El Conde Duque de Olivares - Diego Velázquez
"La huída no ha llevado a nadie a ningún sitio" Antoine de Saint-Exupéry
La política en España apesta
a podredumbre, como cualquier tiranía que se precie a lo largo de la historia;
el régimen corrupto que detenta el poder en este país no tiene, siquiera, donde
esconderse. Nos hemos dormido en una farsa y hemos despertado en un fraude, los
españoles del ojo avizor disfrutan de su magnífico elogio a la ceguera.
La pregunta que nos
hacemos muchos españoles es si realmente cambiará algo en este escenario
infecto de parásitos con sueldo del Estado, Autonomía o Ayuntamiento. Si habrá
purga o impunidad, es una duda que nos acoge.
Las alternativas se pueden
resumir en dos, si los españoles seguimos tolerando depredadores como animales
de poder, nos vamos a quedar con un palmo de libertad, equidad, justicia y
democracia; si bien, al contrario, decidimos exigir respeto a quienes se
anunciaron como servidores y se han convertido en nuevos amos, tendremos alguna
esperanza de no regresar al siglo XVIII.
Sirva de reflexión,
considerar que en bien poco se distingue la aristocracia nobiliaria de la época
del Conde-Duque de Olivares, de la casta política de las épocas de Zapatero I y
Rajoy I. Los mismos siervos, los mismos amos, ayer en nombre de la Corona, hoy
en nombre de la Democracia coronada.
Decía D. Pedro Calderón de
la Barca, por voz del Alcalde de Zalamea: “Al rey la hacienda y la vida se ha
de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios”. Los
españoles nos hemos quedado sin alma, sin honor, sin Dios y sin dignidad, todo
es del Estado, una vez más, ahora con un Jefe coronado, exactamente igual que
entonces.
República de traiciones
nos espera, sin César que lo remedie, porque nadie en este país tiene
legitimación para representar a nadie, las urnas se han convertido en un
pesebre para los amos y un yugo para los que nunca fueron ciudadanos, a pesar
de haberse creído el cuento de la democracia impuesta por el poder.
Acorralados viviremos
todos, enfrentados en la eternidad de un ocaso perpetuo. Los políticos, en su
mundo de privilegios; los ciudadanos, en su mundo de perjuicios. El dilema está
servido, porque este pueblo no tiene ni fuerza, ni valor, ni unidad para
derrocar el engendro fascista que detenta el poder, y los fascistas que detentan el poder seguirán
viviendo magníficamente en él mientras nos complican la vida y nos detraen las plusvalías de la servidumbre.
Acorralados, sí, y también condenados a un infierno merecido, donde se quemarán todas las esperanzas de los que alguna vez creyeron en la democracia y aceptaron tiranía legalizada como contexto de servidumbre, como mejor especie que la tiranía legal de la dictadura franquista.
Acorralados, sí, y también condenados a un infierno merecido, donde se quemarán todas las esperanzas de los que alguna vez creyeron en la democracia y aceptaron tiranía legalizada como contexto de servidumbre, como mejor especie que la tiranía legal de la dictadura franquista.
No tenemos fuerzas ni para
regresar a donde comenzaron los errores, ni para avanzar hacia donde se
depuren, vivimos atrapados en el limbo de depredación de la casta, ese es
nuestro destino, para que los afortunados con carnet político nos sigan contando
que si estuvieran ellos (otra vez) las cosas irían bien o mejor, que con los que están ahora (otra vez). Acorralados en el más de lo mismo, como si el tiempo se hubiera congelado, para que nada cambiara en sus vidas, mientras todo se malogra en las nuestras.
Este régimen se morirá de viejo, como Franco, en la UCI del descrédito y la felonía, pero todavía nos quedan muchos años para el anhelado deceso.
Este régimen se morirá de viejo, como Franco, en la UCI del descrédito y la felonía, pero todavía nos quedan muchos años para el anhelado deceso.
Mientras tanto, que se sigan
forrando los de la casta a nuestra costa, no nos merecemos otra cosa que la
behetría que nos han concedido desde arriba, aunque sea contándonos la película de Gibraltar español, otra vez, que ya se cae de puro anacronismo y estupidez.
Enrique Suárez