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domingo, 15 de junio de 2008

Los asesinos del joven Wherther

¿Quién no recuerda el cartel de propaganda de Albert Rivera en las elecciones al Parlamento Catalán de finales de 2006?. Aquella imagen del joven Albert cubriéndose sus pudendas partes, era una representación diáfana de “transparencia pública”. Creo que el autor fue Ginés Górriz, si mal no recuerdo, alguien tan ingenioso que no podía sobrevivir ni en Ciutadans, ni más tarde en UPyD, porque estos partidos de nuevo cuño, aspirantes a la "política transversal" de supervivencia y transición hacia ningún sitio no son lo que parecen, ni lo que anuncian en el envoltorio.

Albert Rivera nos mostró su desnudez, Rosa Díez nos quiso mostrar la cruda realidad de la política española, “la verdad desnuda”, logrando engatusar con su discurso a los ciudadanos con esas palabras que muchos anhelábamos escuchar en boca de un político. “Lo que nos une”, que debería ser siempre mucho más que lo que nos separa, fue el eslogan que hoy le permite ocupar un escaño en el Parlamento español.

En realidad, la desnudez de Albert Rivera y "la verdad desnuda" de Rosa Díez, son lo mismo, forman parte del engaño de la mercancía, gracias a dos ilusionistas políticos avezados, dotados ambos con extraordinarias dotes para la retórica y la querencia, pero incapaces de constituirse realmente en lo que querrían representar. Ni uno, ni otra, son capaces de rellenar el hueco político que ha dejado la huída hacia delante de los grandes partidos políticos españoles, empujados por los nacionalistas.

Su “plante” es mucho más testimonial que real, porque un plante real les haría parecer conservadores, abominable calificativo, pues ambos se reconocen como progresistas, no quieren mantener lo existente y proponen un mundo nuevo, "otro mundo feliz como el de Zapatero", utópico, escénico, en el que la democracia sea un instrumento más del engaño. Rivera no la respetó en su partido, y Rosa Díez tampoco lo hace en el suyo.

En realidad, nuestra Lotte (Rosa Díez) sabe que su destino es abandonar al joven Wherther –la esperanza, el romanticismo, el idealismo, los ciudadanos hartos, sean camioneros o contribuyentes-, para fundirse con Albert -Rivera, Antonio Robles, el pragmatismo político, “estar en la pomada”, la participación en el juego-. Ambos podrían competir en un concurso de vanidad y “mesianismo”, y quedar empatados.

El psicodrama de Goethe, aquel liberal alemán que veía como el mundo se descomponía a su alrededor, está servido, al igual que "La Cena" del maestro Boadella con el cambio climático. Todo es uno, como diría Parménides.

El problema no es venderle el alma al Mefistófeles de turno (el Zapatero correspondiente), sino que el "príncipe de las tinieblas" no quiera comprártela, por eso el PP necesita a Gallardón, para que al menos le admitan en el juego de subasta.

Y para ese cambio menor que nos augura El Gatopardo, para que las cosas sigan igual cambiando algo, como decía Lampedusa, se necesita que los viejos conceptos se vistan de nuevas palabras y gestos, que los personajes se “desnuden” y “desnuden la realidad” pero sólo lo suficiente para poder vender el producto, no vaya a ser que se descubra el engaño. La estrategia es rentable, Rosa Díez es ya la política más valorada por los ciudadanos según El Mundo.

Albert Rivera y Rosa Díez, Ciutadans y UPyD, son alternativas simétricas y complementarias al mundo de Zapatero y el PSOE, al de Gallardón y el PP, son la misma nada enmascarada, el no-ser, el más puro estar, la supervivencia política de cualquier forma, la antítesis de la razón, ante la única "razón última" esgrimida por los nacionalismos, que necesitan destruir lo que existe para "crear su 'órdine nuovo'".

Nuestros mentores no son inteligentes en la taxonómica conspiración de Cipolla, juzguen ustedes mismos su clasificación entre estúpidos y malvados, porque tampoco son incautos como algunos de los que leerán estas palabras y casi todos los que no las leerán.

Regresando al drama, la “fiebre de Wherther” atenazó incluso a Napoleón en su día, que consideró esta obra como la más importante de su época. Tanto impacto causó en los coetáneos que fue preciso hacer “contrapropaganda” de forma inmediata, a cargo del Zapatero de turno, Nicolai Friedrich que evitó la conclusión propuesta por Goethe (el suicidio del joven Wherther), llenando las pistolas de Albert que Lotte le remitió con sangre de pollo y cediéndole su amada, sin más. "Cediendo sin más", que hermosa frase para lso objetivos del nacionalismo.

Goethe se enfadó tanto con este “plagio con epílogo feliz” que se pasó el resto de su vida increpando a Friedrich por su incuestionable osadía, haciéndole un poema en el que el autor del final “buenista” se defecaba en la tumba de Wherther. Su enemistad fue eterna. Goethe había llevado el idealismo alemán a su límite alcanzando el romanticismo radical, pero sabía que Friedrich había desposeído su obra de su auténtico sentido, dando comienzo de esta forma a la modernidad que se ve hoy en día por la televisión. Le molestaba tanto el fuero, como el huevo; sabía que se había corrompido su mensaje: "no hay vida para los perdedores", salvo que accedas a ser esclavo de la vida que se te ofrece.

El nuevo mundo, la modernidad, no necesitaba ni mitos, ni héroes, ni dramas, ni tragedias, ni épicas, ni líricas. Las revoluciones resultaban nocivas para la convivencia porque siempre anticipan los imperios y los despotismo, mejor reducir la realidad a pura comedia, porque ya todo está escrito bajo las estrellas: "hay que aceptar lo que hay como lo único posible", como nos decía Voltaire irónicamente.

La tragicomedia que Zapatero está representando en nuestro país con la colaboración directa de once millones de españoles como comparsa, ya tiene escrito su final: Albert Rivera (o Antonio Robles) se unirá con Rosa Díez en un nuevo partido socialista no-nacionalista, Gallardón llegará a liderar un PP socialdemócrata, Zapatero será retirado por las multinacionales cuando encuentren otro más tonto, y los nacionalistas se saldrán con la suya, llevando esta España Valleinclanesca a su fin "real" para convertirla en algo virtual, más pronto que tarde.

Pero siempre quedará un liberal, sea Goethe, o Ciudadanos en la Red, que levante testimonio de la historia, de este pequeño fascismo en el que nos obligan a vivir y al que llaman democracia. Hasta que el 12 % de camioneros, se pongan de acuerdo con el 22 % de pescadores, , el 15 % de los educadores, el 10 % de los médicos, el 14 % de los jueces, y el 23 % de las Fuerzas de Seguridad del Estado y le peguen una patada al régimen hasta mandar a las “élites políticas” a trabajar, para no seguir manteniendo a los actores de uno obra que nadie quiere ver representada.

Es cuestión de tiempo, tal vez mañana, o quizás dentro de uno, o cinco años, pero el final de "lo que hay" está asegurado, porque entre todos los que participan en el juego político no hay ninguno que tenga capacidad de cambiarlo realmente desde dentro; seguirán huyendo hacia delante, unos diciendo que no hay crisis, y otros que la hay, porque lo importante es que no se descubra que la auténtica crisis son ellos. Pero en esta ocasión, una vez más, Wherther les sobrevivirá a todos, y sin Lotte, ni Albert, porque no necesita más de lo mismo para lo mismo.

Y es que no se puede llamar progreso a que unos, siempre los mismos, retrocedan en sus derechos para que otros avancen en sus privilegios personales. Eso no es progreso, es explotación.


Biante de Priena

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