
"Los nacionalismos están condenando a todos los españoles a regresar al pasado, porque saben que no pueden existir en el futuro".
La identidad cultural no es susceptible de creación, pero sí lo es de creencia, por eso las pretensiones segregacionistas de los nacionalismos antiespañoles, fundamentalmente vasco, gallego y catalán, están condenadas al fracaso con seguridad y únicamente se sostienen por el apoyo político que reciben; sin subvenciones, regresarían al lugar que les corresponde en realidad. Las políticas nacionalistas y la imposición cultural de los códigos excluyentes actúan en simbiosis, al tiempo que parasitan lo español .
Cuando las culturas requieren subvenciones económicas permanentes por parte de las instituciones políticas, interesadas en lograr su supervivencia para sus objetivos de perpetuación, se pueden considerar más bien "artefactos políticos" que entidades culturales genuinas. El sesgo que la política imprime a la cultura para instrumentarla en beneficio de sus intereses, anticipa siempre el comienzo de su final.
El problema de los nacionalismos antiespañoles es que juegan contra el tiempo tratando de imponer el espacio, sin darse cuenta de que la sociedad en la que vivimos es líquida en el sentido que le concede a este término Zygmunt Bauman. La globalización actúa contra los localismos porque resultan costosos, el peaje nacionalista es un impuesto añadido que no todos los ciudadanos estaría dispuestos a pagar si pudieran elegir, pero los políticos se ocupan de que esto no resulte posible.
Los nacionalistas son tan modernos que utilizan las mismas estrategias que el antigua colonialismo, para "evangelizar" culturalmente a los "salvajes" que habitan el territorio que gobiernan, olvidándose de la salvajada que esto supone. Se guían por criterios etnocentristas, xenófobos, y opresivos para implantar de forma dogmática su perspectiva etnicista, lo que supone una insoportable demostración de tiranía palurda.
Los nacionalismos catalán, gallego y vasco hilvanan elementos aislados e inconexos para configurar un armazón singular al que denominan hecho diferencial. Sin hecho diferencial no sería posible reivindicar nuevas naciones inventadas. Evidentemente, las diferencias entre un gallego y un portugués son considerables, aunque compartan una lengua prácticamente común, pero la prosodia les distingue y la cadencia también, no comparten la misma cultura porque los gallegos son españoles y no lusos. Igualmente ocurre con un catalán o un vasco del sur y del norte, porque los del norte son más franceses que vascos o catalanes, de hecho los movimientos segregacionistas en Francia son prácticamente inexistentes, y no habrá un ciudadano de Perpignan o Biarritz al que se le ocurra erradicar el francés para implantar su lengua local, evidentemente, el gobierno francés tampoco lo consentiría.
Sin embargo, los nacionalismos pretenden fundamentar en la modernidad lo que es puro feudalismo, concediendo prioridad a los derechos territoriales sobre los derechos de los ciudadanos y su libertad, atentan a la razón constitucional y al estado de derecho de los ciudadanos españoles construyendo sociedades de artificio, desplazando la tradición histórica de sus comunidades para implantar costumbres sobrealzadas con dinero público, hablan de lengua vehicular cuando deberían de hablar del tráfico con la lengua.
Exigen libertad para sus decisiones, al tiempo que conculcan la libertad individual de los ciudadanos para desarrollarse como bien les parezca, en el idioma que deseen y en la cultura que valoren; y encima quieren que se reconozca su invención cultural como una condición prácticamente genética e ineludible.
La primacía de lo local sobre el mestizaje en un mundo global como el que vivimos es un atraso; recuerdan en sus pretensiones el aislacionismo de los países del telón de acero, y se han propuesto imponer un arancel educativo con su lengua doméstica contra la lengua nativa e histórica de sus territorios que es el castellano, para asegurarse la supervivencia política y las prebendas que les concede el poder, a las que tendrían que renunciar en el caso de que la Constitución Española de 1978 se cumpliese. Secuestran a los ciudadanos en un mundo irreal e irracional, imponiendo por puro dogmatismo políticos una cultura inventada sobre la cultura autóctona real.
Definitivamente, los nacionalismos antiepañoles conducen a un nuevo absolutismo, a un despotismo ancilar que pretende someter a la cultura española y los españoles, que no se puede seguir consintiendo desde el Gobierno del Estado, porque entre otras cosas vulnera nuestro Estado de Derecho y nuestra Constitución.
Cada día está más próximo el momento en que los españoles despertaremos de la hipnosis a que nos han sometido los partidos políticos de este país, que en su afán de perpetuación están traficando con nuestros derechos constitucionales, malvendiendo nuestra dignidad como pueblo en las rebajas autonómicas, para seguir gobernando contra lo establecido en su día por los españoles, en un acto de traición, que por cierto no prescribe.
El grave problema en que nos encontramos los españoles en estos momentos es que si exigimos que se cumpla la Constitución española, como corresponde a nuestro derecho, los políticos que nos representan deberán ser juzgados por traición, porque en caso de no hacerlo, nuestra Constitución será exclusivamente papel mojado. Nos han llevado a ese lugar de la historia en que o defendemos lo que es nuestro o perderemos para siempre la condición de ciudadanos para convertirnos en siervos de los políticos actuales y los que vengan en el futuro.
Al contrario de lo que pueda parecer nuestro mayor problema no es la agresión de los nacionalismos contra lo español, sino la indefensión a la que nos han conducido los partidos nacionales, PSOE y PP, que deberían haberlo evitado. Los policías se alían con los ladrones para delinquir, hurtándonos paulatinamente los derechos constitucionales con parsimonia estudiada y sin recato alguno.
Sin respeto a la Constitución el ejercicio de la justicia resulta imposible, sin justicia sólo la ley de la fuerza prevalecerá como en la época feudal. Los nacionalismos están condenando a todos los españoles a regresar al pasado, porque saben que no pueden existir en el futuro, y por eso pretenden congelar el paso del tiempo -algo que realmente resulta imposible -, para lograr su propósito antes de que la globalización los acabe devorando, y en vez de darse cuenta de que la mayor garantía de su supervivencia es incrustarse en lo español, porque fuera de lo español no tienen sentido, pretenden tener entidad propia y singular, contra lo español que es precisamente el único espacio cultural en el que pueden resistir el huracán homogeneizador que nos espera. Lo español sobrevivirá con seguridad, mientras que lo vasco, gallego y catalán acabará extinguiéndose porque el mundo no acepta lo que es útil para los políticos, sino lo que es necesario para los ciudadanos.
El problema más grave de los nacionalismos es que no resultan rentables desde la perspectiva del consumidor, mientras que lo español tiene un mercado de 450 millones de habitantes en continuo crecimiento. En el caso de los nacionalismos catalán, vasco o gallego, el precio de la diferencia es mucho más elevado que su auténtico valor. Esta es la auténtica tiranía del tribalismo, no reconocer que se les ha pasado el arroz, y condenarnos a todos los que no somos nacionalistas a no progresar para que intenten, sin ninguna posibilidad de lograrlo, que sus naciones inventadas acaben siendo reales.
Biante de Priena