No soporto a los malvados, pero aún menos a los desalmados que se esfuerzan en convencernos de su bondad altruista, de su ausencia de egoísmo, de los desvelos y sacrificios a los que dicen someterse para mejorar la existencia de sus congéneres.
No soporto a los políticos, de ningún partido o club social, porque su hipocresía y descaro rebasa los límites que cualquier ser humano normal puede resistir. La violencia de sus palabras de salvación me hiere profundamente.
No soporto a los estúpidos que se piensan inteligentes porque jugando sucio se elevan sobre los demás, ya que jugando limpio nunca lo podrían lograr. Pero además exigen respeto a los que, perplejos, contemplan su ascenso inmerecido
No soporto a los sectarios que se reúnen en bandas organizadas con intención depredadora sobre lo compartido y lo propio, con el único interés de repartirse el botín. No tolero a los intolerantes, no admito a los fanáticos, no creo en el gregarismo.
No soporto a los que intentan amordazar a los otros para que no digan lo que no les conviene, a los que sólo quieren libertad de expresión para sí mismos y para nadie más. A los que utilizan los medios de comunicación para resaltar su mensaje, mientras por detrás acallan, distorsionan o devalúan los de los que no piensan como ellos.
No soporto a los degenerados que cada día urden nuevas mentiras para seguir embaucando a los ingenuos o desinformados. No sobrellevo con resignación las harpías palabras de los que piensan una cosa y dicen otra para obtener ventaja.
No soporto a los soberbios, vanidosos y ególatras que pontifican sobre la desgracias que acontecerían si ellos no se ocuparan de nuestro porvenir. No asumo su depravación interesada.
No soporto a los rufianes que imponen su criterio sobre los de otros con la única intención de obtener privilegios de su posición social, económica o política. Tampoco acepto a los que juegan a ser víctimas perpetuas de los demás, cuando en realidad son víctimas de sí mismos, pero han aprendido a rentabilizar la culpabilidad en los otros, nunca en sí mismos.
No soporto a los taimados que aseguran su futuro a costa de malograr nuestro presente, a los que utilizan la astucia y la apariencia para desplazar a otros del lugar que les corresponde en la vida. A los que asaltan a los demás en cuanto tienen oportunidad, para más tarde señalarles como aprovechados.
No soporto a los deleznables que cuando alcanzan una posición de poder lo utilizan para oprimir a todo el que puedan y se aproxima a ellos, con el único objetivo de obtener beneficios propios, aunque sea a costa de perjudicar a otros.
No soporto a los que pregonan su honestidad, su filantropía, a los que presumen de no presumir, y a los que aseguran que sus intenciones son nobles cinco minutos antes de que dejen de serlo.
No soporto a los que esgrimen el “queridos ciudadanos, lo hacemos por vuestro bien”, conociendo de antemano que sus acciones sólo pueden traer más problemas y dificultades para los demás.
No soporto a los que se callan ante la injusticia, a los que miran a otro lado cuando presencian un crimen, o a los que se ríen en las narices de quienes reclaman algo que les pertenece.
No soporto a los que no dicen nada ante los engaños, las argucias, y las pantomimas de los que viven de amargarnos la vida. No puedo compartir su indolencia ante la desesperación de sus semejantes.
Definitivamente no soporto a la masa en la que se amalgaman todos los despropósitos y desmanes de la autoridad inmerecida y la ausencia de respeto por el ser humano. No creo en la fortuna, ni en la casualidad, ni en el azar, como tampoco creo en los políticos y sus mentiras, que nos convierten en sus siervos, cuando en realidad somos sus soberanos.
Por eso protesto, por todas estas cosas he protestado, y por todas estas cosas protestaré y exigiré mis derechos desde la libertad. Sólo o acompañado de otros, me da exactamente igual.
He decidido dejar de soportar lo que me degrada. Mi camino no lo determinan los que no soporto, que más quisieran.
¿Y el tuyo?, ¿y el vuestro?.
Enrique Suárez Retuerta
No soporto a los políticos, de ningún partido o club social, porque su hipocresía y descaro rebasa los límites que cualquier ser humano normal puede resistir. La violencia de sus palabras de salvación me hiere profundamente.
No soporto a los estúpidos que se piensan inteligentes porque jugando sucio se elevan sobre los demás, ya que jugando limpio nunca lo podrían lograr. Pero además exigen respeto a los que, perplejos, contemplan su ascenso inmerecido
No soporto a los sectarios que se reúnen en bandas organizadas con intención depredadora sobre lo compartido y lo propio, con el único interés de repartirse el botín. No tolero a los intolerantes, no admito a los fanáticos, no creo en el gregarismo.
No soporto a los que intentan amordazar a los otros para que no digan lo que no les conviene, a los que sólo quieren libertad de expresión para sí mismos y para nadie más. A los que utilizan los medios de comunicación para resaltar su mensaje, mientras por detrás acallan, distorsionan o devalúan los de los que no piensan como ellos.
No soporto a los degenerados que cada día urden nuevas mentiras para seguir embaucando a los ingenuos o desinformados. No sobrellevo con resignación las harpías palabras de los que piensan una cosa y dicen otra para obtener ventaja.
No soporto a los soberbios, vanidosos y ególatras que pontifican sobre la desgracias que acontecerían si ellos no se ocuparan de nuestro porvenir. No asumo su depravación interesada.
No soporto a los rufianes que imponen su criterio sobre los de otros con la única intención de obtener privilegios de su posición social, económica o política. Tampoco acepto a los que juegan a ser víctimas perpetuas de los demás, cuando en realidad son víctimas de sí mismos, pero han aprendido a rentabilizar la culpabilidad en los otros, nunca en sí mismos.
No soporto a los taimados que aseguran su futuro a costa de malograr nuestro presente, a los que utilizan la astucia y la apariencia para desplazar a otros del lugar que les corresponde en la vida. A los que asaltan a los demás en cuanto tienen oportunidad, para más tarde señalarles como aprovechados.
No soporto a los deleznables que cuando alcanzan una posición de poder lo utilizan para oprimir a todo el que puedan y se aproxima a ellos, con el único objetivo de obtener beneficios propios, aunque sea a costa de perjudicar a otros.
No soporto a los que pregonan su honestidad, su filantropía, a los que presumen de no presumir, y a los que aseguran que sus intenciones son nobles cinco minutos antes de que dejen de serlo.
No soporto a los que esgrimen el “queridos ciudadanos, lo hacemos por vuestro bien”, conociendo de antemano que sus acciones sólo pueden traer más problemas y dificultades para los demás.
No soporto a los que se callan ante la injusticia, a los que miran a otro lado cuando presencian un crimen, o a los que se ríen en las narices de quienes reclaman algo que les pertenece.
No soporto a los que no dicen nada ante los engaños, las argucias, y las pantomimas de los que viven de amargarnos la vida. No puedo compartir su indolencia ante la desesperación de sus semejantes.
Definitivamente no soporto a la masa en la que se amalgaman todos los despropósitos y desmanes de la autoridad inmerecida y la ausencia de respeto por el ser humano. No creo en la fortuna, ni en la casualidad, ni en el azar, como tampoco creo en los políticos y sus mentiras, que nos convierten en sus siervos, cuando en realidad somos sus soberanos.
Por eso protesto, por todas estas cosas he protestado, y por todas estas cosas protestaré y exigiré mis derechos desde la libertad. Sólo o acompañado de otros, me da exactamente igual.
He decidido dejar de soportar lo que me degrada. Mi camino no lo determinan los que no soporto, que más quisieran.
¿Y el tuyo?, ¿y el vuestro?.
Enrique Suárez Retuerta