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jueves, 25 de diciembre de 2008

El lazarillo de Tormes ataca de nuevo.

Naciones reales y naciones virtuales

Una nación es una entidad política real, tan real, al menos, como un Estado. Los Estados-Nación no han sido producto de la casualidad, sino de la evolución histórica de los pueblos, se han establecido en un camino intermedio entre la cooperación y el conflicto, entre la dominación política desde el poder y la lucha de los ciudadanos contra sus excesos y defectos. Tienen un origen establecido y contrastado, y algo muy interesante, admiten la pluralidad en su concepción y construcción, en un abanico amplio que va desde los que las niegan hasta los que las afirman. Las naciones reales son reconocidas internacionalmente por las suprainstituciones mundiales: ONU, FMI, Banco Mundial, OIT, OTAN...

Las naciones virtuales proclaman su existencia sobre las interpretaciones sesgadas de los hechos históricos y culturales, tienen su origen en el deseo de un determinado sector de la población, siempre minoritario, que trata de convencer a la mayoría de su “realidad”. Se fundamentan en la opresión ejercida sobre su génesis por las “metrópolis”, autodeclarándose “colonias”, cuando en realidad son sus seguidores los que pretenden establecer un colonialismo territorial con los ciudadanos que han tenido la desgracia de haber nacido o estar viviendo en su demarcación, a los que chantajean, mientras prometen redimirlos.

Las naciones virtuales, al igual que los videojuegos, provienen de una interpretación particular de la realidad, fundamentada en un sueño irrealizado e irrealizable, de una forma de practicar legalmente el parasitismo, que permite obtener pingües beneficios de la supuesta metrópolis, antes que su emancipación política –que presentan siempre como destino, cuando en realidad es medio, para obtener sus fines, es decir, privilegios políticos y económicos-.

Las naciones virtuales, no han llegado a tiempo a la historia, de otra forma serían naciones reales, por lo tanto son extrahistóricas e idiosincrásicas. Enarbolan su reconocimiento por la “metrópolis” a la que siempre acusan de esquilmar su identidad, y por otras naciones virtuales, pero en realidad, su situación no se debe a ninguna opresión centralista, expropiación, o devaluación política, sino de su incapacidad demostrada de no alcanzar el status que en su creencia les corresponde.


De la existencia de España

En España, antiguo reino de reinos, hay numerosas comunidades, unas establecidas sobre criterios territoriales históricos, en algún caso con alguna diferencia política (territorios forales), otras sobre estructuras culturales peculiares (una lengua diferenciada), y otras sobre criterios prácticos. España no es un invento, sino el producto de mucha sangre derramada a lo largo de los siglos, de conflictos políticos resueltos e irresolubles, de una reunión de territorios, pueblos y culturas en un común compartido y homogéneo. Las diferencias que se aducen desde las comunidades que aspiran a nación, ni son suficientes, ni son reconocidas por todo el mundo.

Estas naciones virtuales, que alegan su pulsión irredenta por la autodeterminación, asemejan a un brazo o una pierna que quisieran emanciparse de un cuerpo por amputación. Realmente se consideran a sí mismos y consideran a los demás como equinodermos, como la estrella de mar, y piensan que si se amputa uno de sus brazos, surgirán dos estrellas de mar, eso sí, diferentes.

De la existencia de sus parásitos

El origen de las naciones virtuales se fundamenta en el parasitismo político de unos iluminados y la estupidez política de un huésped al que no le importa que le extraigan su vitalidad, sea en forma de riqueza o de poder político, porque no sabe ni lo que está representando. Las naciones virtuales, en la actualidad de la España democrática, son un producto de las pretensiones de los nacionalistas furibundos y las concesiones del PSOE, contra la voluntad de la inmensa mayoría de los españoles, nunca representada por el PP, por cierto, que pretende seguir los pasos de sus rivales para que le acepten en el juego de componer sinfonías. Estas protonaciones imposibles, son producto de una interpretación sesgada de la realidad, y no de la interpretación compartida por la práctica totalidad de los ciudadanos y el poder soberano que atesoran.

Desnacionalizar España, convertir nuestro país en una realidad huera, es algo que les interesa a los nacionalistas y los socialistas, con el fundamento práctico de perpetuarse en el poder creando una nueva mitología, previo vaciamiento de la realidad existente y destrucción de sus fundamentos. Impedir que los españoles se identifiquen como tales, es la mayor opresión organizada que se ha hecho sobre los ciudadanos de este país desde la desaparición de la Santa Inquisición, ni siquiera Franco se atrevió a tanto.

Al PSOE y los nacionalistas les resulta mucho más rentable políticamente deshacer España, que respetarla tal como es, siguiendo las enseñanzas de Lenin, de instrumentalizar absolutamente todo, para lograr sus propósitos. Afortunadamante, en nuestra nación de prolongada historia, profunda cultura, y ancestral origen, no es la primera vez que los traidores al común pretenden beneficiarse a costa de perjudicar a la inmensa mayoría, a la larga, todos esos intentos, condenados al fracaso desde su inicio han terminado siendo sofocados, por la ley o por las armas , y en esta ocasión no será diferente.

España es un producto de la mezcla cultural a través de los siglos de numerosas culturas en una pequeña civilización particular y definida, reconocida históricamente, fértil en nuestros sentimientos y en el desarrollo real del mundo, desde antes incluso de que los romanos dominaran construyeran su imperio. Pero los nacionalistas iluminados y los socialistas condescendientes, pretenden reescribir la historia, en su delirio singular, a la medida de su antiespañolismo, como si se pudiera hacer tal cosa impunemente. Esa es la segunda fase de la implantación de recuerdos por lavado de cerebro que pretenden imponer con retroactividad mediante la ley de memoria histórica, más ajustada a sus sueños que a la realidad existente.


La picaresca española de los nacionalistas

Pero mira que son torpes estos modernizadores, en la Novela Picaresca ya habíamos resuelto los españoles las ecuaciones de intercambio entre actores de forma sencilla. Es tan español el argumento que surgió aquí y no en otro lugar del mundo.

La realidad de la picaresca consiste en unos aprovechados espabilados que despluman al descuido a un pardillo afortunado, que habitualmente ha alcanzado su posición sin esfuerzo, privilegiado por la suerte que acompaña a los imbéciles, y además no tiene mucha conciencia del significado del lugar que ocupa. En un país de cuento, en que los ciegos eran los medios de comunicación y los que vivían cerca de ellos, comían queso y disfrutaban de la vida, inmersos en la miseria circundante.

El Lazarillo de Tormes, y en general, todas las novelas picarescas, remedan "El Elogio de la Locura" de Erasmo de Rótterdam, porque para criticar al poder, lo mejor es hacerse el loco, o estar ciego, vamos, dar pena antes que envidia. Pasó con Franco (entonces los nacionalistas y condescendientes se descubrían poco, lo justo) y ocurre ahora, porque nunca tantos anónimos firmaron sus relatos en blogs, periódicos, y panfletos. El anonimato colectivo, eso es España en estos momentos, mientras se fragua el cuarto acto, entre crispaciones, desesperaciones y afilar de sables. La España "ciega", esta vieja nación, no duerme nunca -hace que duerme-, sobretodo si se sabe rodeada de pícaros.

Que los pícaros son los nacionalistas, está claro, pero el papel del anfitrión de La Moncloa, no sé si se corresponde más con el de imbécil afortunado o el de ciego desconfíado. Y ahí está el único dilema de los españoles y de España.

Habría que preguntarle al autor, si se pudiera, por el desenlace. La identidad del autor - anónimo por cierto -, para no levantar suspicacias en una España que retrató con magisterio, se ocultaba de la Santa Inquisición que dictaba moral, perseguía a los discrepantes, y los condenaba a la hoguera, previo paso por torturas; no todos los anonimatos tuvieron éxito, porque los únicos que perduraron, más que de autor desconocido terminaron siendo obra de la Fuenteovejuna, que despachaba comendadores con la misma facilidad que se apaga un ordenador.

Tanto correr hacia ningún sitio para seguir siendo lo mismo, así se ha hecho España, a borbotones, entre pícaros, pardillos, espectadores y comendadores. Y dicen los nacionalistas que no son españoles, cuando se comportan como arquetipos estereotipados, pues que digan, que ya diremos los españoles lo que son cuando corresponda, y a ver si no les hacemos pagar por los desperfectos y molestias que nos han ocasionado, y al pardillo-ciego que nos ha representado estos años, que San Martín le bendiga.

Que España sea anónima, no significa que no exista, más bien al contrario, existe oculta, esperando la ocasión de liberarse de los sinvergüenzas que la expolian. En poco tiempo, estas palabras cobrarán pleno sentido.



Erasmo de Salinas

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