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domingo, 6 de abril de 2014

Adelgazar el poder de los impostores con una austera dieta electoral


Hace mucho tiempo que he convertido en vocación pública mi cruzada personal contra los políticos españoles, contra los partidos que los congregan, contra la inmunidad e impunidad que se conceden ante los delitos y corrupciones con las que se benefician

No hago con ello, algo diferente de lo que hicieron otros que me precedieron en la lucha contra opresión del poder desde hace siglos. Ralph Dahrendorf concedió la denominación de “erasmistas” para aquellos “guardianes de la democracia y la libertad” que se oponen a la farsa representativa, a las imposiciones del poder, a las censuras e intoxicaciones mediáticas, a las servidumbres de la justicia al poder, a los simulacros de impostura de las manifestaciones que tratan de usurpar la representación del pueblo y a todas aquellas argucias, trampas, y miserias, de las que los que detentan el poder hacen uso y abuso, para mantener al pueblo en subsidio de su estupidez, en larga y penosa peregrinación hacia el totalitarismo.

“Ecrasez l´infame” (aplastad al infame), recomendaba Voltaire como acto de repudio público de todos aquellos que simulaban ser salvadores y eran verdugos, sin embargo, una vez más ha sido Tom Paine el que nos concedió una revelación de sentido común: “La mayor amenaza a nuestra democracia no viene de aquellos que abiertamente se oponen a nosotros, sino de aquellos que lo hacen en silencio junto a nosotros”. Ciertamente es así, la democracia no evita que sus enemigos se instalen en ella para destruirla, como podemos comprobar cada día en la evolución de la política española, su proceder siempre es el mismo, primero anular la libertad de los demás, y luego implantar su versión propia de la moral que ampara sus intereses.

Lo hemos visto en Cataluña con la deriva secesionista de sus instituciones representativas, pero también en Euskadi con la reinvención del lenguaje para denominar a los criminales hombres de paz, olvidando sus crímenes. Pero también en los páramos desolados de higiene en los asuntos públicos de Valencia o Andalucía.

Lo hemos constatado en las ofertas saduceas del PSOE o el PP, ambos obstinados en revelarnos que su visión del mundo es la única posible, ambos con sus mitologías particulares, ambos en la representación inolvidable de su impostura y su farsa, y en la impunidad que se conceden con aforamientos y Fiscales Generales del Estado que actúan como brazos ejecutores del poder político en el poder judicial, precisamente para hacer lo contrario de lo que está en sus obligaciones: tapar la corrupción, en vez de perseguirla.

La connivencia entre el poder político y el poder judicial en España, elimina cualquier atisbo de democracia en nuestra organización del Estado, lo podemos comprobar en la designación de los miembros de las más altas instancias jurídicas: Tribunal de Cuentas, Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial.

Si ayer se denunció cualquier posibilidad ontológica o formal de existencia de democracia en nuestro país, hoy vamos a hacerlo sobre sus contenidos, fundamentados en los motivos para creer.

La política en España es el arte de prometer lo que no se va a cumplir e incumplir lo que se ha prometido. Si alguien se dedicara a analizar lo que se ha ofrecido en los proyectos electorales y lo que se ha conseguido en los hechos gubernamentales, podría comprobar que todo es una farsa, una mentira, un atentado contra cualquier razón, lógica o sentido común. Sólo hay que recordar la frase del Presidente Mariano Rajoy: “me siento satisfecho de haber cumplido con mi deber, aunque no haya cumplido con mi programa”, es decir, se siente satisfecho de haber embaucado a los españoles y se queda tan fresco.

Pero quizás la mejor forma de desenmascarar a los farsantes de todos los partidos sea la apelación al padre de la dialéctica, Hegel, cuando pronunció aquella magnífica frase: “la lechuza de Minerva extiende sus alas al anochecer”, invitándonos a pensar que todas las benévolas propuestas de mejorar el futuro se olvidan de resolver los problemas del presente.

Sean los derechos sociales defendidos por el PSOE, sea la austeridad del Estado defendida por el PP, no resuelven los problemas de los cinco millones de parados, de la desorbitada deuda pública que tenemos, del déficit del Estado que proviene de la inflación de empleados públicos que tenemos en este país, único sector en el que ha crecido el empleo en un 25 % mientras que el desempleo se iba hasta el 25 % en la población general. No se puede admitir que en España tengamos dos o tres empleados públicos para resolver los mismos problemas que en Alemania resuelve uno solo.

Quizás haya llegado la hora de que los españoles reflexionen y lo hagan con serenidad, prudencia y perseverancia, porque todas las promesas realizadas e incumplidas por los políticos, en sus grandes revelaciones electorales, convierten el escenario de la política española en un ámbito religioso donde el paraíso siempre se traslada a la utopía que alcanzan los buenos votantes que confían en ellos, siempre en el más allá, mientras en el más acá, sufren la inmisericorde estupidez de aquellos que han elegido para amargarles la vida.

Es hora de desconfiar en los políticos (de todos los partidos), tanto como hasta ahora habíamos confiado en ellos. Es hora de adelgazar su poder, imponiéndoles una dieta electoral adecuada, fundamentalmente por salud pública.


Enrique Suárez

1 comentario:

fractalio dijo...

Enrique, no es hora de desconfiar en los políticos de todos los partidos, esa hora fue hace ya treinta años. Si lo hubiéramos hecho todos entonces, otro gallo nos cantara. Me temo que ya es tarde. Y más todavía si seguimos viendo la realidad de la participación en las urnas una tras otra, ahí, obstinadamente, ciegamente. La llamada a la abstención es un grito en el desierto. Y todo, cualquier proyecto social, económico o político, cualquier aspiración a un mínimo de racionalidad y de desenmascaramiento de los verdaderos autores de esta debacle pasa por una abstención masiva, pero sigue siendo una utopía.

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