"Cuando la política promete ser redención, promete demasiado. Cuando pretende hacer la obra de Dios, pasa a ser, no divina, sino demoníaca" Benedicto XVI
No es costumbre de este blog
tratar cuestiones religiosas, aunque realmente desde que la política ha
sustituido a la religión en los motivos para creer en el nuevo sincretismo de
la era mediática, deberíamos discernir los límites cada día más confusos en la
doctrina de las Dos Espadas expuesta por el Papa Gelasio I en su fórmula
curialista e interpretada por Guillermo de Ockham en relación a la división de
poderes.
Siempre que se habla de religión,
es interesante exponer el punto de partida, mi interés por las creencias no
distingue mitologías de religiones, como diría Tales: “todo está lleno de
dioses”, sin embargo podría decir que me encuentro a medio camino entre las
enseñanzas del Rig Veda cuando expresa que lo mortal ha creado lo inmortal y el deísmo de Voltaire, cuando manifestó con
prudencia aquello de no hay reloj sin relojero. Sin duda me interesa el
conocimiento de la fe, el hecho social o antropológico de las creencias, como elemento
configurador de la historia y de las diversas interpretaciones de las características del ser humano, del
mundo y de la vida, Mircea Eliade, Durkheim o James son esenciales en este caso
para comprender la importancia de las creencias, no sólo religiosas, sino de
todo tipo. Entre el acto de creer y el hecho de las creencias, hay un puente
que nos une al destino.
Pero más allá de las
disquisiciones personales, quisiera comentar alguna cuestión sobre el Papa Benedicto
XVI, Monseñor Ratzinger y su decisión de abandonar la curia en vida, algo
inusual pues no ha ocurrido en los últimos 600 años. Su talla intelectual ha
sido posiblemente la más elevada de los Papas que hemos conocido durante el
último siglo y su humildad, coherente con sus conocimientos, alejados de
cualquier soberbia. Sucedió a un Papa carismático, de origen polaco, Karol
Wojtyla, Juan Pablo II, con una ineludible presencia en la caída del régimen
soviético y el muro de Berlín, que hizo numerosos viajes por el mundo llevando
la palabra de Dios a los confines del planeta. Monseñor Ratzinger, es alemán, con todo lo que ello conlleva, no ha viajado
tanto, ha hecho tres encíclicas, pero posiblemente ha dejado un poso de
serenidad en la Iglesia. Se podría resumir su obra ecuménica diciendo que ha
sido de continuidad en tiempos de sobresaltos e invitación a la reflexión en
tiempos de confusión. Se ha enfrentado a
diversas situaciones escabrosas protagonizadas por representantes de la iglesia
católica, mostrando subrepticiamente que la insania de los seres humanos puede
alcanzar a cualquiera, incluso en el nombre de Dios. También ha sido un Papa
innovador, pues ha adecuado determinados dogmas como los relacionados con el
nacimiento de Jesús o el origen de los reyes magos a una versión más plausible,
su exégesis ha sido, quizás, un legado de la infalibilidad de los Papas,
mostrando que las versiones de la realidad (incluida la Historia Sagrada) deben adaptarse a la luz de los
conocimientos.
Pero el homenaje laico que quiero
rendir a Monseñor Ratzinger es por otro motivo más humano, haber sabido
conciliar el pensamiento racional con las verdades reveladas y adaptarlas a los
tiempos que vivimos, más allá de los ruidos mediáticos y los focos que todo lo
oscurecen, sencillamente ha sabido mantenerse en su posición, de forma
implacable, delimitando con seguridad el margen inevitable que existe entre la
razón y la fe. Sólo por eso creo que deberá ser recordado, es difícil encontrar
un discurso coherente y congruente en estos tiempos, en los que reina la
mentira, la mezquindad y el marasmo (busquen sus fotos en google para comprobarlo y constatar la ardua tarea de los enemigos de la libertad, que se esconden para impartir el siniestro totalitarismo de su respectiva fe, a costa de degradar a sus rivales en las creencias).
Ratzinger nos ha dejado un legado y un mensaje: la verdad, existe, y todos somos súbditos
de nuestras verdades, cada uno debe buscar la suya y ser fiel a ella, la
mentira sólo nos puede conducir al deterioro sin fin. A mí no me ha sorprendido su
retirada, cuando la victoria de sus propósitos resplandece y destaca, con luz propia, ante tanta mediocridad circundante. Erasmo de Rotterdam, estaría orgulloso de su ecuanimidad.
Enrique Suárez