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viernes, 23 de noviembre de 2007

La transversalidad política a debate (5)

Hoy recorreremos los orígenes del concepto
"Transversalidad", que algunos de nuestros políticos posiblemente no lleguarán a comprender jamás..., porque no tienen tiempo para estas cosas.

La transversalidad es un invento reciente, sus orígenes epistemológicos se remontan a los años sesenta del pasado siglo, y viene a la realidad conocida de la mano de pensadores como Foucault, Derrida, Lyotard, Deleuze y Guattari. Es un producto netamente francés que surge a la sombra del estructuralismo de Lévi-Strauss, del psicoanálisis de Lacan, de la teoría general de sistemas, y de un incipiente constructivismo social, en el amplio paradigma relativista de la postmodernidad.

El término fue elegido por Félix Guattari, (aunque Sartre fue el primero en mencionarlo sin dedicarle demasiada atención), para definir desde el psicoanálisis la situación de las instituciones psiquiátricas, como sistemas o ecosistemas en los que todos sus actores, sean pacientes o asistentes, están interrelacionados por unas normas establecidas de antemano, que pueden asemejarse a lo que conocemos como guiones. En sus propias palabras, la transversalidad sería un continuo entre todas las subjetividades existentes en la institución, independientemente de sus vínculos jerárquicos. Ese contínuo es exactamente el que existen en cualquier sociedad, en el caso presente, podríamos hablar del contínuo entre ciudadanos y políticos.

En 1964, Félix Guattari publicó un trabajo: “La transversalidad”, en el que afirma que en toda existencia se conjugan numerosas dimensiones del deseo, de origen político, económico, social e histórico. Y aprovecha para criticar el reduccionismo racional y la excesiva psicologización de la sociedad.

Considera que el malestar individual no puede entenderse como ajeno a las dimensiones sociales y desde su reconocido marxismo, sugiere que el fantasma de castración es también una forma de regulación social establecida desde el capitalismo. Propone la idea de coeficiente de transversalidad para ilustrar las situaciones de ceguera institucional, no percibiendo lo que realmente ocurre en la realidad.

Al contrario de lo que se ha dicho, el pensamiento de Guattari no se propone introducir la política en el psicoanálisis, sino revelar que la política es condición previa del mismo inconsciente. Guattari considera que el psicoanálisis no solo tiene relación con las coordenadas míticas y relacionales invocadas tradicionalmente, sino que también es un producto construido con los materiales del ámbito social, económico y político.

Los contenidos sociopolíticos del inconsciente también intervienen en la determinación de los objetos del deseo, fundamentalmente en los que se relacionan con el poder. Considerando que las relaciones sociales son los flujos mecánicos con los que el inconsciente realiza su trabajo.

La transversalidad sería para este autor una dimensión contraria a las estructuras generadoras de jerarquización piramidal, fundamentadas en principios insoslayables de autoridad que son las habituales en la organización del poder. Al igual que los ejércitos, los partidos políticos se organizan en relación a una escala jerárquica que los atraviesa en su eje vertical, sin reconocer la auténtica estructura transvesal que devuelve a la autoridad humana y la libertad de cada uno de los elementos conformantes, el poder detentado.

El filósofo Gilles Deleuze, con el que más colaboró varios trabajos Félix Guattari, proporcionó el carácter ontológico a la transversalidad, considerándola como una distribución o circulación entre lo real y lo virtual. Es interesante contemplar como antes de la existencia de internet, este agudo autor comprendió el curso posible de nuestras vidas en un futuro inmediato, que es ya nuestro presente.

Glen Fuller, explica el concepto de una forma más literaria en su obra
"Acontecimientos mecánicos”, como un regreso a una fantasía dionisiaca en un universo que ha devenido exageradamente apolíneo.

Sería una forma de oposición, de rechazo, y de contestación, que nos conduce a la intuición de que existe una pluralidad racional (con múltiples referencias) que se opone a la supremacía de una racionalidad única, absoluta y dogmática (todavía teológica), heredada en nuestra cultura del cristianismo y del siglo de las luces.

Comprendida de esta forma, la tranversalidad deviene entonces como una pausa intencional para tomar conciencia, un método alternativo para remirar, releer y volver a releer aquello que aparece como establecido dentro de un orden que se percibe como inmutable, pero que no lo es evidentemente.

En este sentido, el concepto de transversalidad es inherente a la filosofía desarrollada por Edgar Morin desde el pensamiento complejo, en la que recomienda explorar nuevas formas de conocer y se prolonga hasta la transdisciplinariedad de Bassarab Nicolescu, que considera que la transversalidad es más importante que la trascendencia a la hora de comprender la realidad.

Según Hagenbüchle, la transversalidad permite crear una auténtica teoría GAP (“brecha”), una lógica polivalente que compite con la lógica bivalente tradicional, que es herencia implantada en nuestra cultura desde el maniqueísmo religioso y político, entre el bien y el mal, entre lo falso y lo verdadero, entre el poderoso y el desposeido. Desde la lógica plural, pensada desde la pluralidad, no hay necesidad de discernir entre proposiciones verdaderas o falsas, porque no es obligatorio determinar una verdad, sino transitar por el conocimiento de las cosas, por el mundo de lo posible y lo probable.

Welsch estudia la transversalidad y la delimita conceptualmente en su obra "Vernunft" publicada en 1996, pero previamente otros autores como Derrida hablando de traza, o los mencionados Deleuze y Guattari hablando del paradigma rizomático, se habían ido aproximado a la construcción del concepto.

La transversalidad evoluciona a partir de una racionalidad híbrida, y por qué no decirlo, mestiza, superando la racionalidad fundamentada en principios absolutos; la razón transversal no es un arché de algo establecido, ni una propiedad de principios asumidos, sino que es una planteamiento racional dinámico, un modus operandi que se refiere más a los procesos, que a las estructuras o las funciones.

Pensar la pluralidad existente en nuestro era global, exige un replanteamiento de la razón desde la transversalidad, tanto frente al rechazo total de la misma por el relativismo más radical (máxima pluralidad), como frente a la hipóstasis idealista defendida por posturas reaccionarias (máxima unidad).

En relación al poder, Foucault considera que cada época histórica pone en funcionamiento mecanismos transversales específicos en su organización, para lograr disciplinar a los actores sociales en la búsqueda de la cohesión colectiva que necesita para perpetuarse.

Este controvertido autor, se ocupa de analizar con su gusto por arqueología cultural, las instituciones en los siglos XVII y XVIII, en diversos canales como la educación, la religión, la producción, la justicia, la salud, el sexo o la violencia, y sus materializaciones insitucionales en colegios, fábricas, cuarteles, prisiones, u hospitales, y considera que en todas ellas el poder en manos de los usurpadores, atraviesa sus estructuras y funciones (proceso) de forma similar para lograr su propósito definitivo de dominación colectiva y permanente.

Tras este recorrido sobre la epistemología del concepto que nos ocupa, la transversalidad, hemos llegado al análisis del poder; las alternativas dicotómicas, fundamentadas en el eje político izquierda-derecha están completamente superadas en un mundo global, extraordinariamente plural como el que vivimos. En la era de la cibernética no se puede seguir contando con los dedos de la mano.

Las soluciones a los problemas políticos actuales, no pueden provenir de la elección exclusiva entre la oferta de dos alternativas posibles, ese modelo de funcionamiento racional bipolar es demasiado simple y solo se mantiene vigente, porque los partidos políticos convencionales permanecen anclados históricamente en el mundo maniqueo de la guerra fría, del franquismo, de las creencias que ofrecen cielos propios e infiernos ajenos.

Al votar al PP y al PSOE se está apostando por el conflicto, por el combate entre dos posiciones irreconciliables a la hora de encontrar soluciones adecuadas para los problemas sociales que asedian el bienestar de los ciudadanos en una democracia que se supone avanzada, en un país que es la octava economía mundial.

No podemos conformarnos con un PSOE que diga que su prioridad es luchar por acabar con la pobreza, y con un PP que diga que lucha por incrementar la riqueza, porque lo que realmente necesitamos es la interacción de ambas alternativas al mismo tiempo, y ninguno de ellos es capaz de ofrecerla.

No podemos conformarnos con un partido que nos conceda igualdad al precio de recortar la libertad de todos, ni con otro que nos proporcione libertad incrementando los privilegios de algunos.

Necesitamos igualdad-y-libertad para todos, en el respeto de la pluralidad que sea posible en nuestra Constitución, necesitamos que la democracia avance hacia un sistema más justo y equilibrado, y para ello se necesita que la la lucha por alcanzar mayores cotas de igualdad y libertad se den al mismo tiempo, en un mismo proceso.

Es hora de que los españoles demos un paso hacia delante, y no nos conformemos exclusivamente con ejercer nuestro derecho democrático de acudir a las urnas cada cuatro años, el futuro requiere que utilicemos la inteligencia política que permita elegir la alternativa que más se aproxime a nuestras necesidades, la que nos resulte más adecuada. No podemos seguir adaptándonos exclusivamente por acomodación a las propuestas de grandes maquinarias electorales de los partidos políticos convencionales, que tienen más interés en autoperpetuarse que en incrementar nuestra calidad de vida, nuestro bienestar, nuestra felicidad.


Enrique Suárez Retuerta

1 comentario:

Anónimo dijo...

La escala de grises es transversal

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