Albert Einstein descubrió que el tiempo era una variable
relativa (y no una constante) y a partir de entonces cambiaron las ciencias y la vida de las
personas de este planeta. Por aquel tiempo, el relativismo era un movimiento
filosófico que triunfaba en el pensamiento occidental: la única verdad es que
no hay verdad.
Desde la ciencia y la filosofía se remitió un mismo mensaje, si
nada es verdad, todo debe ser mentira. La evolución no se hizo esperar, los
farsantes comenzaron su cruzada para apoderarse del planeta, pues si bien nadie
puede atribuir a Einstein y los relativistas nada más que un ejercicio de
ética, el relativismo ético era la puerta para todos los tipos de inmoralidad.
No es a la única amenaza a la que nos enfrentamos los seres
humanos del siglo XXI, hay otros peligros que se ciernen sobre nuestras
cabezas: el socialismo de todos los partidos denunciado por Hayek, que
convierte a las organizaciones de poder en entidades inhumanas que sólo buscan
su propia perpetuación y las de los miembros de su secta; los enemigos de la
libertad que brotan por todas partes tratando de recobrar los dogmas
totalitarios; la desinformación permanente, fruto de los sicarios de la
divulgación de las falacias; la injusticia protagonizada por los magistrados
contratados por el poder para enjugar sus pecados; el desprecio de las castas poderosas
por la ley; el empobrecimiento organizado que dividirá a la humanidad en
opresores y oprimidos; la depredación, en fin, de todo lo que nos hace humanos,
para extraernos la productividad en cotas de expolio, por parte de todos los
que viven de lo ajeno.
El panorama es desolador, no sólo para España, el país desde
el que escribo, sino para el mundo en el que vivimos. Por primera vez se está
produciendo una regresión en las condiciones de vida, las próximas generaciones
vivirán peor que las anteriores, porque el reparto de la riqueza cada día está
en menos manos. Hay una parte de la humanidad que estará condenada a la regresión
en décadas o siglos, pero lo más importante es que no será en países remotos,
sino en vecindarios próximos.
Hemos perdido el tiempo tratando de averiguar quién ha sido
el responsable de lo acontecido, pero olvidándonos de la irresponsabilidad que
se ha cometido, porque los intoxicadores que manejan los medios de comunicación
y los jueces que mantienen a la casta en el poder se han conjurado para
hacernos ver como casos aislados lo que es una corrupción generalizada e inextirpable,
un auténtico cáncer social adherido al poder que impedirá que a partir de ahora
este país y sus habitantes puedan levantar cabeza para liberarse del yugo que
ya nos están imponiendo a todos. Sólo hay que pensar que en este país han
desaparecido más de medio billón de euros de origen público y todavía no se
sabe ni donde están los decimales.
No hace tanto tiempo que las batallas contra la tiranía se
libraban con vidas y sangre, pero el mecanismo de opresión se ha perfeccionado,
porque hoy no hace falta matar a nadie, sólo hay que dejarles que se mueran
solos, y tampoco es necesario que se vea una gota de sangre en el escenario
porque está mal visto tras el proceso de castración a que hemos sido sometidos
los habitantes del planeta. Mejor extraerla poco a poco como en una ganadería
para vampiros, mientras la gente disfruta de 40 canales de televisión, cientos
de emisoras de radio y una conexión al mundo que sólo les sirve para hacer
señales de que están vivos en un espacio virtual, mientras nos vamos muriendo de no vivir en el espacio
real. Hemos aceptado que nos muestren el paraíso de la comunicación global e
inoperante, mientras nuestras vidas se van acostumbrando al infierno de la escasez
de recursos para consumir y de oportunidades para producir. Cada vez somos más
esclavos de nuestra propia incoherencia como seres humanos, porque cualquier
animal lucha por escapar de las jaulas en las que tratan de introducirlos
cuando los capturan, mientras que a los seres humanos del siglo XXI es
imposible apartarlos más de una hora de vigilia de una pantalla de ordenador,
móvil o televisión.
Tampoco sería necesario el esfuerzo de las castas de poder por recluir a los seres humanos,
la mejor forma de encarcelar a alguien para toda la eternidad es convencerle de
que lo que le conceden desde arriba le hace libre, ese mecanismo de
sometimiento lleva funcionando desde los antiguos egipcios hasta ahora. Quizás algún día en el futuro lejano, las próximas generaciones descubran que todo lo que no te hace libre, te acaba sometiendo a los intereses de los que mandan, que la libertad tanto para cada uno, como para todos, sólo se le puede arrebatar a los que detentan el poder, porque de la ausencia de libertad de sus prójimos es, precisamente, de lo que viven, para poder ser libres ellos nada más.
Enrique Suárez