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domingo, 11 de noviembre de 2007

Más Memoria Histórica-03

5 de Octubre de 1934. Un día antes del golpe de estado del demente Companys, el fascio catalán hacía circular esta proclama:

Barcelona 5 de Octubre de 1934
Delegado del Partit Nacionalista Catalá en Tarragona.

Patriota; Si no lo ha hecho ya, en nombre del Consejo de Gobierno del Partido os ordeno concentrar a todos los hombres del Partido y proclamar la República Catalana.
Con las actuales autoridades de Cataluña o en contra de ellas
La bandera estelada es la de nuestra revolución
Asaltad los edificios públicos
Hace falta no desfallecer. La vida de los catalanes nos interesa. La dignidad de la Patria nos interesa más. La vida de los enemigos no es necesario tenerla en cuenta. Con energía. Pero sin crueldades.
Hace falta asaltar los edificios públicos y hacer prisioneros a las autoridades de cualquier tipo que se opongan a nuestra acción.
No olvidéis incautar los bienes existentes en los bancos. De la honestidad con la que sean administrados estos bienes responderéis con vuestra vida.
Por la República Catalana. ¡A vencer!

A mano: Todos los patriotas que quieren la República Catalana, son soldados del mismo ejército.Foto Ampliada

El Maine fondea en Las Cortes

"Todos los políticos que conforman el parlamento español actual, están traicionando la constitución española de 1978, precisamente por no defender sus artículos que son nuestros derechos, y por lo tanto están subvirtiendo el orden establecido por los españoles en su día".


La nación española está a punto de cerrar un largo ciclo de su historia en lo que se refiere a la determinación de su auténtica identidad, porque los españoles nunca encajaron que su país fuera derrotado por el naciente imperio norteamericano y apartado de la primera división política internacional, con una estrategia urdida o aprovechada por los ancestros de la CIA.

El pueblo español se desentiende en 1898 de sus políticos, al igual que en 1812 les había concedido su confianza plena contra los intereses bastardos de los invasores franceses y sus seguidores españoles, afrancesados, entre los que destacaba el felón Fernando VII, que aún tardó varios años en rubricar la primera Constitución Española, bajo la presión civil del General Riego (que más tarde fue ejecutado por ello).

El 25 de enero 1898, sin invitación previa, el acorazado norteamericano Maine atracaba en el puerto de La Habana con la justificación de defender los intereses norteamericanos en la isla. El día 15 de febrero estallaba por los aires y 256 marines perdían la vida, mientras que los cien restantes de su tripulación disfrutaban de un baile en su homenaje, organizado por las autoridades españolas.

Una investigación llevada a cabo por el almirante de los Estados Unidos Hyman Rickover en 1975, tras examinar los restos recuperados en 1911, concluyó que no se observaban evidencias de una explosión externa. La causa más probable del hundimiento fue una explosión de polvo de carbón recogido en una carbonera imprudentemente localizada junto al polvorín de la nave.

Este incidente fue el motivo aducido por los norteamericanos para arrebatar a España sus colonias y a los españoles su orgullo nacional.

Tras más de un siglo de silencio del pueblo español, hoy lo que queda de España son las ruinas de una auténtica versión propia de la civilización occidental. La penitencia por la negligencia de los políticos españoles ha durado más de un siglo. El pueblo español se retiró de la política activa, tras contemplar como sus defensores eran capaces de ceder o malvender su identidad por un plato de lentejas. Los españoles abandonaron el protagonismo político que les corresponde por ley a la deriva de los intereses de sus representantes.

Los golpes de Estado de los espadones, las vicisitudes de la monarquía, la segunda República, la guerra civil, los cuarenta años de dictadura franquista, la transición democrática, solo son acontecimientos repetidos de una intención colectiva: recuperar la identidad maltrecha tras nuestra disolución como potencia mundial, en lo que se ha denominado como El Desastre Español de 1898, pero también responden a la búsqueda de nuestras propias raíces internas.

Aprovechando la derrota que sufrimos en el exterior y el vaciamiento identitario de nuestro pueblo, surgen en río revuelto de la política española de comienzos del siglo XX los primeros escarceos de los buitres nacionalistas, prestos a concluir con lo que quedaba de nuestra maltrecha nación.

Con el Tratado de París del 10 de diciembre de 1898, España es obligada a abdicar de su significado, de su sintaxis histórica, de su conciencia como pueblo, de su representación unificada, y de sí misma. España deja de ser patria, para diluirse en una nación amorfa, sin definición propia.

Y de lo que dejan los enemigos externos de nuestro país, se aprovechan aún los nacionalistas para despojar a los españoles de su auténtica identidad; lo que habían intentado previamente los afrancesados, los serviles, los absolutistas, buscando el adocenamiento de los españoles y el aplastamiento de su voluntad, se logra tras los sucesos del 98.

España entra en catatonía en 1898, en un estado de letargo que afortunadamente está a punto de concluir. Hasta aquí hemos llegado. Los españoles no podemos seguir cediendo soberanía, porque es lo único que queda de nuestra identidad.

Los acontecimientos se han disparado en un carnaval de negaciones, en los derechos constitucionales de los españoles, en los símbolos de nuestra nación, en la institución de la Corona, en las formas y los contenidos de la política, la economía y la sociedad. España se ha negado tanto que ahora sólo es posible que se afirme o que desaparezca.

Estamos obligados a elegir ahora, si no hacemos nada España dejará de existir como nación, porque ya no tendría ningún sentido llamar España a una colección de desigualdades y cautiverios de sus habitantes según los respectivos regímenes particulares que se establezcan a lo largo del territorio, en los estamentos económicos, o en los survivals sociales y políticos.

La soberanía de los españoles sobre nuestra nación que es España, no admite ulteriores fragmentaciones, porque la elasticidad de criterios no da más de sí. Sólo nos queda ser o no ser españoles.

Ante los acontecimientos recientes que se han sucedido, las próximas elecciones no pueden ser normales, ni normalizadas. Se abre un implícito periodo constituyente y el gobierno que salga de las urnas en los comicios de marzo tendrá sobre la mesa una sola alternativa, la de continuar siendo una nación fuertemente unida o la de transformarnos en un estado federal plurinacional.

Todos los políticos que conforman el parlamento español actual están traicionando la constitución española de 1978, precisamente por no defender sus artículos que son nuestros derechos, y por lo tanto están subvirtiendo el orden establecido por los españoles en su día.

Los ciudadanos estamos llamados a enfrentarnos contra los políticos que nos representan en la defensa de nuestra soberanía nacional, ha pasado un siglo desde que abdicamos en nuestra responsabilidad como pueblo, ha sido un largo periodo de reflexión, autocrítica y desencuentros, pero ahora estamos maduros para determinar nuestro destino.

El PSOE, el PP, IU, y todos los partidos nacionalistas, son el nuevo Maine, y han establecido un acuerdo no escrito para repartirse lo último que queda de España, la soberanía del pueblo español; por eso los ciudadanos españoles no podemos esperar ayuda de nuestros enemigos en la defensa de nuestros intereses, de la libertad, de la igualdad, de los derechos civiles plasmados en nuestra Constitución.

La soledad del monarca español defendiendo lo instituido frente a un fascista subnormal y sus disciplinados interlocutores, es un ejemplo claro de lo que queda de España. No podemos, ni debemos permitir que el Jefe del Estado español abandone la partida, porque los que perderemos seremos todos nosotros, los españoles.

La Corona es la representación del orden establecido en la Constitución, la Nación somos todos nosotros. El Rey de España, por fin, tras más un siglo de torpeza política, es también el Rey de los españoles, primus inter pares.

Que no se quede nadie sin saber en que punto de la historia estamos y lo que nos vamos a jugar en las próximas elecciones: la historia y el porvenir de nuestra nación, lo que hemos heredado y lo que hemos conseguido.

Todo, absolutamente todo lo que somos políticamente hablando, nuestra forma de ser y estar, la convivencia entre todos nosotros y nuestra presencia en el mundo, y algo trascendental, el país que queremos para nuestros hijos.



Biante de Priena

Alfons López Tena Amenaza con Destruir España

Alfons López Tena, vocal de Consejo General del Poder Judicial, ayer, durante una jornada sobre el futuro de Cataluña organizada por Omnium Cultural, una de las entidades que recibe más millones de euros en subvenciones de la Generalidad:

"Desde Cataluña no tenemos fuerza para transformar España, pero tenemos capacidad para destruirla, podemos convertirnos en un problema"

Graves amenazas filoterroristas y guerracivilistas a las que nadie responderá, porque aquí y ahora lo más importante es defender a Blas Infante.

Contra España

Las agresiones verbales, las amenazas y la violencia simbólica que han padecido estas últimas semanas el rey de España (quema de fotos, ahorcamiento de una efigie, ofensas desde Marruecos y desde los nacionalismos periféricos), José María Aznar (insultos de Chávez, Blanco, Rubalcaba, de la Vega, Llamazares, nacionalistas, periodistas a sueldo) y el Partido Popular (desde todos los ámbitos del cordón sanitario) apuntan hacia la misma dirección: España.

Las actitudes ambiguas del gobierno, más allá de la impericia y de la incompetencia que muchos le atribuimos, cumplen una función específica y coherente.

Resumiendo los resultados del caos en el que está sumido nuestro país, en política exterior, desde hace varios días, no es difícil constatar que el prestigio de España en el extranjero queda reducido a la nada: se trata de un pelele al cual se puede sacudir, aporrear, insultar y escupir sin que responda, reaccione, se mueva: sale gratis.
Es significativo que el maltrato venga esencialmente de gobiernos no democráticos con los que Rodríguez desea acercar posiciones y llevarse bien: la dictadura de Mohamed VI, Chávez, Cuba (a través de su vice-presidente, quien ayer se alineó con la posición venezolana), Ortega (sandinista asesino en los 80 y deseoso de volver a imponer un régimen nacional-socialista en Nicaragua). Los demás o no nos hacen caso o nos desprecian, incluso haciéndonos favores, refinamiento extremo del menoscabo señorial, con Sarkozy de taxista de lujo.

Mientras tanto, la preocupación crece y los comentarios se extienden entre el mundo diplomático español: embajadores y altos funcionarios de carrera alertan, en espacios de expresión reservada, acerca del deterioro de la imagen de España tanto en Europa como en América. Algunos incluso expresan su bochorno ante diplomáticos de otros países en encuentros informales y privados.

Esta debilidad e indefensión de España en el ámbito internacional favorece objetivamente y de forma incuestionable los intereses de las fuerzas políticas centrífugas, que en España se esmeran, urbi et orbi, por agrietar la fortaleza nacional, preparando así las condiciones favorables a una negociación separatista en posición de fuerza.

Precisamente, a nivel interno, el de la política doméstica, el jefe del Estado, más allá de sus innumerables e injustificables errores (callar mientras el gobierno socialista rompe España, mantener amistades indignas de un rey árbitro y modelo de la unidad de la Nación, decir tonterías borbónicas del tipo "hablándo se entiende la gente", meterse con la COPE porque un comunicador sugiere que debería dimitir...), es objeto de cuestionamientos cada día más intensos sin que el gobierno desempeñe una función de defensa contundente de la institución monárquica.
Al contrario, se puede sospechar que la deficiente preparación diplomática de la visita a Ceuta y Melilla y el silencio frente a las injurias al rey obedece a una intención de debilitar su imagen, desde Moncloa y desde Ferraz. También desde Zarzuela, en otros ámbitos menos importantes, si recordamos la elección del fusilamiento de Torrijos para escenificar la inauguración por Juan Carlos del nuevo Prado, en una ceremonia supervisada por Aza, capataz del Reino y frenético masón.
En cuanto a comparar, desde el Psoe y el gobierno, las críticas legítimas sobre el lado oscuro del monarca desde determinados medios, como la radio de la conferencia episcopal a través de comentarios de su comunicador estrella, con los actos de vandalismo callejero y de violación de la ley contra la imagen del monarca, la miserable equidistancia no es fruto de la improvisación: al contrario, está pensada para dar legitimidad a protestas anticonstitucionales y delictivas, orquestadas por quienes reivindican un cambio de régimen.

La reacción del monarca en la cumbre americana ha sido aplaudida por una mayoría de españoles, pues muchos soñamos con ser Don Quijote en este país en ruinas. Pero el tiempo nos ilustrará sobre las consecuencias reales de esta exposición extrema del jefe del Estado, fuera de su papel y de su campo de actuación institucional, en un tono impropio del máximo representante de la Nación.

En dos oportunidades durante sus treinta años de reinado constitucional, el rey ha salido de su papel y ha intervenido ejerciendo una autoridad y unas funciones anómalas:
El 23-F, en una noche de ambigüedades y equívocos, se volcó con el régimen constitucional y abortó un golpe misterioso y todavía sin esclarecer en algunas de sus vertientes, incluída la de su propia conducta antes de la alocución televisada.
Y el 10-N, ayer, en la cumbre iberoamericana, cuando le calló la boca a un dictadorzuelo del tercer mundo enfureciéndose, no se sabe si contra el patético cacique o contra la genuflexión del presidente del gobierno español. Sea como fuere, asumió un papel alejado de su función, y las consecuencias serán importantes. ¿En qué sentido?

Jorge Harrison

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