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sábado, 12 de enero de 2008

¡Dejad a los judíos en paz!

Leo con preocupación en algunas listas de difusión por internet, algunas de ellas dignas de respeto, por otra parte (al contribuir a desenmascarar los abusos de poder cometidos desde el gobierno socialista), cómo vuelve de moda el manido tema del complot judeomasónico.

A raíz de la intromisión cada vez más dañina de determinadas logias, una de obediencia francesa en particular, en la vida política española, desde Moncloa hasta Zarzuela pasando por diferentes partidos y estamentos judiciales, se lee últimamente una retahila de tonterías y confusiones, que uno pensaba enterradas para siempre en un país civilizado como se supone que es España, acerca de la convergencia, cuando no de la identificación, entre masones y judíos para acabar con las patrias y con la libertad.

Entre los argumentos que he leído en estos días está el de la evocación de algunos símbolos masones procedentes del judaismo, ignorando que otros vienen también del cristianismo. De hecho, algunas logias conservan el evangelio de San Juan como simbolismo de la Luz. Todo esto se debe a que los impulsores de la masonería inicial eran, en gran parte, pastores protestantes con grandes conocimientos de la Biblia, tanto del Viejo como del Nuevo Testamento, y buscaron en ambos textos la inspiración para los símbolos esotéricos de lo que sería la masonería.
Por otra parte, el hecho de que "judíos" (y no "Los Judíos") hayan formado parte de algunas logias desde el siglo 19, en los países donde no estaba prohibido para ellos (en Alemania no podían) no significaba que la masonería fuera cosa de "Los Judíos". El judaismo religioso (en su pluralidad, pues habría que distinguir entre ortodoxos, tradicionales y liberales) es otra cosa, y el sionismo político también constituye una realidad con características propias, complejas y contradictorias.

En realidad, el antisemitismo en su forma más contemporánea proviene de los Protocolos de los sabios de Sion, falsificación redactada en París a principios del siglo 20 por la policía secreta del Zar de Rusia, a través de un individuo que luego sería bolchevique. Aunque se sabe desde hace mucho tiempo que se trataba de una impostura de alcance mundial, sólo después de la caída del muro y del fin de la Unión Soviética se pudo acceder a unos archivos guardados en Moscú, que señalan con máxima precisión en qué consistió uno de los mayores timos de nuestra época. Dedicaré próximamente un artículo a este apasionante asunto, y demostraré cómo los Protocolos de los sabios de Sión es la expresión más acabada del mito político moderno del judío dominador: por su estructura, la supuesta revelación del secreto de los judíos en un texto confidencial pretende darle a posteriori un significado al movimiento indescifrable de la Historia, simplifica su marcha y designa un Enemigo único superlativo, diabólico y mortal. Lo que sólo era un panfleto grosero, una artimaña dictada por intereses puntuales de la corte zarista, terminó dando legitimidad a la autodefensa preventiva, que nos llevó, junto con el antisemitismo tradicional y milenario, a Austchwitz y a la persecución antisemita por parte de los comunistas.
A lo largo del siglo 20, dicho "Enemigo", el Judío genérico, se identifica, según las circunstancias, con la democracia, el capitalismo, el liberalismo, incluso el comunismo ("los judeobolcheviques", en boca de los fascismos de los años treinta).

Quienes en Europa defendemos las libertades y la justicia debemos rechazar con firmeza esos descalabros y cultivar, al contrario, los puntos de encuentro, pues son innumerables, entre los valores encarnados por el legado clásico griego y latín, por el legado del judaismo y por el legado del cristianismo. Los tres arman nuestro ADN humanista y humanístico, confluyendo en lo esencial: el reconocimiento de la dignidad humana en cada uno de nosotros, condición imprescindible para evitar los totalitarismos criminales del siglo veinte (nazismo y comunismo), totalitarismos que precisamente coincidían principalmente en su feroz antisemitismo. Millones de judíos fueron exterminados por los nazis y por Stalin, simultáneamente, porque la doctrina antihumana de ambas ideologías halló en "El Judío" el chivo expiatorio sobre el que concentraría su odio con la mayor expresión del Mal que jamás haya conocido la humanidad.

Dante Pombo de Alvear

Homo Antecessor Fascius Catalanus

Se ha ido Ángel González


El poeta asturiano Ángel González, de 82 años, ha fallecido en la madrugada de este sábado en un hospital madrileño, donde había sido ingresado el viernes por una crisis respiratoria. Miembro de la denominada generación de los 50, fue galardonado con el Príncipe de Asturias de las Letras en 1985.

Para que yo me llame Ángel González

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.

Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...

La aristocracia política



Un agravante comparativo del sectarismo que rige la convivencia en la sociedad española, es la diferencia existente entre los representantes políticos y sus representados. La democracia española ha consentido la formación de una nueva aristocracia social, una clase privilegiada dentro de la categoría general de los ciudadanos, de todos los españoles.

La Constitución de 1978 lo determina con claridad: todos los españoles son iguales ante la ley. Pero quien hace la ley, hace la trampa, dice un viejo refrán castellano. Y quienes hacen la ley son los políticos, así, su poder cada día se incrementa más y se aleja del control ciudadano.


Los políticos recogen los privilegios de la nobleza aristocrática del Antiguo Régimen, ejerciendo su actividad desde un estatuto específico, beneficiándose de una normativa particular, de un estatus propio. En cada legislatura, solo tienen que rendir cuentas ante sí mismos, como si de una empresa económica se tratara.

Los partidos políticos se han convertido en las nuevas dinastías sociales, distribuidoras de privilegios entre sus miembros, transformando en oligarquía nuestra democracia.

No es cierto que los ciudadanos y los políticos seamos iguales, ni lo seremos nunca mientras ellos puedan legislar y los ciudadanos solo podamos ser legislados. La iniciativa popular ha sido recientemente excluida del panorama parlamentario y eso supone que se ha cerrado la única posibilidad que los ciudadanos teníamos de regular y controlar de forma autónoma nuestros intereses.

Los ciudadanos solo podemos ser representados por partidos políticos que tienen el monopolio del poder, que se intercambian alternativamente, pero siempre permanece en sus manos.

Los políticos no cobran en sus sueldos lo que les corresponde, por su rendimiento, por su capacidad, por su formación o por su esfuerzo, sino lo que corresponde al cargo que ocupan. Así hay personajes en este país que reciben sueldos astronómicos, que de ninguna manera se corresponden con el trabajo que desarrollan.

Los políticos no se examinan para ocupar determinados cargos en la administración, son elevados por el soplo de los partidos políticos que les apoyan y con eso es suficiente. Así tenemos funcionarios bajo su mando al borde del suicidio, ocupando el puesto que les corresponde tras haber cumplido todos los requisitos legales, que tienen que plegar sus conocimientos al criterio de inútiles confirmados que les corresponden por jefes.

Cuando un político acierta en sus objetivos, todos nos beneficiamos, pero cuando se equivoca, todos pagamos sus errores. No hay mecanismo de control que regule sus acciones, que en muchas ocasiones están más orientadas a fines electorales que sociales. Utilizar los recursos de todos para beneficio propio no está bien.

La vida anónima de los políticos que dejan la política es preocupante, se debería hacer un estudio de los ingresos que alcanzaban antes de ocupar un cargo político y los que reciben después de dejarlo. Estoy absolutamente seguro de que se incrementan geométricamente, y eso quiere decir que han utilizado la política para su propio beneficio.

En los 31 años que llevamos de democracia, hemos contemplado como una nueva nobleza feudal se ha ido creando a la sombra del silencio ciudadano, una nueva “clase” que explota sus beneficios en interés propio antes que general, un entramado de poder que impide cualquier tipo de cambio social que regule sus privilegios.

Es hora de que las cosas cambien, los sueldos de los políticos deben limitarse por su rendimiento social y ser controlados por los ciudadanos, sus actividades económicas también, desde el día que entran en política. No se puede permitir que un político auspicie el sector de las lechugas, al mismo tiempo que se hace con sus amigos con el negocio del sector.

Es una vergüenza nacional ver como algunos representantes de los ciudadanos utilizan sus cargos políticos para sobrealzarse en la vida. Mientras la política no sea idéntica en sus características al resto de las profesiones y las actividades laborales, nunca seremos capaces de que nuestro país funcione normalmente.

A los políticos hay que considerarlos enemigos de nuestro bienestar, porque cada euro que desvían a la organización de sus intereses particulares, es un euro que se detrae del bienestar de todos.

Es hora de que los políticos hagan política y no mercadeo de sus privilegios y nuestros perjuicios. Los políticos son ciudadanos especializados, no empresarios que negocian con nuestras vidas. La democracia no es una fuente de concesión de privilegios, sino precisamente lo contrario, un mecanismo regulador de la desigualdad social.


Erasmo de Salinas

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