En primer lugar, manifestar nuestra condolencia a los familiares, amigos, y compañeros de las víctimas del accidente fatal ocurrido en la tarde de hoy en la T4 de Barajas. La eficacia de los servicios de emergencia de poco ha servido en esta ocasión para disminuir las dimensiones catastróficas del accidente de aviación más importante de la historia reciente de nuestro país.
En segundo lugar una terrible coincidencia, Spanair es una compañía aérea española que en estos momento se encuentra en proceso de negociación laboral, con la rescisión de más de mil contratos laborales. Esta misma mañana, los pilotos de Spanair denunciaban la precaria situación organizativa en la que se encontraba la compañía en un comunicado.
En esta ocasión, independientemente de las causas directas del accidente, que los expertos establecerán en su momento, hay un clima de conflictividad laboral en la compañía, que ha incidido probablemente en la secuencia de los hechos que han conducido al fatal desenlace.
No han fallado las alarmas, puesto que el avión regresó tras un primer intento por despegar, al parecer porque había indicadores de temperatura que se habían disparado. Una hora después, el avión despegaba y tras unos metros un motor estallaba provocando la tragedia de 153 fallecidos y 19 heridos.
Una pasajera, hermana de un superviviente exclamó antes del impacto: "el avión está mal y aún así despegaremos", algunos familiares reunidos en el IFEMA han manifestado a los medios de comunicación su crispación: "que se sepa la verdad, el avión estaba roto".
Paradójicamente ayer mismo, un avión británico procedente de Glasgow con 107 pasajeros a bordo, y una avería eléctrica en vuelo, efectuó un aterrizaje de emergencia en Asturias y hoy mismo los pasajeros han continuado su vuelo hacia el Algarve portugués en otra aeronave.
El clima enrarecido que se vive en nuestro país ha influido con elevada probabilidad en el accidente de Barajas. Mientras los políticos se acercan a rendir sus condolencias a las víctimas, interrumpiendo sus vacaciones para sacarse la foto de rigor, los familiares esperan que les devuelvan lo que queda de los suyos.
En un país en el que ocurren las cosas de forma inexplicable, como en el nuestro, en el que los políticos mienten a los ciudadanos, niegan la realidad, y miran para otro lado ante los problemas, es normal que en una compañía en crisis económica y laboral ocurran accidentes, especialmente si el personal inspector de AENA se relaja de sus obligaciones en el clima de permisividad y corruptela en el que se desarrollan las actividades mercantiles en este país.
Cuando el Estado no puede garantizar la seguridad de sus ciudadanos, pierde toda credibilidad. El deterioro de los servicios gestionados por el Estado, dirigido por políticos ineptos, comienza a rendir sus primeros resultados. Quien siembra errores, recoge accidentes.
El 11-M ha servido al menos para alertar a los ciudadanos de que la gestión del Estado de las catástrofes deja mucho que desear y requiere atención expectante sobre cada movimiento a partir de ahora.
Los medios de comunicación que apoyan al Gobierno, hablarán de fatalidad, casualidad, y mala suerte, pero sobre este Gobierno y su Presidente se yergue ya una sombra de duda, que no podrán quitarse de encima, porque la mala suerte en algunas ocasiones es la consecuencia última de una cadena de errores, omisiones y negligencias, de las que no sólo es responsable una compañía aérea en crisis, sino un Gobierno que ha llevado las instituciones del Estado y la gestión de los servicios públicos a la peor de las crisis de la democracia española.
La muerte de tanta gente nunca es por casualidad, siempre hay responsables, porque los motores no estallan en el aire, ni se concede permiso para remontar el vuelo por parte de la autoridad competente a un avión que ha tenido que regresar a los hangares para ser revisado, y ha vuelto a despegar para estrellarse al instante.
Este accidente se pudo haber evitado, en varios eslabones de la cadena que condujo al siniestro. En la revisión, en el piloto, en la autorización de AENA, o en un protocolo de obligado cumplimiento que posiblemente no se ha cumplido. El Gobierno rápidamente ha descartado que sea un atentado, cuando en realidad tampoco tendría porque hacerlo hasta que se reunieran todas las pruebas, tanta celeridad recuerda el "excusatio...".
Pero este país no aprende de los errores, al contrario, sino Rodríguez Zapatero no podría ser presidente, no sólo por lo que ha hecho, sino por lo que ha dejado de hacer, y ahora todos pagaremos las consecuencias, algunos con su vida. Ahora habrá que esperar que repercusión tiene todo este aquelarre de confusión sobre el sector turístico español que ya está en recesión.
Tal vez nos digan que el accidente se debió al cambio climático, y estoy seguro de que muchos tendrían motivos para creerlo. La T4 vuelve a mostrarnos la realidad, ayer con un "accidente" y hoy con otro.
Biante de Priena
En segundo lugar una terrible coincidencia, Spanair es una compañía aérea española que en estos momento se encuentra en proceso de negociación laboral, con la rescisión de más de mil contratos laborales. Esta misma mañana, los pilotos de Spanair denunciaban la precaria situación organizativa en la que se encontraba la compañía en un comunicado.
En esta ocasión, independientemente de las causas directas del accidente, que los expertos establecerán en su momento, hay un clima de conflictividad laboral en la compañía, que ha incidido probablemente en la secuencia de los hechos que han conducido al fatal desenlace.
No han fallado las alarmas, puesto que el avión regresó tras un primer intento por despegar, al parecer porque había indicadores de temperatura que se habían disparado. Una hora después, el avión despegaba y tras unos metros un motor estallaba provocando la tragedia de 153 fallecidos y 19 heridos.
Una pasajera, hermana de un superviviente exclamó antes del impacto: "el avión está mal y aún así despegaremos", algunos familiares reunidos en el IFEMA han manifestado a los medios de comunicación su crispación: "que se sepa la verdad, el avión estaba roto".
Paradójicamente ayer mismo, un avión británico procedente de Glasgow con 107 pasajeros a bordo, y una avería eléctrica en vuelo, efectuó un aterrizaje de emergencia en Asturias y hoy mismo los pasajeros han continuado su vuelo hacia el Algarve portugués en otra aeronave.
El clima enrarecido que se vive en nuestro país ha influido con elevada probabilidad en el accidente de Barajas. Mientras los políticos se acercan a rendir sus condolencias a las víctimas, interrumpiendo sus vacaciones para sacarse la foto de rigor, los familiares esperan que les devuelvan lo que queda de los suyos.
En un país en el que ocurren las cosas de forma inexplicable, como en el nuestro, en el que los políticos mienten a los ciudadanos, niegan la realidad, y miran para otro lado ante los problemas, es normal que en una compañía en crisis económica y laboral ocurran accidentes, especialmente si el personal inspector de AENA se relaja de sus obligaciones en el clima de permisividad y corruptela en el que se desarrollan las actividades mercantiles en este país.
Cuando el Estado no puede garantizar la seguridad de sus ciudadanos, pierde toda credibilidad. El deterioro de los servicios gestionados por el Estado, dirigido por políticos ineptos, comienza a rendir sus primeros resultados. Quien siembra errores, recoge accidentes.
El 11-M ha servido al menos para alertar a los ciudadanos de que la gestión del Estado de las catástrofes deja mucho que desear y requiere atención expectante sobre cada movimiento a partir de ahora.
Los medios de comunicación que apoyan al Gobierno, hablarán de fatalidad, casualidad, y mala suerte, pero sobre este Gobierno y su Presidente se yergue ya una sombra de duda, que no podrán quitarse de encima, porque la mala suerte en algunas ocasiones es la consecuencia última de una cadena de errores, omisiones y negligencias, de las que no sólo es responsable una compañía aérea en crisis, sino un Gobierno que ha llevado las instituciones del Estado y la gestión de los servicios públicos a la peor de las crisis de la democracia española.
La muerte de tanta gente nunca es por casualidad, siempre hay responsables, porque los motores no estallan en el aire, ni se concede permiso para remontar el vuelo por parte de la autoridad competente a un avión que ha tenido que regresar a los hangares para ser revisado, y ha vuelto a despegar para estrellarse al instante.
Este accidente se pudo haber evitado, en varios eslabones de la cadena que condujo al siniestro. En la revisión, en el piloto, en la autorización de AENA, o en un protocolo de obligado cumplimiento que posiblemente no se ha cumplido. El Gobierno rápidamente ha descartado que sea un atentado, cuando en realidad tampoco tendría porque hacerlo hasta que se reunieran todas las pruebas, tanta celeridad recuerda el "excusatio...".
Pero este país no aprende de los errores, al contrario, sino Rodríguez Zapatero no podría ser presidente, no sólo por lo que ha hecho, sino por lo que ha dejado de hacer, y ahora todos pagaremos las consecuencias, algunos con su vida. Ahora habrá que esperar que repercusión tiene todo este aquelarre de confusión sobre el sector turístico español que ya está en recesión.
Tal vez nos digan que el accidente se debió al cambio climático, y estoy seguro de que muchos tendrían motivos para creerlo. La T4 vuelve a mostrarnos la realidad, ayer con un "accidente" y hoy con otro.
Biante de Priena