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jueves, 21 de noviembre de 2013

La casta se desnuda



"El poder sin límites, es un frenesí que arruina su propia autoridad." Fenelón

El público español cada día está más abrumado con la farsa que representa el elenco político de este país, no hay aplausos, no puede haberlos; los actores mediocres, la trama desoladora, el guión burdo, anuncian que el desenlace no puede ser amable. No habrá aplausos, ni votos, ni sonrisas. No habrá fotos, ni más triunfos de la demagogia que presume de democracia.


Los españoles tenemos un grave problema con la casta de este país, que sólo se resolverá si la casta de este país tiene un problema aún más grave con los españoles. Cuestión de soberanía. No se puede permitir que el poder del Estado del que somos ciudadanos, triunfe sobre el poder del pueblo, de los españoles, es decir, la nación. Será como españoles, y no como ciudadanos, como acabaremos resolviendo este desmadre, esta pantomima, este esperpento.


Hay pocos españoles que se hayan dado cuenta de lo que ocurre, una lucha despiadada del poder, no por el poder entre los partidos, sino de la casta de todos los partidos contra sus súbditos que ayer se creyeron ciudadanos, una guerra encubierta y discreta que consiste en debilitar al adversario con impuestos, recortes, leyes impropias de un Estado de derecho, e incumplimiento de numerosos derechos fundamentales, hasta someterlo a la tiranía en nombre de la democracia inexistente.


A la casta se les está cayendo el disfraz, esto permite a los españoles ver su ampuloso vestuario avejentado de Antiguo Régimen, adornado por la gracia de Dios de todos los despotismos. La opresión del poderoso, la ley del más fuerte, la violencia extrema de los mezquinos contra aquellos que les alzaron a donde están.


La casta se desnuda, españoles, está en pelotas ante el pueblo y ya no puede ocultar por más tiempo su desmesura, su hibrys, su desfalco, su apropiación indebida de recursos públicos, privados, instituciones, poderes, leyes e intermediarios de la intoxicación, tras haber utilizado la Constitución Española como retrete.


No es el reparto del CGPJ, ni la excarcelación de los etarras, ni los seis millones de parados, ni el billón de euros de deuda, ni el déficit público del 10 %, ni las ayudas a las Cajas de Ahorros para que no se descubriera su vaciamiento por partidos políticos o sindicatos, ni tampoco lo es la independencia de Cataluña o la ópera bufa de Gibraltar o Melilla. No es que Zapatero fuera peor que Rajoy o Rajoy peor que Zapatero. Tampoco que nadie desde el poder haya pedido disculpas a los españoles, no es que el PSOE haya iniciado la agonía por incapacidad manifiesta de presentar una propuesta creíble, ni que el PP viva en el enfrentamiento permanente entre sus miembros a pesar de tener una mayoría absoluta. No es que los sindicatos de clase estén al borde de la disolución por descubrirse que eran bandas mafiosas. No es que los españoles hayamos perdido en los últimos diez años un 50 % de nuestra capacidad adquisitiva, mientras nos fríen a impuestos y las compañías eléctricas nos cobran más que a los franceses por lo mismo, gracias a la política de las energías renovables y su codicia consentida por el Estado. Ni tampoco es que haya españoles que ya estén pasando hambre cada día.


Aunque parezca mentira nada de eso puede acabar con la casta, que soporta todo mientras usurpa el poder en su interés, prueba de ello es que con miles de casos de corrupción manifiesta apenas haya una docena de políticos en la cárcel. 


Con la casta acabará lo que siempre acaba con las castas, la falta de fe y credibilidad, los políticos de este país ya no tienen capacidad para devolverle a los ciudadanos españoles la confianza en la política, de ahí se deriva que cada día se le vean más las vergüenzas a la casta afortunadamente, porque el velo que ocultaba sus miserias estaba hecho del mismo tejido que la venda con la que habían impedido que los españoles supieran la verdad.


Sólo queda esperar el desenlace, posiblemente será una pequeña chispa la que comience un incendio, una injusticia más cometida con un ciudadano que se haya enfrentado a un político de la casta, una violación de un derecho más por parte de algún poderoso, o simplemente el último de los errores de la tiranía, tratando de someter a los españoles a una nueva ley injusta, será suficiente para que se inicie el apogeo del destronamiento de la casta.  


Roma no cayó porque Odoacro la invadiera, eso ocurrió después de que el último emperador, Rómulo Augústulo, fuera abandonado a su infausta suerte por los romanos.

Enrique Suárez

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