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sábado, 9 de junio de 2007

La perversión de la democracia



Hablar sobre los fundamentos de la democracia supone siempre regresar, porque la democracia más bien se ha deteriorado con el paso del tiempo y la intervención de los políticos. El progresismo, es una artimaña pretenciosa que puede conducirnos definitivamente a la prehistoria de la política.

En una entrevista realizada hace tres años, a raíz de la publicación de su libro: “Panfleto contra la democracia realmente existente” (La esfera de los libros, 2004), el filósofo Gustavo Bueno se manifestaba de la siguiente forma, contra los paladines del pensamiento políticamente correcto:

«La democracia es fundamentalista; perniciosamente fundamentalista. ¿Por qué? Porque influye en todos nuestros comportamientos sin que nosotros nos demos cuenta de sus trampas. Pero esto tiene mal remedio, pues la gente, en general, también es fundamentalista.»

Las reflexiones del profesor Bueno sobre la democracia, se había expresado con anterioridad en el ensayo titulado “La democracia como ideología” (Ábaco, 1997):

“Damos por supuesto que la democracia es un sistema político con múltiples variantes «realmente existentes». Por ello podríamos afirmar (valiéndonos de una fórmula que el mismo Aristóteles utilizó en otros contextos) que la democracia «se dice de muchas maneras».

Pero la democracia es también un «sistema de ideologías», es decir, de ideas confusas, por no decir erróneas, que figuran como contenidos de una falsa conciencia, vinculada a los intereses de determinados grupos o clases sociales, en tanto se enfrentan mutuamente de un modo más o menos explícito o encubierto”.

La democracia para el máximo exponente del materialismo filosófico, es un sistema de ideas, es decir, una ideología, y como tal una estructura sujeta a creencia, relativa a nuestra fe y confianza en su autenticidad última. Las ideologías son refutables, por lo tanto, la democracia es una idea que se puede y debe poner a prueba.

La democracia existente

Muchos de los políticos que salen en la televisión contándonos sus historias, nos dicen que no acaban de comprender porque los índices de abstención se incrementan con cada proceso electoral. De lo que se puede deducir que desconocen que es lo que está ocurriendo en las democracias occidentales, o bien que están mintiendo con fluidez.

En cualquiera de las dos opciones demuestras su inaptitud y su ineptitud para ocupar los cargos representativos que les han sido asignados, o mejor dicho, para los que han sido designados. Los políticos españoles no son elegidos por los ciudadanos, sino por los jefes de sus partidos políticos que son los que los incluyen en listas cerradas a las que los electores solo pueden decir sí.

El ciudadano español medio considera que un proceso político es democrático siempre que se pueda elegir por medio de votación entre diversas opciones a sus representantes políticos, y que esto se pueda hacer con cierta periodicidad, manteniéndose un nivel aceptable en la libertad de expresión de los actores.

Sin embargo, el ritual de las urnas es exclusivamente la foto finish de un largo proceso del que desconocemos los elementos más importantes. Votar cada cuatro años es un acto de democracia consumista, que se asemeja al “fast food”, al “pret-a-porter”, o simplemente un “quicky” o polvo rápido (“kiki”). El ciudadano consume así la política que le ofrecen como la única posible.

La perversión de la democracia participativa consiste en limitar la intervención de los ciudadanos en las decisiones políticas al simple hecho de votar cada varios años. Eso sí, son libres de no hacerlo.

Hace más de dos mil años en Atenas, el 80 % de los ciudadanos participaban en algún cargo representativo a lo largo de su vida, aunque fuera en el “consejo de los quinientos”. Hoy en día, menos del 0,5 % de los ciudadanos podrán ser representantes políticos a lo largo de su vida, y como mucho, si tienen suerte, algún día podrán acudir a ser testigos del proceso en una mesa electoral.La participación democrática se ha ido reduciendo progresivamente con el paso del tiempo.

La perversión de la democracia participativa consiste precisamente en limitar la intervención de los ciudadanos en las decisiones políticas al simple hecho de votar cada varios años. Eso sí, son libres de no hacerlo, exactamente igual que si apagan la televisión si no les gusta un programa determinado.

Pero esta no es la única de las perversiones, quizás la más importante de todas sea la perversión de la democracia representativa. Los ciudadanos no eligen directamente a sus representantes políticos, sino que eligen entre las alternativas que les ofrecen los partidos políticos, así el profesor Bueno, prefiere definir nuestro régimen político como una “partitocracia”, al que yo añado el calificativo de demagógica, que como una democracia.

El proceso para ser elegido candidato dentro de un partido político para nada respeta la democracia, más bien al contrario, se establece contra la democracia. Los candidatos o elegibles, son designados por los que detentan el poder dentro del partido, los grupos más poderosos, los líderes, o los “lobbys externos”.

Al final se presenta una opción, exclusiva en la mayoría de los casos, que es votada por los afiliados. En menos ocasiones, puede haber listas críticas alternativas, que siguen el mismo proceso que las oficiales. De esta forma se produce la perversión de la democracia representativa.

El proceso de la contra-democracia política que vivimos en España, consiste en alejar progresivamente las decisiones últimas de los ciudadanos, y aproximarlas a los grupos de poder o a los líderes autoritarios. La antológica definición del sufragio libre y directo, de “un ciudadano, un voto”, se está quedando poco a poco en: "un político, un coto”.

Hacia la democracia real

No se puede continuar en el siglo XXI hipnotizados por la creencia en que los sistemas democráticos en los que vivimos en los países avanzados, son lo mejor de lo posible. Al contrario, los ciudadanos debemos pasar a la acción y exigir la inversión del proceso, la representación política debe aproximarse paulatinamente al ciudadano, hasta lograr que cada ciudadano se pueda representar a sí mismo.

Los políticos deberán cambiar de profesión en los próximos años, eso sería el mayor indicador de madurez política en nuestra sociedad. Mientras se logra ese objetivo, debemos mantenernos atentos a los agujeros de la estructura que permiten la injerencia de autoridades ajenas a la propia ciudadanía, a veces de forma tan zafia que resultan extravagantemente cómicas.

Juan Pablo Mañueco, ha publicado un grueso libro de 496 páginas titulado: “La democracia Real. Hacia el final del Estado totalizador de lo público” (Fundamentos, 2004) en el que refiere diversas “puertas” para la vulneración de la legitimidad democrática, de las que se pueden destacar algunas como las siguientes:

La soberanía de los ciudadanos es suplantada por la soberanía de los políticos. Son los políticos los que deciden los candidatos, no los ciudadanos, que solo pueden suscribir o no las candidaturas en las urnas.

Los representantes electos no se vinculan a mandatos concretos, el cumplimiento de sus funciones debería evaluarse por el desarrollo de sus programas, pero a esto nadie le presta atención. Se dispersan y se alejan de sus propuestas, que solo utilizan para acceder al cargo.

Control externo y ciudadano del ejercicio del poder, de las acciones y decisiones políticas, esto se ignora por completo, un político recoge el acta y ahí se acabó su responsabilidad con sus electores, en otros países como Francia o Reino Unido esto no ocurre.

Control ciudadano de las figuras encargadas de la autoridad, de la organización política, de la administración pública, del tesoro público, de los bienes públicos, y por que no, de los servicios públicos.

División real de los poderes públicos. Independencia de los mismos, política y económica. Tanto a nivel externo, como interno. Es inadmisible que el fiscal general del estado sea un miembro “volante” del gobierno.

Eliminación de la injerencia del Estado en la vida privada de las personas. Respeto máximo a la libertad por parte de las autoridades, siempre que no se vulneren los códigos legales.

Existencia de un cuarto poder, conformado por los medios de comunicación que se mantenga independiente (eliminación de las ayudas gubernamentales de todo tipo) de la gestión política del Estado, y de todos los gobiernos locales, autonómicos, y nacionales.

Biante de Priena

Alvert, porfa..diga-nus la britat



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