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jueves, 15 de agosto de 2013

La democracia no es una doctrina




Siguen empeñados los miembros de la casta en convencer a los españoles  de que sin ellos estaríamos expuestos al abismo de todos los males, cuando en realidad protegen sus propios intereses, mientras al otro lado de la puerta que guardan con sus vidas y obras se halla el paraíso terrenal en el que ellos viven, cuando sus representados nos hemos quedado en súbditos del infierno que han creado en este país. Ser miembro de la casta política permite una vida cómoda, fetén, feliz, con poco trabajo y buenos sueldos, privilegios y prebendas, inmunidades e impunidades, con las únicas molestias que puedan causar los damnificados, que siempre son más escasas de lo que debieran.


Hace mucho tiempo que se viene denunciando desde este medio y otros, que los miembros de los partidos políticos representados en las distintas instituciones de este país y sus votantes no son demócratas, más bien  auténticos enemigos de la democracia. Ser votante de una formación política que no es democrática, ni cumple la ley, ni lucha contra la corrupción sino que la cultiva, ni es responsable de sus crímenes y delitos, no concede condición democrática ni al elegido, ni  al elector, sino de crápula al sobrealzado, y de  idiota, al impulsor.  En España hay muchos crápulas e idiotas que devienen demócratas por el milagro de las urnas.


Un demócrata no vota por la fe en las hermosas palabras que les cuentan los candidatos a representarles, ni por la creencia en que son mejores candidatos que sus opuestos, porque ser demócrata no es una virtud que se concede por la gracia de Dios, ni siquiera de la Televisión Española que dice aquello de que se ha vivido la fiesta de la democracia cuando las urnas se llenan de votos. Ser demócrata no se regala con el carnet de identidad, sino con el criterio de exigir a los representantes políticos cuenta de sus obras, que se dejen de cuentos y rindan cuentas, pero también en no aceptar una farsa representativa.


La democracia no es una doctrina, sino un mecanismo que permite gobernar a unos con el permiso de sus gobernados, nada más. La democracia no incluye para nada las trampas en las que vive nuestro sistema representativo para impedir que alguien que no pertenezca a la casta pueda representar a sus compatriotas, esas trampas  las han incluido los herederos de Franco, que dejó atado y bien atado todo, para que el poder siguiera en las mismas manos, en la casta. La derecha es la casta por naturaleza, y la izquierda la casta por adscripción, ambas doctrinas viven de impartir la doctrina de que el sistema representativo español es una democracia, cuando es una auténtica mierda que permite que jueces prevaricadores se pasen por las más altas instancias de la justicia española, que los medios de comunicación mientan a los españoles sin descanso al servicio exclusivamente de sus intereses, o que los políticos salgan impunes de todos sus crímenes y delitos, contra las leyes que ellos mismos han propuesto, independientemente de que sea mintiendo  miserablemente, usurpando las instituciones o transfiriendo el dinero público a sus cuentas corrientes en paraísos fiscales, sean Suiza (PP) o Gibraltar (PSOE);  nada distingue a los depredadores políticos más que el cuento que nos cuentan para embaucarnos, la depredación es similar en todas las formaciones políticas.


Una democracia sin libertad, en la que no se puede elegir libremente a los representantes políticos, que siempre son seleccionados previamente por aquellos guardianes de la casta que conforman las cúpulas de los partidos políticos, no es una democracia. Una democracia en la que no se puede ser elegible, sino te apoya alguien con poder, tienes dinero para vencer todas las trabas legales y paciencia para eludir todas las zancadillas, no es una democracia. Una democracia en la que los partidos políticos nombran a los jueces que han de juzgarles en última instancia y a  la Junta Electoral Central que dirime las discordias y los fraudes electorales, es un cuento de terror político.


La democracia no es una doctrina, porque los demócratas no votan por sus creencias particulares, sino por los hechos realizados, pasando factura cuando las promesas no coinciden con los hechos. La democracia no es una fe, sino un instrumento para controlar el poder político desde que los griegos lo inventaron, precisamente para cumplir esa función e impedir que los poderosos se hicieran aún más poderosos, más ricos o más crápulas y tiranos.


En España, los demócratas de la experiencia somos minoría con respecto a los demócratas de la creencia, que consideran que ser demócrata es hacer lo que les manden desde los partidos políticos y los medios de comunicación.  En esta país siempre ha habido gente con alma de siervo, dispuesto a buscarse un señor que no le haga pensar demasiado, así se explican las felonías de Fernando VII, los golpes de Estado, la guerra civil, la dictadura de Franco y esta cochambrosa democracia que nos han regalado los que detentan el poder en la casta, como enmascaramiento de una dictadura.


Es difícil que las cosas cambien en la política española, porque todo está atado y bien atado por la casta desde 1812 hasta ahora,  por eso es preciso crear y mantener una farsa democrática para que la gente se crea que vive en una democracia y acudan felices a las urnas a ratificar la desmesura y opresión de sus depredadores, por la Gracia de Dios, o por la gracia de Zapatero o Rajoy.


Ya lo decía Carlo María Cipolla en “Allegro ma non troppo” la peor soberbia es la de la ignorancia,  que convierte a los estúpidos en supuestos demócratas, para que los malvados puedan seguir viviendo a costa de todos, mientras los demócratas auténticos no salimos de nuestro asombro.
Para ser demócrata hay que dejar de creer en la farsa política que se representa en España y exigir responsabilidades por los delitos cometidos por la casta política, no seguir acudiendo a las urnas como borregos para elevar a los miserables a la condición de amos.


Enrique Suárez


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