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viernes, 16 de enero de 2009

Los Zanahorios

Un lector ha preguntado en el correo ¿qué es eso de los zanahorios de lo que algún comentarista alardea?. Pues es verdad, no todo el mundo sabe que son, o mejor dicho, que somos los zanahorios.

Los zanahorios surgimos en los meses anteriores del II Congreso de Ciutadans, como representantes de la diversidad existente y el cabreo que supuso ver como los dirigentes del partido tiraban por tierra las ilusiones de muchos ciudadanos que habían acudido de todas partes a la llamada de libertad, igualdad y justicia para Cataluña, que Albert Boadella y unos cuantos amigos, habían invocado ante la opresión del social-nacionalismo cuatribarrado.

Testigos de los desmanes del poder en una formación política embrionaria, como era Ciutadans, se unieron para derrocar un régimen de opresión en su propio partido que emulaba el esgrimido por la Generalitat. Ciutadans no pudo ser, porque sus dirigentes querían que sus militantes fueran borregos dóciles y en realidad eran fieros ciudadanos, dispuestos a combatir las estridencias de una política nacionalista insumisa con la Constitución, secesionista con la nación, y opresora de la libertad. Los ciudadanos zanahorios, como buenos demócratas, no admitieron la imposición de los dirigentes y sus manipulaciones, ni la incrustación de candidatos en las listas, ni la expulsión de militantes por expresarse en libertad, ni la persecución de los discrepantes, ni el respeto al liderazgo inmerecido de un Presidente y un Secretario General, tan ambiciosos como torpes.

Y entonces llegó Ciudadano Ubú, una simpática zanahoria dispuesta a representar la voz de los que callan, que se convirtió inmediatamente en el líder carismático de la “corriente zanahoria”, los desencantados, los oprimidos, los aburridos y los hartos de ver como tanto esfuerzo colectivo se iba a la mierda por los errores de unos pocos dirigentes, que lamentablemente ocupaban el lugar que no les correspondía.

La batalla fue dura, pero al final, como ocurre en las mejores novelas de terror, los malos ganaron. En realidad, en aquel Congreso de las Hespérides triunfó el miedo de los catalanes a que Ciutadans se hiciera un partido español, triunfó el miedo de los izquierdistas que pensaban que los liberales les desplazarían del poder si jugaban en igualdad de condiciones, triunfó el no nacionalismo catalán frente al “España somos todos”y triunfó el leninismo sectario en la organización del partido, como ahora ocurre en UPyD.

Los zanahorios perdimos aquella batalla política para triunfar en la paz posterior, el partido se fue quedando sin militantes, sin ideas, con los dirigentes elegidos y todas las torpezas acumuladas por quienes les apoyaron, hasta convertirse en lo que hoy es, un barco fantasma con el holandés errante atado al mástil, que clama porque alguien le ayude a concluir su peregrinaje por la inexistencia.

Pero los zanahorios seguimos adelante, cambiamos el color naranja por el magenta del partido de Rosa Díez, muchos apoyamos su comienzo, con recursos materiales y humanos, nos aproximamos a UPyD para hacer posible el sueño que fue imposible en Ciutadans: un partido democrático en el que la justicia prevaleciese en un clima de libertad. Y tampoco fue posible.

En Cataluña, conocimos como en ningún lugar, las auténticas intenciones de UPyD, vimos de lo que eran capaces los seguidores de Rosa Díez y descubrimos que no había futuro en un partido aún menos democrático en su organización que Ciutadans, con una ideología exclusivamente socialista, con una ausencia de libertad ofensiva, y con unos dirigentes, bastante torpes por cierto, encaramados al poder, que ejercían con singular descaro su tiranía.

Evidentemente, los zanahorios también denunciamos en esta ocasión, el atentado contra la democracia ocurrido en UPyD, pero en esta ocasión nos surgieron competidores muy beligerantes, fundamentalmente agrupados en la corriente interna de Libertad Ciudadanos, (supongo que ellos serán "los remolachos") que últimamente, como le había ocurrido a Ciudadano Ubú en su día con Ciutadans, fue denunciado a la policía y a la justicia, por discrepar de las consignas del sanedrín magenta.

Pues amigo, eso somos los zanahorios, los ciudadanos que se acercan a los partidos políticos y comprueban la inexistencia de democracia interna en su interior, los desmanes de los dirigentes, la corrupción, la inmoralidad, la injusticia de sus decisiones y el único interés propagandístico de promocionarse en la vida, utilizando la política y el engaño de los ciudadanos para ello, aprovechándose de sus seguidores, a los que tratan como borregos.

Los zanahorios somos ciudadanos hartos de la política y los políticos de este país, que en vez de quedarse callados cuando han contemplado la auténtica realidad de las formaciones políticas que dicen defender los intereses generales (pero que en realidad sirven exclusivamente para la promoción de los dirigentes), deciden tirar de la manta y mostrar al mundo, lo que realmente piensan, sienten y hacen los dirigentes políticos que utilizan las urnas como una inversión para sobrealzarse ante los demás, de la forma que sea, como sea, cuanto antes.


Erasmo de Salinas

Razón y progresismo

Las aviesas intenciones del progresismo son extraordinariamente perjudiciales para el futuro inmediato de la cultura occidental. Esta ideología política residual, que proviene del estrepitoso fracaso del socialismo real tras la caída del telón de acero y la correspondiente frustración en la implantación universal de las premisas marxistas, tiene como único objetivo desplazar a la razón como criterio válido y valioso en la regulación de la convivencia de los seres humanos en sociedad y en su adaptación a las dificultades que acontezcan en sus vidas, sencillamente, porque la razón es incompatible con la percepción de la realidad que favorece sus intereses. La razón fundamentada en conocimientos, experiencias y hechos, expone sus equivocaciones con facilidad, por lo tanto debe ser derribada: pensar es fascista.

El progresismo, que no puede competir con racionalidad, ni siquiera con sentido común, con otras interpretaciones de la realidad existente, denuncia permanentemente la razón occidental, que proviene del desplazamiento de los mitos por el logos que hicieron los griegos, -pretendiendo el regreso al mito, "su" mito- como un instrumento de opresión al servicio del poder, que ha permitido la creación de un mundo inicuo de privilegiados y desposeídos: una tremenda falacia propagandista.

¿Quién no conoce a algún socialista que se dedique a la política o a los sindicatos que no se esté aprovechando personalmente de su estatus predicando "las verdades" para los demás, que a él o ella no le incumben?. Creo que nadie, todos hemos visto como han medrado algunos socialistas gracias a la política en las últimas décadas, cuando antes de entrar en política no tenían otro futuro que el correspondiente a sus cualidades personales.

La tradición racional, a la que debemos la hegemonía cultural de Occidente, las más altas cotas de organización y bienestar social, los más elevados logros científicos y tecnológicos, las máximas cotas de democracia y libertad, los niveles de riqueza económica no superados por otras civilizaciones, molestan a los progresistas, porque ellos no pueden ofrecer alternativa, y lo único que pueden hacer es aprovechar lo creado por otros modelos, para recrearse en sus delirantes pretensiones de forma parásita, porque parásito es aquel que vive a costa de lo ajeno y no de lo propio.

El progresismo -y entiéndase en el concepto que se utiliza desde el PSOE y no en el de oposición polar a las ideologías conservadoras-, es un movimiento político perverso, heredero del socialismo real que alejo del bienestar a millones de personas en el pasado, y sólo puede ofrecer como referentes el comunismo de China o Cuba, la debacle histórica de los países del Este de Europa, en los que la libertad era cercenada cada día, las "demogracias" latinoamericanas de Chavez, Morales, y compañía, y como utopía máxima, las socialdemocracias nórdicas, fundamentadas en una cultura calvinista del esfuerzo colectivo, inviable en los países de ámbito latino, más orientados al disfrute de la vida, que al trabajo y el ahorro.

Por eso los progresistas prefieren la "razón común" a cualquier lógica racional, la razón común es la que proviene de lo que diga la mayoría democrática, como si la mayoría pudiese decidir sobre lo que ignora. Las verdades "democráticas" sustituyen a las racionales. Como decían los anarquistas en la década de los setenta del siglo pasado: "comed mierda, un millón de moscas no pueden equivocarse". Y a este paso, mucha mierda vamos a tragar. Los progresistas socialistas, se acantonan en la democracia, despreciando la razón, la ley, y la experiencia, niegan otra realidad que no sea la que ellos perciben desde su fanatismo fundamentalista, por eso sustituyen la justicia por reglamentos, la razón por protocolos, y la experiencia por constructos, apartándose de cualquier posibilidad de resolver los problemas sociales, porque ellos son el principal problema social cuando gobiernan, sin posible solución para los gobernados más que apartarlos del poder.

El progresismo vende políticamente la igualdad para todos mientras promueve la diferencia para algunos privilegiados: los afines a sus ideas, los "colocados" en el poder en todas sus extensiones por poseer carnet del partido, creando una nomenclatura. Lejos de servir a la democracia para lograr un mundo mejor, el progresismo la utiliza para organizar un mundo mejor para algunos: sus representantes, sus clientes y algunos de sus votantes (porque siempre perjudica a la inmensa mayoría). Las pretensiones organizacionales que se establecen desde el progresismo radican en la tiranía social, su objetivo es beneficiar a la mayoría -la mayoría de los suyos, por supuesto- aunque para ello tengan que perjudicar a las minorías, que acumuladas pueden ser mayoría, pero diversa y no homogénea.

La justicia social del progresismo es la que beneficia a dos, aunque perjudique a un tercero, aunque este tercero sea el que haya creado más riqueza por su esfuerzo, capacidad e inteligencia, de los tres. Inevitablemente, la consecuencia inmediata de esta ley progresista es que los que más producen dejan de producir, porque el beneficio que pueden obtener no les compensa, pues el que no hace nada o muy poco, recibe prácticamente lo mismo. Pero de esta forma, al tiempo que todos los países con gobiernos progresistas se van empobreciendo, su apoyo por parte de las masas va creciendo, en proporción a la injusticia que supone que los que más trabajan reciban menos y los que menos trabajan reciban más. El progresismo incrementa de forma extravagante las cotas de dependencia de los ciudadanos, porque fomenta el no hacer y la mediocridad, creando ignorancia, paro y miseria.

La ideología progresista entiende que, la razón hegemónica en la cultura occidental es la razón capitalista, fundamentada en el humanismo cristiano y la libertad, que establece diferencias injustas desde una perspectiva social, porque premia al que más hace y castiga al que no hace, denuncia la forma de vivir occidental, fundamentada en la producción incesante y el excesivo consumo. Denuncia la riqueza y la pobreza como consecuencias de la injusticia, y no de las diferencias personales y los aciertos y errores que se van acumulando a lo largo de la existencia. Para los progresistas, la fortuna es una consecuencia de la suerte, de los privilegios heredados, pero nunca del esfuerzo personal, ni del aprovechamiento de las oportunidades que te puede brindar la vida. No hay riqueza justa, porque justa sólo es la pobreza, por eso la justicia social consiste en hacer cada vez más pobres a cualquier precio, porque los pobres, ignorantes, incapaces y dependientes del Estado, son los más fieles votantes del progresismo, el núcleo duro de sus triunfos electorales, porque son el sector de la población que se mueve más por la fe en lo que les dicen que por la razón propia.

El progresismo considera que los desafortunados, provienen de la desigualdad de origen, de las mayores dificultades a superar que han tenido, y de la mala suerte. Consideran que los que triunfan en la vida son unos explotadores, y los que fracasan, unos explotados; consideran que la pobreza y la riqueza son accidentales, y que provienen exclusivamente del expolio de los privilegiados. Con un gobierno progresista, destacar en la vida es peligroso, como ocurría en la época del revolución cultural china, porque el que se diferencia por sí mismo, el que no respeta los límites del redil, es un elemento subversivo y amenaza el bienestar de la colmena, porque pretende ser más que sus semejantes. Con el progresismo solo pueden aspirar a ser más que los otros, los elegidos colectivamente, -es decir, los propuestos por el líder y sancionados por los demás- no los que destacan individualmente.

La ideología progresista trata a los seres humanos libres e independientes como enfermos sociales, que quieren diferenciarse de los demás para oprimirlos posteriormente. El buen ciudadano progresista es el que obedece, el que cumple lo que establecen las autoridades incompetentes, el que no protesta, el que sabe esperar a que llegue el momento en que colectivamente reciba un premio de sus semejantes por haberse portado bien y haber cumplido con las tareas que se le han asignado. El que produce, consume, paga sus impuestos y se siente feliz de poder llegar a casa y tragarse lo que echen en la televisión, y que considera como valores máximos los que se anuncian en el catecismo progresista: los peligros del cambio climático, los crímenes imperialistas de Estados Unidos e Israel, la urgente necesidad del pacifismo y la alianza de las civilizaciones, la brutalidad de la cultura machista, las falacias del cristianismo, el fascismo de los que no piensan como ellos, la negación de cualquier criterio de identidad individual, el valor imperante del vanguardismo, la imprescindible corrección política del pensamiento único, y la prevalencia de lo colectivo sobre cualquier frivolidad individual.

Por eso cualquier valor tradicional, principio ético, o creencia moral que se aparte de lo establecido, debe ser erradicada como peligrosa, y condenada al ostracismo hasta su desaparición de la faz de la tierra. La diversidad, la pluralidad, la heterogeneidad de los seres humanos debe ser ocultada, aplastada y eliminada.

El progresismo, como un cáncer, ha ido ocupando los lugares que la razón había alcanzado para imponer un nuevo mito: la salvación de los peligros de la existencia sólo se puede obtener desde una ideología que considera a todos los seres humanos iguales. En realidad, utiliza el espacio de las creencias y no de la razón, por ello tiene que erradicar el cristianismo de la sociedad, aunque sea implantando el islamismo o el budismo, pero fundamentalmente el ateismo. El progresismo nos trae una buena nueva, Dios ha muerto, y el Estado se ocupará de todos nosotros a partir de ahora, nuestros hijos estudiaran el nuevo catecismo de Educación para la Ciudadanía, y todos seremos felices en un mundo de paz y amor.

Mientras tanto, unos cuantos se seguirán forrando, sin dar golpe, hablando de igualdad e injusticia social, mientras otros seguiremos trabajando más cada día para hacerlo posible y Zapatero acudirá a “tengo una pregunta para usted” a responder a algún demandante de empleo: “acaso no sois felices, ahora que os he liberado de vuestros opresores”. Y todos aplaudirán a rabiar, mostrando una gran sonrisa, mientras sube el recibo de la luz, porque en España no habrá centrales nucleares, mientras le podamos comprar la energía eléctrica sobrante que Francia produce con las suyas, porque son unos incivilizados. Es el precio del progreso, que todos pagaremos gustosamente, para que el cambio climático -la nueva representación del demonio-, no acabe con todos nosotros.


Biante de Priena

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