"No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?"
Francisco de Quevedo y Villegas
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?"
Francisco de Quevedo y Villegas
Erasmo de Rotterdam fue coleccionista de adagios políticos, frases pronunciadas por filósofos, epigramas de la mitología, sentencias del acervo popular, que con el paso del tiempo terminaron formando parte del sentido común del pueblo que condena la estupidez, mendacidad y desmesura de los poderosos, con esa intensidad breve y certera que siega la vida de los argumentos retóricos y fastuosos de los que se creen a sí mismos distinguidos, mientras muestran, sin recato alguno, sus miserias.
Dos acontecimientos de la política española han llamado mi atención en los últimos tiempos, por mostrar en toda su intensidad los conflictos de poder que se establecen entre los postulantes. El primero han sido las elecciones primarias del PSOE en Madrid, en las que el Presidente Rodríguez Zapatero trató de imponer su voluntad y su candidata, Trinidad Jiménez, a los socialistas madrileños, provocando la rebelión de Tomás Gómez, el secretario de la FSM, que al final resultó elegido. Quizás de todo el proceso saturnino lo mejor haya sido la despedida con portazo de Ángel Gimeno, aspirante a candidato que no logró reunir los avales suficientes para presentarse y que se ha ido del PSOE tras 30 años con un discurso final de antología, que encontrarán en este blog. La democracia resolvió la cuestión y el nombramiento de Trinidad Jiménez como Ministra de Exteriores mostró a todos que el poder lo tiene Zapatero y no el PSOE.
El otro caso singular ocurre en el PP, con el proyecto de candidatura de Francisco Álvarez Cascos a la Presidencia del Principado de Asturias, bloqueada intensamente por los dirigentes regionales del partido, al tiempo que se proclama por aclamación de "la legión de picopaleadores" que la promociona y se ve con extraordinaria simpatía por los asturianos, que en encustas le otorgan una mayoría absoluta (51,5 % de los votos) sin que prácticamente el candidato haya dicho ni esta boca es mía. En la dirección nacional del PP se debate la cuestión con la cadencia de un proceso de beatificación en el Vaticano, sin tener en cuenta siquiera un razonamiento sencillo: la presencia de Cascos en una candidatura recibirá todos los votos del PP –menos los de los dirigentes regionales, sus familias y allegados, que no llegarán a 200-, más los votos que obtendrá Cascos por sí mismo y que no irían al PP de no ser por su presencia; pero en sentido contrario, la ausencia de Cascos, salvo que los del PSOE decidan votar por el PP solidariamente por el enorme favor que les han hecho por no presentar a Cascos, no recibirá ni siquiera los votos de los ciudadanos que habitualmente votan por el PP, que no acaban de comprender como no se le da salida al mejor de los candidatos posibles.
Así que la cuestión a determinar por la dirección nacional del PP no es si cuentan o no cuentan con la presencia de Cascos como candidato, sino la de si quieren o no quieren ganar las elecciones en Asturias, con Cascos es prácticamente seguro que lo conseguirán, pero sin Cascos, prácticamente imposible, porque cosecharían un voto de castigo de los ciudadanos asturianos que pasaría directamente a los anales del estropicio.
Mientras tanto, Cascos, con sabiduría florentina, denotando una sagacidad de la que todos sus opositores juntos carecen, desde un silencio que retumba, va dejando que el cocido de su regreso a la política se vaya haciendo a fuego lento, mientras recibe cada día más apoyos (y más apasionados), al tiempo que sus detractores cosechan más exabruptos y se van quedando más en ridículo, porque cada día que pasa va estando más claro que lo único que defienden es su posición de poder y privilegio, no el interés general de los asturianos.
Y algunos de nuestros lectores dirán, pero si Biante no es del PP y abjura en sus escritos de la política española, más del PSOE por qué gobierna, pero no menos del PP por qué hace una pésima oposición. Tienen razón, ésto no se arregla con la presencia de una persona, sino con un cambio en la mentalidad de los españoles en sus relaciones con el poder.
Que quieren que les diga, pero siento atracción por los disidentes, por aquellos que se enfrentan a la estupidez del poder o a los estúpidos que detentan el poder, que uno también se puede permitir alguna debilidad romántica ante el infierno postmodernista de la política en que estamos viviendo, y no voy a negarlo, miro con buenos ojos a Cascos, porque siempre me ha parecido un soplo de realidad, vigor y rigor, ante la que está cayendo. No creo que los problemas de la política asturiana y española se resuelvan con la presencia de Cascos, no soy iconoclasta, ni estúpido, pero de lo que estoy seguro es que peor se resolverán con su ausencia.
Como decía Erasmo de Rotterdam: “para Rey o para Necio se nace”, de lo que sí estoy seguro, (al contrario de lo que puedo pensar de todos sus detractores y los que no acaban de decidir algo tan sencillo como su candidatura al Principado de Asturias, esperando señales del más allá o la inspiración divina), es de que Cascos no es un necio; lo de si será un buen presidente autonómico o no, eso ya se verá, lo que está claro es que si llega a Presidente del Principado de Asturias va a ser como una galerna que cambiará las cosas para siempre en la política asturiana y posiblemente en la española, y eso, cuando las cosas ya no son buenas y están absolutamente podridas, ciertamente puede ser magnífico.
Biante de Priena
Dos acontecimientos de la política española han llamado mi atención en los últimos tiempos, por mostrar en toda su intensidad los conflictos de poder que se establecen entre los postulantes. El primero han sido las elecciones primarias del PSOE en Madrid, en las que el Presidente Rodríguez Zapatero trató de imponer su voluntad y su candidata, Trinidad Jiménez, a los socialistas madrileños, provocando la rebelión de Tomás Gómez, el secretario de la FSM, que al final resultó elegido. Quizás de todo el proceso saturnino lo mejor haya sido la despedida con portazo de Ángel Gimeno, aspirante a candidato que no logró reunir los avales suficientes para presentarse y que se ha ido del PSOE tras 30 años con un discurso final de antología, que encontrarán en este blog. La democracia resolvió la cuestión y el nombramiento de Trinidad Jiménez como Ministra de Exteriores mostró a todos que el poder lo tiene Zapatero y no el PSOE.
El otro caso singular ocurre en el PP, con el proyecto de candidatura de Francisco Álvarez Cascos a la Presidencia del Principado de Asturias, bloqueada intensamente por los dirigentes regionales del partido, al tiempo que se proclama por aclamación de "la legión de picopaleadores" que la promociona y se ve con extraordinaria simpatía por los asturianos, que en encustas le otorgan una mayoría absoluta (51,5 % de los votos) sin que prácticamente el candidato haya dicho ni esta boca es mía. En la dirección nacional del PP se debate la cuestión con la cadencia de un proceso de beatificación en el Vaticano, sin tener en cuenta siquiera un razonamiento sencillo: la presencia de Cascos en una candidatura recibirá todos los votos del PP –menos los de los dirigentes regionales, sus familias y allegados, que no llegarán a 200-, más los votos que obtendrá Cascos por sí mismo y que no irían al PP de no ser por su presencia; pero en sentido contrario, la ausencia de Cascos, salvo que los del PSOE decidan votar por el PP solidariamente por el enorme favor que les han hecho por no presentar a Cascos, no recibirá ni siquiera los votos de los ciudadanos que habitualmente votan por el PP, que no acaban de comprender como no se le da salida al mejor de los candidatos posibles.
Así que la cuestión a determinar por la dirección nacional del PP no es si cuentan o no cuentan con la presencia de Cascos como candidato, sino la de si quieren o no quieren ganar las elecciones en Asturias, con Cascos es prácticamente seguro que lo conseguirán, pero sin Cascos, prácticamente imposible, porque cosecharían un voto de castigo de los ciudadanos asturianos que pasaría directamente a los anales del estropicio.
Mientras tanto, Cascos, con sabiduría florentina, denotando una sagacidad de la que todos sus opositores juntos carecen, desde un silencio que retumba, va dejando que el cocido de su regreso a la política se vaya haciendo a fuego lento, mientras recibe cada día más apoyos (y más apasionados), al tiempo que sus detractores cosechan más exabruptos y se van quedando más en ridículo, porque cada día que pasa va estando más claro que lo único que defienden es su posición de poder y privilegio, no el interés general de los asturianos.
Y algunos de nuestros lectores dirán, pero si Biante no es del PP y abjura en sus escritos de la política española, más del PSOE por qué gobierna, pero no menos del PP por qué hace una pésima oposición. Tienen razón, ésto no se arregla con la presencia de una persona, sino con un cambio en la mentalidad de los españoles en sus relaciones con el poder.
Que quieren que les diga, pero siento atracción por los disidentes, por aquellos que se enfrentan a la estupidez del poder o a los estúpidos que detentan el poder, que uno también se puede permitir alguna debilidad romántica ante el infierno postmodernista de la política en que estamos viviendo, y no voy a negarlo, miro con buenos ojos a Cascos, porque siempre me ha parecido un soplo de realidad, vigor y rigor, ante la que está cayendo. No creo que los problemas de la política asturiana y española se resuelvan con la presencia de Cascos, no soy iconoclasta, ni estúpido, pero de lo que estoy seguro es que peor se resolverán con su ausencia.
Como decía Erasmo de Rotterdam: “para Rey o para Necio se nace”, de lo que sí estoy seguro, (al contrario de lo que puedo pensar de todos sus detractores y los que no acaban de decidir algo tan sencillo como su candidatura al Principado de Asturias, esperando señales del más allá o la inspiración divina), es de que Cascos no es un necio; lo de si será un buen presidente autonómico o no, eso ya se verá, lo que está claro es que si llega a Presidente del Principado de Asturias va a ser como una galerna que cambiará las cosas para siempre en la política asturiana y posiblemente en la española, y eso, cuando las cosas ya no son buenas y están absolutamente podridas, ciertamente puede ser magnífico.
Biante de Priena