Hace mucho tiempo que he convertido en
vocación pública mi cruzada personal contra los políticos españoles, contra los
partidos que los congregan, contra la inmunidad e impunidad que se conceden
ante los delitos y corrupciones con las que se benefician
No hago con ello, algo
diferente de lo que hicieron otros que me precedieron en la lucha contra
opresión del poder desde hace siglos. Ralph Dahrendorf concedió la denominación
de “erasmistas” para aquellos “guardianes de la democracia y la libertad” que
se oponen a la farsa representativa, a las imposiciones del poder, a las
censuras e intoxicaciones mediáticas, a las servidumbres de la justicia al
poder, a los simulacros de impostura de las manifestaciones que tratan de usurpar
la representación del pueblo y a todas aquellas argucias, trampas, y miserias,
de las que los que detentan el poder hacen uso y abuso, para mantener al pueblo
en subsidio de su estupidez, en larga y penosa peregrinación hacia el totalitarismo.
“Ecrasez l´infame”
(aplastad al infame), recomendaba Voltaire como acto de repudio público de
todos aquellos que simulaban ser salvadores y eran verdugos, sin embargo, una
vez más ha sido Tom Paine el que nos concedió una revelación de sentido común:
“La mayor amenaza a nuestra democracia
no viene de aquellos que abiertamente se oponen a nosotros, sino de aquellos
que lo hacen en silencio junto a nosotros”. Ciertamente es así, la democracia
no evita que sus enemigos se instalen en ella para destruirla, como podemos
comprobar cada día en la evolución de la política española, su proceder siempre
es el mismo, primero anular la libertad de los demás, y luego implantar su
versión propia de la moral que ampara sus intereses.
Lo
hemos visto en Cataluña con la deriva secesionista de sus instituciones
representativas, pero también en Euskadi con la reinvención del lenguaje para
denominar a los criminales hombres de paz, olvidando sus crímenes. Pero también
en los páramos desolados de higiene en los asuntos públicos de Valencia o
Andalucía.
Lo
hemos constatado en las ofertas saduceas del PSOE o el PP, ambos obstinados en
revelarnos que su visión del mundo es la única posible, ambos con sus
mitologías particulares, ambos en la representación inolvidable de su impostura
y su farsa, y en la impunidad que se conceden con aforamientos y Fiscales
Generales del Estado que actúan como brazos ejecutores del poder político en el
poder judicial, precisamente para hacer lo contrario de lo que está en sus
obligaciones: tapar la corrupción, en vez de perseguirla.
La
connivencia entre el poder político y el poder judicial en España, elimina
cualquier atisbo de democracia en nuestra organización del Estado, lo podemos
comprobar en la designación de los miembros de las más altas instancias
jurídicas: Tribunal de Cuentas, Tribunal Constitucional, Consejo General del
Poder Judicial.
Si
ayer se denunció cualquier posibilidad ontológica o formal de existencia de
democracia en nuestro país, hoy vamos a hacerlo sobre sus contenidos,
fundamentados en los motivos para creer.
La
política en España es el arte de prometer lo que no se va a cumplir e incumplir
lo que se ha prometido. Si alguien se dedicara a analizar lo que se ha ofrecido
en los proyectos electorales y lo que se ha conseguido en los hechos
gubernamentales, podría comprobar que todo es una farsa, una mentira, un
atentado contra cualquier razón, lógica o sentido común. Sólo hay que recordar
la frase del Presidente Mariano Rajoy: “me siento satisfecho de haber cumplido
con mi deber, aunque no haya cumplido con mi programa”, es decir, se siente satisfecho
de haber embaucado a los españoles y se queda tan fresco.
Pero
quizás la mejor forma de desenmascarar a los farsantes de todos los partidos
sea la apelación al padre de la dialéctica, Hegel, cuando pronunció aquella
magnífica frase: “la lechuza de Minerva extiende sus alas al anochecer”,
invitándonos a pensar que todas las benévolas propuestas de mejorar el futuro
se olvidan de resolver los problemas del presente.
Sean
los derechos sociales defendidos por el PSOE, sea la austeridad del Estado defendida
por el PP, no resuelven los problemas de los cinco millones de parados, de la
desorbitada deuda pública que tenemos, del déficit del Estado que proviene de
la inflación de empleados públicos que tenemos en este país, único sector en el
que ha crecido el empleo en un 25 % mientras que el desempleo se iba hasta el
25 % en la población general. No se puede admitir que en España tengamos dos o
tres empleados públicos para resolver los mismos problemas que en Alemania
resuelve uno solo.
Quizás
haya llegado la hora de que los españoles reflexionen y lo hagan con serenidad,
prudencia y perseverancia, porque todas las promesas realizadas e incumplidas
por los políticos, en sus grandes revelaciones electorales, convierten el
escenario de la política española en un ámbito religioso donde el paraíso
siempre se traslada a la utopía que alcanzan los buenos votantes que confían en
ellos, siempre en el más allá, mientras en el más acá, sufren la inmisericorde
estupidez de aquellos que han elegido para amargarles la vida.
Es
hora de desconfiar en los políticos (de todos los partidos), tanto como hasta ahora habíamos confiado
en ellos. Es hora de adelgazar su poder, imponiéndoles una dieta electoral
adecuada, fundamentalmente por salud pública.
Enrique
Suárez