Non placet HispaniaCon esta solemne declaración, Erasmo de Rotterdam, máximo artífice del humanismo renacentista europeo, excusó su presencia en nuestro país ante la invitación procurada en 1517 por el Cardenal Cisneros, para dictar algunas clases en la Universidad de Alcalá de Henares, para añadir más adelante: "por qué allí están mis enemigos más próximos". Enigmática respuesta que deja en elipsis los auténticos sujetos de sus temores o deseos.
¿Qué impedía a Erasmo acudir a la tierra gobernada por su compatriota el emperador Carlos, imbuido en su educación de las enseñanzas del humanismo flamenco?. ¿Qué impedía a un erudito como Erasmo aproximarse a la nación más poderosa del mundo, en la que se mezclaban las tres religiones monoteístas más importantes?. Posiblemente su desacuerdo con las persecuciones políticas en su país o las persecuciones religiosas de los no cristianos en el nuestro, fueran judíos o musulmanes, o tal vez la persecución de los propios cristianos por la Santa Inquisición.
Con estas mismas palabras, Erasmo comunicaba a su amigo Tomás Moro, -el autor de Utopía, decapitado por su oposición, como Lord Canciller, al divorcio de Enrique VIII de su esposa Catalina de Aragón, que trajo como consecuencia la separación del catolicismo de la iglesia inglesa-, que no sentía ningún interés por visitar España, que recorría en aquella época la etapa más fructífera de su historia, en los comienzos del Siglo de Oro, -que en realidad casi duró 200 años-, pero en esta ocasión argüía otros motivos:
"España está llena de judíos", frase que en realidad resulta estridente con el pensamiento humanista y extraordinariamente tolerante de Erasmo. Coincido con
Pío Moa cuando considera que Erasmo no se refería exactamente a los judíos - que habían sido expulsados en 1492 de nuestro país -, sino a los conversos, y en especial a los "marranos" -vocablo que nada tiene que ver con la zoología, sino con la lengua hebrea, y los términos "mar" (amargo) y "anus" (forzado)-, que son aquellos que se representan cristianos pero siguen practicando de forma oculta la religión del patriarca Abraham.
Sean cuales fueran sus razones -nunca realmente conocidas- nuestro país se vio privado de la presencia de una de las mentes más cultas, lúcidas y críticas de su tiempo; hecho que resulta extraño para un solícito viajero y perspicaz erudito, que recorrió la mayor parte de Europa. A Erasmo no le gustaba España y tendría buenos motivos, porque un erudito riguroso en sus conocimientos, con una voluntad hercúlea y resistente a mantenerse firme en sus posiciones ante la presión de los partidarios de la iglesia y sus opositores, un personaje que quería reconciliar la iglesia cristiana con la cultura europea, era precisamente lo contrario de lo que fluía en la España recientemente constituída del Emperador Carlos I, que hubo de ser aceptado como tal por los representantes populares reunidos a cortes, en Castilla (1518), en Aragón (1518), en Cataluña (1519), en Valencia no llegaron a reunirse por la muerte de Maximiliano, pero junto con Mallorca fueron incorporadas a la Corona en 1523 -tras las revueltas de las germanías-, y en Navarra (juraron lealtad a su abuelo, en 1513), al tiempo que también era reconocido por la nobleza y el clero.
Las cartas de Erasmo
Como refiere José Luis Gonzalo Sánchez-Molero, en su magnífico trabajo -al que anticipo disculpas por apropiarme de algunos retazos- "El erasmismo en España: la utopía de una Edad de Oro", Erasmo se debió arrepentir en alguna ocasión de no haber acudido a España, se lo reconocía en 1524 a Guy de Morillón tras haber comprobado el éxito de sus obras en España: "Me regocijo mucho de que ese país me sea tan favorable. ¿Por qué no me habré dirigido hacia allá, en lugar de haberme ido a Alemania?”. En 1525, Schets describe a Erasmo el extraordinario impacto que sus libros tenían entre los españoles: "si el humanista visitase la península –le asegura– todo el mundo se lanzaría a su encuentro, pues la gente no se contenta con celebrarlo, tienen sus obras, no quieren más libros que los suyos, y todos se sienten con su lectura iluminados por el espíritu divino y las almas pacificadas. Es más, se lanzan sobre sus paráfrasis de los Evangelios y de las Epístolas y desean que, antes de morir, comente también los Salmos de David".
Extraño resulta, para un solícito viajero y perspicaz erudito, la renuncia a su presencia en la católica España, una de las escasas naciones que no se vio envuelta en las convulsas reformas y contrareformas que la iglesia cristiana padecía por entonces en toda Europa, y aún más extraño cuando mostraba su admiración y respeto por su compatriota el Rey Carlos I y su familia, y también por España, como nos relata Enrique González Fernández, hasta el punto de escribir en una carta a su correspondiente, Francisco de Vergara, las siguientes palabras:
“Dos son las principales razones porque de modo especial me proporciona contento la bienandanza actual de las Españas. La una es que nos enorgullezcamos de tener un Príncipe común: Carlos, Señor de todos; la otra es que, por un cuento de demostraciones, tengo comprobado con cuánta sinceridad, con cuánta simpatía los ingenios españoles favorecen y alientan mis proyectos (...). A España, aunque nación extranjera para mí, experiméntola más agradecida y adicta que la mía propia” (Carta a Francisco de Vergara; Basilea, 13 de octubre de 1527).
Como refiere Sánchez-Molero, también Erasmo reconocía su deuda con España en la carta que le dirigía a Juan Maldonado en 1527:
“Soy consciente, excelente amigo, de todo lo que debo a toda España, y, de un modo particular, a tus conciudadanos de Burgos, y, por nombrar algunos, al arzobispo de Toledo y a su Arcediano, y también al arzobispo de Sevilla y a todos esos otros hombres nobles y sabios. Yo podría darles las gracias a cada uno de ellos en mi nombre y también en nombre de la religión y de los estudios, si mis trabajos tuvieran tanto poder como tu candor les atribuye. En todo caso, me regocijo muy mucho de ver que en España, antaño ilustrada por los más brillantes genios, la verdadera piedad y el estudio de las más honorables ciencias vuelvan a florecer tan felizmente que en parte alguna se ve tan semejante éxito”
Carlos I recibió indirectamente las enseñanzas de Erasmo, practicando el "erasmismo conciliador" en sus primeros años de reinado, también le concedió una pensión y lo defendió solemnemente ante sus enemigos:
"Que todos entiendan en cuánta estimación tenemos tu ingenio y tu espíritu verdaderamente pío, y tus calumniadores, que con pertinacia persiguen las buenas letras y los estudios sagrados, cesen en adelante de ladrar y sepan que el César está de la parte de Erasmo como varón sobresaliente en todo género de erudición y de piedad sincera, y que amparará su nombre y su gloria no menos que la suya propia” (Carta del Emperador Carlos V a Erasmo; Granada, 4 de agosto de 1526).
En 1529, el arcediano de Alcor, dirige carta a Erasmo en la que le comunica el entusiasmo que recibe su obra entre los españoles: "En la corte del Emperador, en las ciudades, en las iglesias, en los conventos, aun en las posadas y caminos, todo el mundo tiene el Enchiridion en castellano”.
Erasmo de Rotterdam, el humanista bátavo, nunca estuvo físicamente en España, pero al contrario de los que pretenden enajenar su racional presencia en la cultura española, en ningún otro país europeo -ni en el suyo propio- se mostraron tan queridos, Erasmo y el erasmismo, como en España, cuestión que expresa con maestría José Luis Abellán cuando establece una singular referencia a esta cuestión: "Erasmo fue holandés, pero el erasmismo es español".
Quizás haya una razón más humana para explicar su ausencia física - que no intelectual -en nuestro país, quizás los motivos de su negativa a las repetidas invitaciones que recibió de los españoles, desde el regente Cisneros al emperador Carlos, estén más vinculadas a su carácter, más dado a la epístola que a la disertación pública. Si en algún lugar de Europa, Erasmo de Rotterdam no era un desconocido, ese lugar era España. Tal vez no quiso pagar el precio de la fama, -siempre elevado para los auténticos intelectuales-, de la gloria que había alcanzado entre los españoles por el conocimiento de su obra; al fin y al cabo, en España los problemas existentes eran más políticos que religiosos, y Erasmo recomendaba el estricto cumplimiento de la doctrina de las dos espadas de Occam.
Irrupción del krausismo en España
Las enseñanzas sobre el pluralismo humanista que nos proporcionó Erasmo, se prolongaron intelectualmente en nuestro país hasta 1840, año en que la filosofía más querida por la izquierda española, el krausismo, convirtió en paradigma dogmático, las propuestas del "racionalismo armónico" del filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause, que en realidad se pueden considerar un precursor materialista del marxismo ulterior. Sustituir la solidaridad entre los hombres por el poder divino que todo lo rige, congelando en un deismo voltaireniano las cuestiones de fe.
El krausismo es la "nueva moral" que trata de imponer en España -sin conseguirl- el socialismo desde hace 150 años, antes incluso de organizarse como tal. El krausismo, recoge los planteamientos del "determinismo" luterano, para decirnos que todo está condicionado de antemano por las circunstancias, por tanto, si se quiere cambiar la realidad, es prioritario cambiar las circunstancias, fundamentalmente desde la educación y la promoción de la experiencia propia. Son las condiciones de exposición del ser humano las que determinan el resultado final. La Divina Providencia se sustituye por la ubicua circunstancia. Ortega y Gasset, sin embargo, para establecer un dique de contención a la deshumanización, halló una solución intermendia cuando propuso la definición ampliada del ser humano desde el subjetivsimo, desde el pensarse a si mismo, en su conocida sentencia: yo soy yo, y mis circunstancias -evidentemente, no sólo circunstancias-.
El krausismo, un precursor timorato del materialismo marxista, al contrario que el luteranismo y el erasmismo, que son humanismos, niega la libertad y la esencia última del ser humano, convirtiéndolo en un títere institucional, un contribuyente, un consumidor, un cliente, un número, un clon más, o una cabeza de ganado estabulado apta para la producción establecida desde el poder. Iguala a todos los seres humanos, devaluando su humanidad e implementando una de las nociones más dañinas para la historia de nuestra convivencia: el ancilaje social.
El krausismo conduce -en la práctica- al totalitarismo más pernicioso para el ser humano, mientras qeu en la teoría se pronuncia sobre su intención liberadora, pues si las condiciones son más importantes que el ser humano, el poder debe orientarse en su acción hacia las condiciones que determinan al ser humano, pero no hacia sus auténticas necesidades -sino las que son "determinadas" por otros -más poderosos- por su bien-. En España, sin embargo, la tradición liberal siempre había sido erasmista, nunca krausista. La Constitución de 1812 así lo atestigua.
El humanismo de Erasmo nos enseña lo contrario que el krausismo, que las condiciones son una consecuencia de la libertad del ser humano; en un mundo libre, es el ser humano -con su voluntad y sus decisiones- quien determina los escenarios de su existencia y las condiciones que rigen su vida. El erasmismo conduce al ser humano hacia la libertad, pero también hasta la independencia y la responsabilidad, mientras que el krausismo enajena al ser humano de su esencia, para tratar de controlar su existencia, conduciendo al ser humano hasta la dependencia y la irresponsabilidad. El concepto de la asignatura que trata de imponerse en España es krausista, el krausismo siempre instruye a las masas, mientras que el erasmimo educa a los seres humanos.
Para Erasmo, las creencias, forman parte de lo más íntimo de las personas, para el krausismo -que se desentiende de la única condición fundamental de nuestra existencia, que es la humana- las creencias también deben ser sometidas al condicionamiento, por eso promueve la laicidad -para crear hojas en blanco sobre las que pueda escribir su catecismo social dogmático-.
Hacia una renovación del humanismo
La única crisis que tiene nuestro mundo occidental, ni es económica, ni es social, ni es política, sencillamente es el resultado de la opresión del materialismo -socialismo, capitalismo- sobre la esencia del ser humano. La crisis que estamos viviendo es definitivamente la crisis de todos los materialismos -incluido el condicionalismo krausista tan venerado en España por la izquierda-; fundamentalmente es una crisis cultural, en la que el ser humano se ha rebelado contra una cultura de opresión económica y política, que asfixia su existencia.
Concluirá con la liberación del ser humano de sus opresores, y con el triunfo de las propuestas de Erasmo de Rotterdam. En el recién comenzado siglo XXI, se producirá la erradicación de los intermediarios parásitos -económicos, políticos, sociales- entre el ser humano y su vida, entre el ser humano y los demás seres humanos, entre el ser humano y el mundo que habita. Los políticos y los financieros son los agentes reaccionarios más perniciosos y resistentes al cambio, los principales escollos a superar en la evolución y el pleno desarrollo humano.
Erasmo nos advirtió contra todos ellos en su "Elogio de la Locura" hace quinientos años, y todavía no hemos aprendido la lección. La última epístola de Erasmo se escribirá el día que los ciudadanos seamos conscientes de que nuestra condición de seres humanos es esencial -inalienable-, que nuestra humanidad nos pertenece, es de nuestra propiedad, y no depende de ningún condicionamiento externo, ni de ninguna moral oficial, ni de ninguna pretensión ajena, que de ella quieran apropiarse.
La esencia de la libertad es la existencia humana sin alienaciones de ningún tipo, sin condicionamientos intencionados por alguien ajeno, sin representaciones organizadas desde el poder por los propagandistas sobre mundos ideales que nos serán proporcionados si renunciamos a nuestra libertad. La política argumental de Zapatero es la representación más denigrante del krausismo, pero España es la representación culminante del triunfo del erasmismo. No hay conciliación posible entre ambos planteamientos, porque son esencialmente contradictorios.
España no será krausista jamás, sus raices están bien asentadas sobre el humanismo de origen cristiano. La mayoría de nuestros problemas actuales proviene precisamente de la contradicción existente entre la tradición cultural de los españoles y las pretensiones inanes de unos políticos extraordinariamente incultos y advenedizos, a los que se oponen otros de identica categoría en la oposición. Esta situación de pobreza intelecutal sin duda haría exclamar hoy a Erasmo un "Non placet Hispania", como a la mayoría de los españoles. España, por su tradición erasmista -no por sus veleidades krausistas- está llamada a jugar un papel fundamental en la resolución de la crisis mundial que estamos viviendo, porque si España tiene importancia global, no es por ser la octava potencia mundial, sino por ser el crisol cultural más importante del mundo, donde se mezcla lo nuevo y lo viejo, lo trascendente y lo intrascendente, donde se mezcla lo humano en plenitud -y no por tener un presidente que promueve una imposible Alianza de Civilizaciones-.
La cultura española es mestiza, extraordinariamente orientada a lo humano -no a lo social-, por eso fracasarán todos los nacionalismos, que solo buscan la depuración de lo extraño. Los españoles, somos exactamente lo contrario, nuestra integración nacional -al igual que una utópica desintegración-, no proviene de ninguna instrucción, sino de la necesidad de eludir la alienación que supondría la preminencia de alguno de los actores sobre los demás, aquelloos que no acaben de comprender que los españoles, sin condiciones implantadas, ya somos iguales y libres, y de nuestra concepción de la igualdad y la libertad proviene la Constitución de 1978, que sencillamente reconoce la legitimación de lo existente.
No es cierto que la Constitución nos haga libres e iguales, es la profunda vocación de libertad y el fuerte sentimiento de igualdad de los españoles, unido a la fe irredenta en la justicia, la que ha promovido la existencia de nuestra Constitución, en la que quedan reconocidos nuestros derechos, que han emanado previamente de nuestra cultura y nuestras decisiones soberanas, como miembros de una nación irreductible a la voluntad de sus detractores. Los españoles, somos algo más que ciudadanos al servicio de los intereses de los políticos y sus veleidades.Enrique Suárez Retuerta