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martes, 19 de junio de 2007

Sólo el escrutinio mayoritario garantiza el respeto de la decisión ciudadana

"Las arbitrariedades en ayuntamientos de toda España son innumerables y dejarían atónito a cualquier elector de una democracia civilizada: baste mencionar, para vergüenza y escarnio de los implicados, a los criados de Piqué, llevados por ese personajillo a pactar hasta con los de Esquerra, amigos de Batasuna y enemigos de la libertad."

Una vez más asistimos al lamentable y escabroso espectáculo de los pactos y chanchullos postelectorales en España. He aquí algunos ejemplos de ese rutinario y repetitivo desprecio por la democracia:

-Como en Galicia recientemente, la lista más votada en Canarias (Psoe en este caso) no gobernará porque los nacionalistas minoritarios, oportunistas y cambiantes, han decidido ahora aliarse con el PP.

-La lista popular, mayoritaria en Navarra, sólo podrá seguir gobernando si así lo deciden los derrotados socialistas, tentados por acceder al poder de la mano de los filoetarras.

-Una situación parecida existe en Baleares, con el PP en primera posición, pero chantajeado por sus ex-aliados, unos regionalistas de medio pelo y ultra-minoritarios que ahora miran hacia el Partido Socialista.

-Las arbitrariedades en ayuntamientos de toda España son innumerables y dejarían atónito a cualquier elector de una democracia civilizada: baste mencionar, para vergüenza y escarnio de los implicados, a los criados de Piqué, llevados por ese personajillo a pactar hasta con los de Esquerra, amigos de Batasuna y enemigos de la libertad.

Todavía hoy sobrevive la chapuza proporcional y pactista en países como Italia, condenados a la confusión y al apaño, como forma de vida parlamentaria y a modo de perversión política permanente.
Sin embargo, hay antecedentes y ejemplos de países que han querido y podido salir de un callejón sin salida cuyo efecto es desanimar al elector y generar ese apolitismo, esa desconfianza generalizada contra lo político ("Todos podridos") que ha llevado, en fechas no tan lejanas, a populismos de laboratorio, totalitarismo y muerte.

Francia, por ejemplo, vivió tiempos de gran confusión durante la cuarta república, hasta 1.958: un gobierno cada dos meses, acuerdos y contra-acuerdos en el Palacio Bourbon, sede de la asamblea nacional convertida en mesa de tahures y de charlatanes haciendo y deshaciendo a su gusto, retorciendo y doblando la voluntad popular a su antojo.
De Gaulle acabó con todo esto y le devolvió la soberanía al pueblo francés, salvando a su país por segunda vez, no contra los nazis, sino contra ella misma y sus demonios interiores. El advenimiento de la quinta república, tachada entonces de "golpe de estado" por el siniestro Mitterrand, garantizó mayorías claras y estables, imposibilitando acuerdos entre partidos a espaldas de la gente, y forzando a los partidos a descubrir sus cartas ANTES de la votación. Las dos vueltas de escrutinio permiten además al elector tener la última palabra y corregir, si lo considera oportuno, las tendencias del primer sufragio: se convierte así en dueño y señor del sistema, tanto a la hora de elegir al presidente como a sus diputados y a sus alcaldes.

Otro sistema extraordinariamente transparente es el inglés: se vota una vez, gana el primero y no hay más que hablar. Las coaliciones, si las hubiere, se forjan antes de someterse al voto popular, con luz y taquígrafos, sin combinaciones ni cesiones frente a particularismos exigentes y chantajistas.

España debe cambiar su sistema electoral y garantizar el respeto por las decisiones de los ciudadanos. Esta reforma, acompañada del retorno de Montesquieu y de las separación de poderes, es ineludible y urgente, en un país degradado por años de delincuencia felipista y en vías de liquidación a manos de un traidor iluminado.

Dante Pombo de Alvear, Reflexiones liberales

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