La política en España era el arte de lo posible, hasta que el PSOE de Rodríguez Zapatero triunfó en las elecciones de marzo de 2004. Desde entonces el debate político no ha dejado de degenerar hasta alcanzar las mayores cotas de depravación de la historia de la vigente democracia; la política en España ha dejado de ser considerada como arte para convertirse en un escenario imposible. Esto se lo debemos en su justa proporción al partido que gobierna, pero también a todos los de la oposición.
España necesita con urgencia una opción política transversal, que permita devolver la vertebración al debate político, y lo centre en dimensión a las demandas de los ciudadanos. Sirviendo además de fiel a la balanza con la que se pesa la realidad social en nuestro país.
Es inadmisible en pleno siglo XXI, por injusta, la desigualdad existente entre políticos y ciudadanos. Por eso se requiere la transversalidad, que se opone al poder vertical existente en los partidos políticos convencionales, en los que el peso del líder y su corte, es mayor que el de todos los militantes, y por supuesto que el de todos sus electores. Esta jerarquía prácticamente religiosa es un elemento de atraso para nuestra democracia, y proviene de los modelos clásicos de organización del poder, que seguían modelos absolutistas o teocráticos.
La realidad social ha cambiado, hoy en día, el nivel cultural del ciudadano medio le permite discriminar la información que recibe para saber decidir lo que le conviene. La voluntad general que Rousseau estableció en El Contrato Social, debe replantearse para adaptarse a las circunstancias actuales.
Los ciudadanos no necesitan ser representados políticamente como si fueran analfabetos, por la sencilla razón de que no lo son y pueden representarse a sí mismos, sabiendo perfectamente lo que les conviene. Debe erradicarse la tutela política de la ciudadanía que es un vestigio del pasado que resulta inadmisible en la actualidad.
Por el bienestar de nuestra sociedad, es necesario resolver la fractura existente entre ciudadanos y políticos, para permitir una continuidad entre los criterios e intereses de los representados y los de los representantes. Hay que acotar el poder a la transversalidad social, para devolver a la vida a nuestra agónica democracia
Los ciudadanos delegan su cuota de poder en los políticos periódicamente en las urnas, pero este modelo caduco debe dejar paso a nuevas fórmulas de participación permanente de los ciudadanos en la política. Los partidos políticos convencionales se han convertido con el paso del tiempo en fortalezas que impiden una relación cordial y mantenida entre los ciudadanos y sus representantes.
Es necesario caminar hacia la implementación de nuevos recursos que permitan no solo delegar el poder de forma democrática, sino revocarlo si no se cumple con el mandato conferido. La técnica lo permite, dejando la urna abierta para votar (o retirar, o cambiar el voto) de forma permanente, porque el crédito a los políticos no debe ser un cheque en blanco. El proceso electoral se ha convertido en contínuo gracias a los medios de comunicación y eso requiere que los votos se hagan relativos a las circunstancias cambiantes.
Para revivir la democracia el voto debe cobrar vida, y abandonar la momificación periódica. Con una posibilidad de revocación del voto, se podrían controlar las actividades de los que han decidido dedicarse a representarnos en gobiernos, parlamentos y municipios.
Revocar un político tendría que ser tan fácil como asistir a un cajero automático para sacar dinero o consultar la cuenta bancaria; los políticos elegidos en las urnas no rinden cuentas a los ciudadanos, hasta que concluye la legislatura, en la que enmarañan lo no hecho con un envoltorio de propaganda sobre lo hecho. Los partidos políticos en su cicatería detentadora han determinado una perversión del sistema político que conduce a la devaluación del mandato, del mandatario, y del que lo ha elegido.
Es hora de cambiar las cosas, el político se debe a sus electores antes que a su partido, y mientras sea más importante obedecer las directrices de su formación política que representar los intereses de sus votantes para un diputado, senador, concejal, alcalde o gobernante, se puede decir que la democracia está secuestrada por las cúpulas de los partidos políticos, de lo que se deriva un mecanismo de perpetuación no democrático que perjudica los intereses de ciudadanos y políticos, y solo beneficia a los partidos y a los que en ellos dominan la situación.
La transversalidad permite continuidad entre ciudadanos y políticos, porque el político no llega a perder en ningún momento, como ocurre ahora, su condición de ciudadano. El político ha de ser un ciudadano especializado, no miembro de una casta perniciosa y privilegiada. Es hora de que las costumbres arraigadas en la política española evolucionen, incorporando las nuevas condiciones culturales, económicas, y sociales que han surgido en nuestro país a lo largo de los últimos años.
La democracia se habrá consolidado en España el día que un ciudadano le envíe un e-mail al político que ha elegido, planteándole cualquier problema, y este le responda desde su máxima consideración y respeto.
Es necesario recuperar el respeto por los políticos, pero para que eso pueda ocurrir, los políticos deben comenzar a respetar a los ciudadanos, que no lo hacen, y no considerarlos como entes abstractas que les procuran el poder, para acabar creyendo en su fantasía que este les pertenece por una especie de transferencia mística o divina.
Los políticos, como personajes públicos, deben tener a disposición de sus votantes su agenda de actividades, el ciudadano tiene derecho a saber que es lo que hace con su confianza el político que ha elegido para representarle. La transparencia debe ser inherente a su trabajo.
Mientras los políticos no respeten a los ciudadanos, los ciudadanos no respetarán a los políticos, la abstención seguirá creciendo, y al final, los partidos se mantendrán en el poder exclusivamente gracias a su club electoral particular, que actuará desde el sectarismo, mientras que los no adscritos a ninguna secta política se quedarán sin representación, porque no acudirán a las urnas o lo harán para votar nulo o en blanco.
Si queremos evitar la parálisis del sistema, la congelación de la democracia, el bloqueo permanente de las decisiones y el desinterés progresivo de la ciudadanía por la cosa política, lo único que no debemos hacer es quedarnos sin hacer nada.
Hoy no es suficiente con hacer un cambio dentro de la política, como ocurrió en 1982 con el triunfo masivo del PSOE, o en 1996 con el del PP. Hemos alcanzado el final del camino iniciado en 1978, y se requiere un cambio de la estructura política, del marco institucional, de la Constitución, de la ley electora, que permita renovar el proceso democrático y contribuya a una nueva distribución mucho más limitada y controlada del poder transferido por los ciudadanos a los políticos en cada convocatoria a las urnas.
Un ciudadano no es solo un voto, es también un criterio y una decisión libres, el voto se puede transferir, pero el criterio y la decisión no, porque forman parte de la libertad y la identidad del ciudadano, pero si no sirven para nada su criterio y decisión tras depositar la papeleta en la urna, entonces ¿para qué sirve la libertad?.
Una oferta transversal que pueda transformar sin estridencias la situación de adolescencia política que hemos vivido durante el mandato de Rodríguez Zapatero, es precisamente lo que están demandando los ciudadanos de este país, evidentement no puede plantearse para las elecciones del 9 de marzo, pero si puede establecerse en el programa político de cualquier partido que es lo se piensa hacer para resolver el estancamiento refractario de la democracia, y las incongruencias que se han vivido precisamente durante esta legislatura.
Enrique Suárez Retuerta
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