El mundo ha avanzado considerablemente en las últimas
décadas, sin duda las nuevas tecnologías de la comunicación y la información parece
que lo han hecho posible, hoy somos seres más sociales y disponemos de un
acceso a la cultura y a los demás que no hubieran soñado nuestros padres. Sin
embargo, en algunas cuestiones el mundo no deja de retroceder, no deja de
hacerlo por la misma amenaza que ha logrado los mayores retrasos de personas y países
a lo largo de la historia.
¿Pero qué elementos son los que contribuyen a ese retraso?,
sin duda podemos distinguir dos aspectos importantes en esta cuestión, uno los
relacionados con el poder y otro los relacionados con la comunicación.
En cuanto al poder, vive en los países occidentales y
especialmente en los del Sur de Europa, sus mayores cotas de deslegitimación. En unos años las cosas
cambiarán definitivamente porque la presión de los ciudadanos para tener una
representación política decente no va a ceder. No se puede tolerar el abuso de
poder, la demagogia, la corrupción, el fraude, la manipulación y las mentiras
reiteradas, como elementos sobre los que se puede sostener un poder en una
democracia del siglo XXI. Si estuviéramos a comienzos del siglo XIX esto sería
una cuestión discutible, pero a comienzos del siglo XXI esto es un auténtico anacronismo
y un improperio.
Al retraso también contribuyen las veleidades de las
comunidades religiosas o políticas dispuestas en un acto de intolerancia a
imponer su adoctrinamiento. Entre las comunidades religiosas tenemos a los
islamistas radicales que están dispuestos a condenar a los infieles en su yijad
particular, hasta que todo el orbe comparta la fe de El Corán y la Sharia como
legislación universal. Sin duda quieren que Occidente regrese al siglo XVI que
es al que ellos han llegado en su máximo desarrollo mental, algunos serían
felices si regresáramos a Las Cruzadas.
Por otra parte, dentro de las comunidades política tenemos
algunas que ofrecen como progreso social el regreso al tercermundismo, como en
el que actualmente se vive en comunidades como Venezuela o Bolivia, Bielorrusia
o Corea del Norte. Los totalitarios disfrazados de demócratas nos aseguran las
mayores cotas de democracia, mientras son incapaces de vivir tal cosa ni en sus
propias formaciones. Ocultar el comunismo que algunos defienden, es una opción
que se ha venido haciendo desde la caída del muro de Berlín. Ya no hay en
España algo parecido a un partido comunista, hay izquierdas plurales, verdes,
podemos y grupos dispersos que si alcanzaran el poder, juntos o separados,
impondrían una dictadura. Sin duda, tan sólo es cuestión de tiempo, que surjan
movimientos de signo contrario, que quieran una dictadura opuesta a la que
estos grupos promueven, eso sí, sin decirlo abiertamente.
También tenemos en España grupos nacionalistas, que no se
sabe muy bien si como religión o política o algo mixto entre ambas opciones,
promueven acabar con nuestra Constitución para imponer en sus feudos su visión
de la realidad excluyente y mezquina. No les importa ser minoría, piensan que
haciendo de España el origen de todos los males convencerán a los electores de
sus comunidades, que otro mundo es posible, un mundo en el que ellos tengan
todo el poder y los que no piensen como ellos queden apartados. Estos se parecen
a los nazis por muchas razones.
A toda esta patulea de impresentables que viven la democracia
como un coto particular de caza de desinformados, se suman en España los
demás partidos políticos, incapaces de hacer una defensa de la libertad y la
democracia, porque tal cosa dejó de existir en sus organizaciones hace muchos
años. En España no hay ningún partido democrático, ninguno que ame la libertad
y ninguno que promueva una justicia independiente, de lo que no es difícil
deducir, que no hay nadie con representación política que defienda los valores
occidentales que nos han traído hasta aquí. Quien no defiende sus
particularidades, defiende sus puntos de vista, y quien no sus mezquinos intereses, como los únicos posibles bajo
la luz del sol.
El sociólogo liberal Ralf Dahrendorf, fallecido en 2009, nos
dejó como legado que Occidente se enfrentaría a numerosas formas de totalitarismo
denunciadas en su día por Karl Popper, Isaiah Berlín y Raymon Aron, pero
fundamentalmente por Hannah Arendt. Ahora nos encontramos en ese escenario en el
que los enemigos de la libertad y los parásitos de la democracia pretenden
hacer su agosto. Si bien desde el poder se trata de recortar libertades en
nombre de la seguridad, desde los totalitarismos rampantes se ofrece como única seguridad la que proviene de sus doctrinas.
El materialismo o el mesianismo están
dispuestos a triunfar, una vez más, sobre el humanismo y la racionalidad; en nombre de lo
social, de los dioses, o de los hechos diferenciales se han cometido las
mayores barbaridades en este planeta, no es extraño, que el sociólogo alemán,
considerara que Occidente se enfrenta a la contrailustración más peligrosa de
su historia, porque todos los totalitarios han considerado que lo que existe no
les gusta y deben imponer su mundo a los que lo aplauden y también a los que no
pensamos como ellos.
Habrá que recordar a Leónidas en el paso de Las Termópilas,
sólo que en esta ocasión los persas no están enfrente, sino entre nosotros
convenciéndonos de que su visión del mundo es la única correcta. A peores
amenazas se ha enfrentado la libertad a lo largo del tiempo y los que creemos en
ella como única bandera contra el poder de los déspotas, para dejarlas en el
olvido, que es el único destino posible para los anacronismos reaccionarios que promueven el retroceso cívico que conviene a los retrasadores, en un tiempo en el que no se pueden asumir más derroches de intolerancia y mendacidad.
Enrique Suárez