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domingo, 12 de febrero de 2012

Aquí yace lo que fue


"En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color, del cristal con que se mira" Ramón de Campoamor

Quizá sean las prisas de los tiempos que vivimos, tal vez la profusión de mensajes con que nos asedian cada día, pero sin duda las nuevas tecnologías están influyendo en nuestras vidas y mutando nuestras costumbres; reduciendo los mensajes que se transmiten, estableciendo nuevos códigos de comunicación que recortan las formas del lenguaje hasta su mínima expresión semántica. Los más jóvenes participan de la brevedad comunicacional mientras que los más viejos la aborrecen.

Hay un fenómeno que no se ha estudiado demasiado en nuestros días, que consiste en la hegemonía de la reducción semiótica sobre la carcasa sintáctica de los conceptos que se definen por las palabras. Pareciera que las palabras se van quedando escasas como elementos de comunicación; por eso, tal vez, está surgiendo un nuevo concepto de lenguaje, que mezcla una imagen con una frase breve, a veces con una contradicción entre ambos y en otras ocasiones, con una ratificación, creando un impacto cultural, un “meme” que se transmite con facilidad y se capta rápidamente. Un ejemplo es la imagen que abre este artículo.

Desde una perspectiva comunicacional, dicen que una imagen vale más que mil palabras, aunque no estoy muy de acuerdo con este lema mediático, pero hay que reconocer que la gente en estos tiempos prefiere una imagen a mil palabras, posiblemente porque requiera menos esfuerzo un vistazo que una lectura sosegada y reflexiva. Sin embargo, a mí me parece que este hábito social empobrece la comunicación, más que favorecerla.

Es difícil que una imagen pueda comunicar las emociones de un poema o la reflexión duradera de un aforismo que ha sobrevivido el paso del tiempo. No es cierto que las palabras sean menos auténticas que las imágenes, y sin embargo todo el mundo prefiere un impacto visual a una reflexión epistemológica.

Las imágenes también son engañosas, pueden confundirnos, no es cierto que la representación icónica de una imagen siempre sea auténtica, tampoco que esté más próxima a la realidad que su descripción literal. Algunos cuadros de Magritte, Escher, Erson, Dalí, El Bosco, Brueghel o Archimboldo nos muestran los errores de nuestras observaciones, nos inducen a sospechar de lo que vemos o miramos, tanto como Nietzsche, Marx o Freud de la realidad en la que vivimos. La realidad que contemplamos no es a veces tan auténtica como nos parece. Eso lo saben los magos de la publicidad y la propaganda, los manipuladores de nuestra conciencia.

Está claro que todos los mensajes a los que accedemos necesitan interpretación y para eso es imprescindible un criterio con cierta dosis de escepticismo y crítica, percibir no es todo, es necesario sentir y conocer para aprehender y comprender la realidad y aún reflexionar sobre lo percibido.

Sin embargo, el empaquetado para el consumo de los impactos culturales en sus envoltorios sencillos y atractivos, tiene sus ventajas e inconvenientes, por una parte permite su tránsito y tráfico con facilidad, lo que permite su acceso a la sociedad de masas, mientras que por otra parte, permite señalar una puerta al conocimiento y las sensaciones que, voluntariamente, pueden seguir explorándose. Al final es cultura en movimiento, es decir comunicación que permite que este mundo globalizado comparta elementos para entenderse y eso, sin duda, es mejor que el silencio o la ausencia de comunicación.

La simplificación en la comunicación no es algo malo, pero puede conducirnos al error, tanto como la complejidad. Lo sencillo, sin duda, es a veces, más complicado de lo que parece. Sin embargo muchas de las cosas que han prevalecido en nuestra cultura provienen de formatos sencillos, como los aforismos que hicieron famoso a Erasmo de Rotterdam o Hipócrates, las frases breves que nos dejaron la mayoría de los pensadores y personajes de nuestra historia, e incluso la paremiología, con refranes y proverbios que forman parte del acervo cultural producido por el sentido común a través de numerosas generaciones.

Sin embargo, no debemos caer en la reducción obligatoria a la que parecen empujarnos los tiempos y las modas, porque la navaja de Ockham, utilizada con desmesura, también puede acabar con más de lo necesario, hasta concluir en el epitafio de nuestra cultura: aquí yace lo que fue. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, pero lo malo, si breve, dos veces bueno, también; lo breve no es mejor que lo complejo o prolijo, es, sencillamente diferente, otra forma de comunicarnos, pero no la única, ni la más útil, ni la que más o mejor información contiene o transmite, ni la más hermosa, ni la más humana. Tal vez sea la más práctica en algunos canales que tienden a la comunicación telegráfica, pero no por ello son inútiles las demás formas de transmitir lo que somos, pensamos o sentimos, queremos o necesitamos, deseamos o aplaudimos.

La condición humana no se puede reducir a un SMS o un Tweet, aunque, seguramente, a los que tratan interesadamente de controlar nuestras vidas en su propio beneficio y provecho, de indexarnos y clasificarnos para ofrecernos lo que deseamos o necesitamos, les resultaría muy grato.

Enrique Suárez

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