaba al Exterminador. A menudo, en tales ocasiones, flotaba más que nadaba, con sus fuerzas menguadas y casi apagada su codiciosa apetencia de matar.

Pero siempre, luego, ocurría el cambio: la corriente adquiría un peculiar sabor amargo, e innumerable número de enemigos del Exterminador morían y desaparecían, mientras el propio Exterminador se veía poseído de una súbita e inusitada fuerza y caía vorazmente sobre los restantes enemigos. En tales ocasiones, el número de sus congéneres aumentaba siempre de una manera misteriosa, como lo hacía también el de los seres rojos. Parecían salir de ninguna parte, más y más, hasta que la corriente se encontraba atiborrada de ellos.

El tiempo no existía para el Exterminador. No sabía nada de distancias, ni de días, ni de noches. Únicamente era susceptible a los cambios de temperatura de la corriente donde siempre había vivido, y a la presencia o ausencia de sus enemigos y aliados. Aun cuando quizá se percatara de que la corriente llevaba un curso irregular, de que discurría a través de al parecer interminables túneles, que se retorcían y giraban y se extendían en ramales proyectados en innumerables direcciones formando un laberinto de corrientes más pequeñas, no sabía nada de por dónde circulaban sus cursos, ni de sus fuentes o límites, sino que nadaba o más bien derivaba al azar por todos los lugares. No había duda de que en alguna parte, en el interior de los cientos de túneles y ramificaciones, había otras bestias tan grandes, tan poderosas y tan insaciablemente destructoras como él mismo. Pero como él era ciego y no poseía el sentido del oído ni otros de los que permiten a formas de vida más elevadas observar y juzgar sus alrededores, no se percataba en absoluto de la proximidad de tales compañeros. Y así fue el único de su especie en sobrevivir el indeseado acontecimiento que ocurrió eventualmente, y por cuyo hecho merecía ser llamado con el nombre de Exterminador.

Durante un período desacostumbradamente dilatado, la corriente en el túnel había sido molestamente cálida, y había abundado en una incalculable cantidad de enemigos que, atacando a las formas rojas, las habían diezmado. Se había experimentado también una desastrosa disminución en los congéneres del Exterminador, y él y los pocos supervivientes se habían visto obligados a esforzarse al máximo para evitar ser dominados. Y a pesar de ello las hordas de enemigos culebreantes, danzantes, zigzagueantes, parecían aumentar con mayor rapidez de la que eran muertos y devorados. Comenzaba a parecer como si su ejército fuera a vencer, y vencidos el Exterminador y sus congéneres, destruidos, aniquilados por completo, repentinamente la lenta y cálida corriente cobró un extraño sabor acre y picante. Casi al mismo tiempo descendió la temperatura, aumentó el caudal y disminuyeron las enjambreantes huestes de innumerables formas extrañas, como si estuvieran expuestas a un ataque por gas. Y casi instantáneamente también aparecieron como de ninguna parte nuevos congéneres del Exterminador, y se lanzaron vorazmente sobre los supervivientes enemigos.

En un espacio de tiempo sorprendentemente breve, las vengativas criaturas blancas exterminaron prácticamente a sus multitudinarios enemigos. Un enorme número de organismos rojizos colmaban ahora la corriente, y el Exterminador seguía abalanzándose acá y allá buscando probables presas. En los remolinos y túneles menores tropezó con algunas, destrozándolas y engulléndolas casi al momento. Guiado por algún inexplicable poder o fuerza, surcó a lo largo de un angosto túnel. Se dio cuenta de pronto que tenía ante él a un grupo de tres seres filiformes, sus más mortales enemigos... y se precipitó a la caza. Alcanzaba ya a uno, estaba a punto de apresarlo, cuando ocurrió un terrible cataclismo. La pared del túnel se hundió, se produjo una gran grieta, ya través de ella se desbordó la contenida corriente.
Arrastrado desvalidamente por ella, el Exterminador remolineaba locamente en la abertura. Pero su única obsesión, una devoradora ansia de matar, superó todo su terror, todas sus demás sensaciones. Mientras el líquido elemento lo precipitaba hacia no sabía dónde, asió al culebreante enemigo y lo engulló vivo. En el mismo instante los otros dos los arrastraba la precipitada corriente. Con un esfuerzo supremo, se lanzó sobre el más próximo, y mientras aquél desaparecía en su estómago fue arrastrado desde la eterna obscuridad a la cegadora luz.

Instantáneamente, la corriente cesó de fluir. El líquido se estancó y los innumerables seres rojos que rodeaban al Exterminador se arracimaron como para prestarse mutuo apoyo. En algún lugar próximo, el Exterminador sintió la presencia del último miembro superviviente del trío que había estado persiguiendo cuando ocurrió la catástrofe. Pero en el denso líquido estancado, obstruido por los seres rojos, no podía moverse libremente. Pugnó por alcanzar a aquel enemigo restante, pero fue en vano. Se sintió sofocado, cada vez más débil. y estaba solo. De todos sus compañeros, él era el único que había sido arrastrado a través de la grieta del túnel que durante tanto tiempo había sido su morada.

De pronto se sintió alzado, arrastrado hacia arriba junto con algunos seres rojizos y una pequeña porción de su elemento nativo. Luego fue arrojado con los demás y, al caer, sintió correr nueva vida por su interior, al percatarse de que su enemigo hereditario –aquel ser filiforme– se hallaba muy próximo, que aún podía abalanzarse sobre él y destruirlo.

En el siguiente instante, un objeto pesado cayó sobre él, y se sintió aprisionado allí, con su gran enemigo a una distancia infinitesimal de su cuerpo, pero desesperadamente fuera de su alcance. Le recorrió un demencial deseo de venganza. Estaba perdiendo fuerzas rápidamente. Los seres rojos que le rodeaban estaban inertes, sin movimiento; únicamente él y aquel ente filiforme mostraban aún señales de vida. y el líquido se estaba espesando con rapidez. Repentinamente, durante una fracción de segundo, se sintió libre. Con un espasmódico movimiento final alcanzó a su enemigo y, triunfante al fin, quedó convertido en una cosa inmóvil e inerte.

–¡Es extraño! –murmuró una voz humana al examinar su poseedor a través del microscopio la gota de sangre en la plaquita de vidrio–. Hace un momento podría haber jurado que capté el vislumbre de un bacilo, pero ahora no hay la menor huella de él.

–Esa nueva fórmula que inyectamos produjo un efecto casi milagroso –observó una segunda voz.

–Sí –convino la primera–. La crisis ha pasado, el paciente se encuentra fuera de peligro. Ni un simple bacilo en esta muestra. Jamás lo hubiera creído posible.

Ninguno de los doctores se daría cuenta jamás de la parte que había desempeñado el Exterminador. Para ellos era, simplemente, un blanco corpúsculo yaciendo muerto en la gota de sangre que se secaba rápidamente sobre la plaquita de vidrio.


Alpheus Hyatt Verril (1931)

Crónicas desde el Carmel: "Por qué voto al PSC"

¿Este Grusó tiene algo que ver con el relojero que le subvencionaba las campañas a Don Albert Rivera del Duero?

Mire, como no se aclare usted, aquí los del Carmelo volvemos a votar al PSOE, como toda la vida. Que són los únicos que se preocupan por pobres trabajadores y los charneguitos, que también semos de dios ¿Sabeusté?

Vale que Don Yusep nos dice que tenemos que ser agredecidos, y aprender de una puñetera vez la lengua del patrón, que para eso nos dieron trabajo cuando llegamos con la maletica de cuadros y los pantalones amarraos con soga de pita, que daba penica vernos, oiga, de lo españolazos que aterrizamos en estos benditos descampaos. Pero es que tienen razón. Qué son ya muchos años, y no nos hemos desasnao ni una miaja, y seguimos sacando la sillica a la puerta en el verano, cuando refresca, y nos reímos a grito pelao, y ya tenemos rayadas las casetes de don antonio molina de tanto sentir "el emigrante" y otras coplillas, que se nos saltan las lágrimas na más que de pensar en España.

Pero ya vamos a siendo mejores con los amos. Y al chaval le tuvimos hasta los catorce en escuelas de mucho provecho, donde le enseñaban lo malismos que hemos sido siempre los castellanos, aunque yo sea de Güesca y mi señora de Linares. Y yo estoy mu, pero que mu contento con la maestra que tuvo, aunque no la entendía un carajo en las reuniones, porque soy mu burro oiga y no se me dan las lenguas, y tenía mucha vergüenza de que me señalasen al hijo porque su padre era un cafre de aquellos que vinieron con el Conde-Duque de Olivillas a matar a los Barceloneses, el mismo día que pasó lo del bin laden, que pa mi que también fuimos nosotros, y los pobres segadores que se morían a espuertas por defender su tierra, y gritaban como locos "¡Despierta Perro! ¡Despierta!", que hasta los deícos manchaetes de sangre se dejaron en la arena de puritita rabia, que aluego se hicieron de esto una bandera a la que llamaron la "Señora", en honor a una mujer muy buena, esposa de un rey austriaco que hizo todo lo que pudo, el pobrecico, por liberar cataluña de Franco, pero que no pudo ser porque los nazis vinieron a tirarles bombas, que hasta hubo un catalán que se llamaba Pedro Picachu que pinto un cuadrazo de todo ello, más rebonico que un San Luis, pero que se lo han quedao en Madrid porque ellos si que eran amigos de los nazis, y se dedicaban a jugar al julepe mientras a los pobres catalanes los masacabran los fachas en la Batalla del Jarama, que es un río que pilla por ahí por la Garrocha, y no se cuantas cosas más que me contaba el chiquillo que le habían dicho en el colegio, que estaba tan ilusionado el zagal, que le compré una bandera señora de esas, con una estrellica como la de los cubanos, y una zamarrilla del Barça, y un tirachinas, y hasta le pague unas rastas, que son como un nido de urracas de pelo natural, que da grima de verle y olerle al angelito.

Pero yo estoy contento, señor Erasmo, porque el chiquillo ya tiene diecisiete y se me está integrando muy bien. Y ya que yo no he podido, que me hecho viejo dejandome los cojones en la ferralla, que no sabe usté lo puta que esa vida, que tengo pa mí que me echao yo solo los cimientos de medio Hospitalet... pues eso, que ya que yo no he sío capaz de sacar tiempo pa hacer las cosas como es debido, me consuelo pensando que el zagalico si que va a ser uno de ellos.

Y no me importa tener que ver a escondidas los partidos del Zaragoza, porque no se imagina como se le hincha la venica al crío cuando le quitamos la TB3, que nos llama colonos murcianos, que no se de donde s'habrá sacao estas cosas, si de chiquitillo le llevabamos al pueblo con los agüelos, y sabe de sobra que está en Güesca, ahí al laíco de las cinco villas, que yo no se que le dio a este muchacho, que no ha querido ni volver a pisarlo, con la de amigos que tenía, y lleva el agüelo esperándole cinco veranos y ná, qué se nos va a no se qué campus de la Yuvent, y vuelve hecho un basilisco, con un mal café y una mirada vidriosa que parece que su madre y yo le dieramos más ascazo que un gorrino.

Fijesé usted que un día nos tiró por la ventania un cenicero que ponía "recuero de segovia", y otro día nos rajó la marina del salón que nos regaló mi suegra, porque decía que esos eran a lo menos los barcos de don Felipe Pinto.

Pero tiene buen fondo, don Erasmo, y hace las cosas sin pensar, pero sin malicia ninguna. Qué aquello que le pasó esa vez fue una chiquillada, aunque menos mal que estaba de servicio el primo de mi señora, y le sacó a tiempo por la puerta de atrás del cuartelillo. Que nos lo trajo al pobre dormidico en el asiento de atrás, y daba gloria de verlo con su nido de urracas, y su camisetita de Kortatu, como un angelico, de lo cansao y arrepentido que estaba el muchacho. Qué le liaron, don Erasmo, que le liaron. Qué el no se va a ir a quemar un cajero de Caja Soria como si fuese uno de esos vascos que salen por la tele haciendo el animal. Qué esto es Cataluña, y aquí las cosas son de otra manera, los catalanes son gente muy europea y saben tratar a los de fuera como si fueramos personas.

En fin señor Erasmo. Que a mi esas cosas que me cuenta de Don Volter y don Grusó, me parecen de perlas, pero que a estas alturas no me arriesgo yo ha votar a esos dos señores. Que yo me voto a mi PSOE, que siempre me ha ido bien con ellos, por que lo que quiero es que a mi hijo no le pase que me a pasao a mí, y se quede hecho un bruto y un ignorante pa toa la vida.


Manuel Pijoaparte (un amigo de Guachefe)

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