La evolución también ha alcanzado la comunicación humana. El acto de comunicarse cada día resulta más fácil gracias a los avances técnicos, pero sin embargo, el proceso de comunicarse cada día resulta más complejo, por un problema básico del lenguaje, que solo permite transferir conocimientos, pero tiene enormes dificultades para transmitir todo lo relacionado con las emociones.
Hoy está suficientemente aclarado que la biología no define lo esencial de nuestra especie. Desde que Darwin erradicó la mano de Dios de la evolución humana, nos hemos hecho cada día más dueños de nuestra existencia, aunque esto no quiere decir que seamos demasiado conscientes y responsables, en cuanto a muchas de las pautas por las que discurre nuestra vida.
Somos seres culturales, que disponemos de la capacidad de comunicarnos, lo que posiblemente ha contribuido más que ninguna otra cualidad humana a la transformación del mundo que habitamos.
Foucault, entre otros autores reconocidos, explicó la futilidad de las convenciones lingüísticas para comprender o explicar las cosas de la vida y el mundo. Mac Luhan nos dijo que en esta aldea global, el medio era el mensaje. Chomsky descubrió los conceptos de la gramática generativa.
El lenguaje es relativo a la cultura, eso se conoce bien desde la antropología. ¿Cómo explicarle a un bantú que habita en una aldea africana los problemas de tráfico que hay en Madrid?. Tendremos las mismas dificultades que a él le asaltarían, si se propusiera explicarnos por que sus rituales espantan a los demonios.
El lenguaje es pura convención, aunque estamos convencidos de su utilidad, no acabamos de comprender correctamente su relatividad. Pero el lenguaje es insuficiente como mecanismo de comunicación, aunque esto no impida que mantenga su hegemonía a la hora de que transfiramos contenidos informativos.
Tal vez sea necesario evolucionar en la comunicación, incorporando nuevos canales de transmisión y otras formas de almacenar los contenidos y sus representaciones.
Los jóvenes, a los que siempre debemos estar atentos, se están cargando el lenguaje en sus conversaciones de MSN, en los mensajes telefónicos SMS, en los chats; parece que la fidelidad del lenguaje sólo permanece en el habla, aunque también se establezcan nuevas jergas, que los adultos entendemos con dificultad.
Esta forma de actuar es un mensaje en sí mismo, quiere decirnos que lo importante es comunicarse, aunque sea cargándose la gramática, la ortografía o el idioma. En cierta manera es una deconstrucción, y al mismo tiempo una peculiar señal de identidad.
Una vuelta de tuerca a la espita que promoverá la explosión controlada de los valores sobre los que se ha asentado la evolución cultural de nuestra especie, tal y como la hemos conocido hasta ahora.
Pero este des-hacer, tiene algo de regresivo al mismo tiempo, de expresión animal, o de grito gutural primigenio ante la asfixia tecno-económica y organizativa en que se ha convertido la existencia de los ciudadanos que habitan el mundo occidental.
En Francia se han producido hace menos de un año, gestos de destrucción promovidos por jóvenes inmigrantes que reclaman espacios nuevos y se dedican a incendiar automóviles, uno de los símbolos fundamentales de la civilización occidental. Siendo el automóvil a nuestra civilización, como las torres gemelas a los Estados Unidos, que también fueron incendiadas, como los trenes de Atocha.
El fuego catártico y purificador, que tanto le agradaba estudiar a Bachelard, es una vez más el instrumento elegido para destruir lo que existe, para cambiar el espacio y las relaciones entre los humanos y las cosas.
Creo que estamos mucho más sometidos de lo que creemos a una dictadura de las palabras, del lenguaje, que ha desplazado en su expansión a otras formas de comunicación más primitivas, pero no por ello irrelevantes.
Los jóvenes parecen saber, tal vez nosotros se lo hayamos enseñado, que la comunicación es más importante por los contenidos que transfiere, que por las formas establecidas y asumidas de transmitirlos.
Se vive un nuevo romanticismo, y todos los romanticismos son antirepresivos y regresivos a la vez, quizás un poco depresivos y melancólicos, pero marcan y definen el punto de nuevos avances que vendrán posteriormente. Son pasos atrás para tomar nuevo impulso, recreos que se toma la especie para contemplarse a sí misma.
Los grandes alpinistas saben que escalar no es sólo ascender, alcanzar la cima solo es el resultado final, se asciende como adición de otras muchas acciones, entre las que saber descender o quedarse quieto también es importante. Los buenos montañeros, como los grandes viajeros, conocen que el placer no está en alcanzar el destino previsto, sino en disfrutar del recorrido que nos conduce hasta él. La vida es un viaje maravilloso.
La evolución de nuestra especie, el progreso de la cultura, el desarrollo de un mundo nuevo, pasa inextricablemente por la destrucción de la hegemonía del lenguaje como forma de comunicación (que no por la destrucción del lenguaje).
El camino hacia el mañana pasa por la construcción de la torre de Babel (o de Google, como ustedes prefieran).
El futuro no necesita superhombres ensalzados por Spengler o idealizados por Nietzsche, necesita hombres (y mujeres) superándose, saliendo de sus complejos, desprendiéndose del lastre de sus miedos y vergüenzas.
El mañana comienza ahora, enterrando los silencios del lenguaje, que son todas aquellas cosas que no pueden expresarse con palabras, y que guían nuestras vidas mucho más que la gramática. En otra ocasión lo dije, a pesar de los esfuerzos de los poetas, los sentimientos que se han expresado con palabras son sentimientos muertos. Las palabras son las tumbas en las que se entierran las emociones.
El próximo paso evolutivo será clasificar las emociones humanas para poder representarlas literalmente, después se hará lo mismo con las relaciones, y por último, las sensaciones se organizarán en categorías que permitan su organización.
Como de las emociones se derivan fundamentalmente los valores y las creencias, se logrará una construcción armónica de todos los elementos estableciendo alguna suerte de principio jerárquico, para concluir en alguna presentación estándar. El mundo, tal y como lo conocemos, está desapareciendo cada día, al tiempo que surgen nuevas formas de representar la realidad. Prueba del cambio que está ocurriendo es la desaparición paulatina de la vida privada, apagar el móvil o el ordenador es como renunciar a la vida, una pequeña muerte social.
Sin embargo, corremos el peligro de quedar atrapados en nuestra propia obra, el hombre-masa que tan bien describió Ortega y Gasset tiene más capacidad de destruir lo existente que de construir algo realmente nuevo. La naturaleza de las masas es el consumo desaforado y reiterativo, antes que la genial creación o la producción de novedades que vayan sustituyendo lo consumido. Por primera vez en la historia de Occidente, los seres humanos nos estamos consumiendo a nosotros mismos, en una especie de autocanibalismo.
Como matizaría Cortázar, si aún viviera, no perdamos de vista la cuestión, porque podemos encontrarnos con la ingrata sorpresa de que no somos nosotros los constructores de Babel, sino Babel la que nos construye, o nos destruye.
Erasmo de Salinas
Hoy está suficientemente aclarado que la biología no define lo esencial de nuestra especie. Desde que Darwin erradicó la mano de Dios de la evolución humana, nos hemos hecho cada día más dueños de nuestra existencia, aunque esto no quiere decir que seamos demasiado conscientes y responsables, en cuanto a muchas de las pautas por las que discurre nuestra vida.
Somos seres culturales, que disponemos de la capacidad de comunicarnos, lo que posiblemente ha contribuido más que ninguna otra cualidad humana a la transformación del mundo que habitamos.
Foucault, entre otros autores reconocidos, explicó la futilidad de las convenciones lingüísticas para comprender o explicar las cosas de la vida y el mundo. Mac Luhan nos dijo que en esta aldea global, el medio era el mensaje. Chomsky descubrió los conceptos de la gramática generativa.
El lenguaje es relativo a la cultura, eso se conoce bien desde la antropología. ¿Cómo explicarle a un bantú que habita en una aldea africana los problemas de tráfico que hay en Madrid?. Tendremos las mismas dificultades que a él le asaltarían, si se propusiera explicarnos por que sus rituales espantan a los demonios.
El lenguaje es pura convención, aunque estamos convencidos de su utilidad, no acabamos de comprender correctamente su relatividad. Pero el lenguaje es insuficiente como mecanismo de comunicación, aunque esto no impida que mantenga su hegemonía a la hora de que transfiramos contenidos informativos.
Tal vez sea necesario evolucionar en la comunicación, incorporando nuevos canales de transmisión y otras formas de almacenar los contenidos y sus representaciones.
Los jóvenes, a los que siempre debemos estar atentos, se están cargando el lenguaje en sus conversaciones de MSN, en los mensajes telefónicos SMS, en los chats; parece que la fidelidad del lenguaje sólo permanece en el habla, aunque también se establezcan nuevas jergas, que los adultos entendemos con dificultad.
Esta forma de actuar es un mensaje en sí mismo, quiere decirnos que lo importante es comunicarse, aunque sea cargándose la gramática, la ortografía o el idioma. En cierta manera es una deconstrucción, y al mismo tiempo una peculiar señal de identidad.
Una vuelta de tuerca a la espita que promoverá la explosión controlada de los valores sobre los que se ha asentado la evolución cultural de nuestra especie, tal y como la hemos conocido hasta ahora.
Pero este des-hacer, tiene algo de regresivo al mismo tiempo, de expresión animal, o de grito gutural primigenio ante la asfixia tecno-económica y organizativa en que se ha convertido la existencia de los ciudadanos que habitan el mundo occidental.
En Francia se han producido hace menos de un año, gestos de destrucción promovidos por jóvenes inmigrantes que reclaman espacios nuevos y se dedican a incendiar automóviles, uno de los símbolos fundamentales de la civilización occidental. Siendo el automóvil a nuestra civilización, como las torres gemelas a los Estados Unidos, que también fueron incendiadas, como los trenes de Atocha.
El fuego catártico y purificador, que tanto le agradaba estudiar a Bachelard, es una vez más el instrumento elegido para destruir lo que existe, para cambiar el espacio y las relaciones entre los humanos y las cosas.
Creo que estamos mucho más sometidos de lo que creemos a una dictadura de las palabras, del lenguaje, que ha desplazado en su expansión a otras formas de comunicación más primitivas, pero no por ello irrelevantes.
Los jóvenes parecen saber, tal vez nosotros se lo hayamos enseñado, que la comunicación es más importante por los contenidos que transfiere, que por las formas establecidas y asumidas de transmitirlos.
Se vive un nuevo romanticismo, y todos los romanticismos son antirepresivos y regresivos a la vez, quizás un poco depresivos y melancólicos, pero marcan y definen el punto de nuevos avances que vendrán posteriormente. Son pasos atrás para tomar nuevo impulso, recreos que se toma la especie para contemplarse a sí misma.
Los grandes alpinistas saben que escalar no es sólo ascender, alcanzar la cima solo es el resultado final, se asciende como adición de otras muchas acciones, entre las que saber descender o quedarse quieto también es importante. Los buenos montañeros, como los grandes viajeros, conocen que el placer no está en alcanzar el destino previsto, sino en disfrutar del recorrido que nos conduce hasta él. La vida es un viaje maravilloso.
La evolución de nuestra especie, el progreso de la cultura, el desarrollo de un mundo nuevo, pasa inextricablemente por la destrucción de la hegemonía del lenguaje como forma de comunicación (que no por la destrucción del lenguaje).
El camino hacia el mañana pasa por la construcción de la torre de Babel (o de Google, como ustedes prefieran).
El futuro no necesita superhombres ensalzados por Spengler o idealizados por Nietzsche, necesita hombres (y mujeres) superándose, saliendo de sus complejos, desprendiéndose del lastre de sus miedos y vergüenzas.
El mañana comienza ahora, enterrando los silencios del lenguaje, que son todas aquellas cosas que no pueden expresarse con palabras, y que guían nuestras vidas mucho más que la gramática. En otra ocasión lo dije, a pesar de los esfuerzos de los poetas, los sentimientos que se han expresado con palabras son sentimientos muertos. Las palabras son las tumbas en las que se entierran las emociones.
El próximo paso evolutivo será clasificar las emociones humanas para poder representarlas literalmente, después se hará lo mismo con las relaciones, y por último, las sensaciones se organizarán en categorías que permitan su organización.
Como de las emociones se derivan fundamentalmente los valores y las creencias, se logrará una construcción armónica de todos los elementos estableciendo alguna suerte de principio jerárquico, para concluir en alguna presentación estándar. El mundo, tal y como lo conocemos, está desapareciendo cada día, al tiempo que surgen nuevas formas de representar la realidad. Prueba del cambio que está ocurriendo es la desaparición paulatina de la vida privada, apagar el móvil o el ordenador es como renunciar a la vida, una pequeña muerte social.
Sin embargo, corremos el peligro de quedar atrapados en nuestra propia obra, el hombre-masa que tan bien describió Ortega y Gasset tiene más capacidad de destruir lo existente que de construir algo realmente nuevo. La naturaleza de las masas es el consumo desaforado y reiterativo, antes que la genial creación o la producción de novedades que vayan sustituyendo lo consumido. Por primera vez en la historia de Occidente, los seres humanos nos estamos consumiendo a nosotros mismos, en una especie de autocanibalismo.
Como matizaría Cortázar, si aún viviera, no perdamos de vista la cuestión, porque podemos encontrarnos con la ingrata sorpresa de que no somos nosotros los constructores de Babel, sino Babel la que nos construye, o nos destruye.
Erasmo de Salinas