Siguen empeñados los miembros de la casta en
convencer a los españoles de que sin
ellos estaríamos expuestos al abismo de todos los males, cuando en realidad protegen sus propios intereses,
mientras al otro lado de la puerta que guardan con sus vidas y obras se halla
el paraíso terrenal en el que ellos viven, cuando sus representados nos hemos
quedado en súbditos del infierno que han creado en este país. Ser miembro de la
casta política permite una vida cómoda, fetén, feliz, con poco trabajo y buenos sueldos, privilegios y prebendas, inmunidades e impunidades, con las únicas molestias que puedan causar los damnificados, que siempre son más escasas
de lo que debieran.
Hace mucho tiempo que se viene denunciando desde
este medio y otros, que los miembros de los partidos políticos representados en
las distintas instituciones de este país y sus votantes no son demócratas, más
bien auténticos enemigos de la
democracia. Ser votante de una formación política que no es democrática, ni
cumple la ley, ni lucha contra la corrupción sino que la cultiva, ni es
responsable de sus crímenes y delitos, no concede condición democrática ni al
elegido, ni al elector, sino de crápula
al sobrealzado, y de idiota, al
impulsor. En España hay muchos crápulas
e idiotas que devienen demócratas por el milagro de las urnas.
Un demócrata no vota por la fe en las hermosas
palabras que les cuentan los candidatos a representarles, ni por la creencia en
que son mejores candidatos que sus opuestos, porque ser demócrata no es una
virtud que se concede por la gracia de Dios, ni siquiera de la Televisión Española
que dice aquello de que se ha vivido la fiesta de la democracia cuando las
urnas se llenan de votos. Ser demócrata no se regala con el carnet de
identidad, sino con el criterio de exigir a los representantes políticos cuenta
de sus obras, que se dejen de cuentos y rindan cuentas, pero también en no
aceptar una farsa representativa.
La democracia no es una doctrina, sino un
mecanismo que permite gobernar a unos con el permiso de sus gobernados, nada
más. La democracia no incluye para nada las trampas en las que vive nuestro
sistema representativo para impedir que alguien que no pertenezca a la casta
pueda representar a sus compatriotas, esas trampas las han incluido los herederos de Franco, que dejó atado y bien
atado todo, para que el poder siguiera en las mismas manos, en la casta. La
derecha es la casta por naturaleza, y la izquierda la casta por adscripción,
ambas doctrinas viven de impartir la doctrina de que el sistema representativo
español es una democracia, cuando es una auténtica mierda que permite que
jueces prevaricadores se pasen por las más altas instancias de la justicia
española, que los medios de comunicación mientan a los españoles sin descanso
al servicio exclusivamente de sus intereses, o que los políticos salgan impunes
de todos sus crímenes y delitos, contra las leyes que ellos mismos han
propuesto, independientemente de que sea mintiendo miserablemente, usurpando las instituciones o transfiriendo el
dinero público a sus cuentas corrientes en paraísos fiscales, sean Suiza (PP) o
Gibraltar (PSOE); nada distingue a los
depredadores políticos más que el cuento que nos cuentan para embaucarnos, la
depredación es similar en todas las formaciones políticas.
Una democracia sin libertad, en la que no se
puede elegir libremente a los representantes políticos, que siempre son
seleccionados previamente por aquellos guardianes de la casta que conforman las
cúpulas de los partidos políticos, no es una democracia. Una democracia en la
que no se puede ser elegible, sino te apoya alguien con poder, tienes dinero
para vencer todas las trabas legales y paciencia para eludir todas las
zancadillas, no es una democracia. Una democracia en la que los partidos
políticos nombran a los jueces que han de juzgarles en última instancia y a la Junta Electoral Central que dirime las
discordias y los fraudes electorales, es un cuento de terror político.
La democracia no es una doctrina, porque los
demócratas no votan por sus creencias particulares, sino por los hechos
realizados, pasando factura cuando las promesas no coinciden con los hechos. La
democracia no es una fe, sino un instrumento para controlar el poder político
desde que los griegos lo inventaron, precisamente para cumplir esa función e
impedir que los poderosos se hicieran aún más poderosos, más ricos o más crápulas
y tiranos.
En España, los demócratas de la experiencia somos
minoría con respecto a los demócratas de la creencia, que consideran que ser
demócrata es hacer lo que les manden desde los partidos políticos y los medios
de comunicación. En esta país siempre ha habido gente con alma de siervo,
dispuesto a buscarse un señor que no le haga pensar demasiado, así se explican
las felonías de Fernando VII, los golpes de Estado, la guerra civil, la
dictadura de Franco y esta cochambrosa democracia que nos han regalado los que
detentan el poder en la casta, como enmascaramiento de una dictadura.
Es difícil que las cosas cambien en la política
española, porque todo está atado y bien atado por la casta desde 1812 hasta
ahora, por eso es preciso crear y
mantener una farsa democrática para que la gente se crea que vive en una
democracia y acudan felices a las urnas a ratificar la desmesura y opresión de
sus depredadores, por la Gracia de Dios, o por la gracia de Zapatero o Rajoy.
Ya lo decía Carlo María Cipolla en “Allegro ma
non troppo” la peor soberbia es la de la ignorancia, que convierte a los
estúpidos en supuestos demócratas, para que los malvados puedan seguir viviendo
a costa de todos, mientras los demócratas auténticos no salimos de nuestro asombro.
Para ser demócrata hay que dejar de creer en la farsa política que se representa en
España y exigir responsabilidades por los delitos cometidos por la casta política,
no seguir acudiendo a las urnas como borregos para elevar a los miserables a la
condición de amos.
Enrique Suárez