desde 2.006 en Internet

lunes, 7 de julio de 2014

Cien libros para el siglo XXI (020)







Discurso Preliminar a la Constitución de 1812. Agustín Argüelles (020)

En esta ocasión no quiero ser ecuánime, porque considero al liberal asturiano D. Agustín Argüelles la figura más importante de la política española en los últimos doscientos años, entre otras muchos motivos por haber sido el principal artífice para  que los españoles seamos hoy soberanos de la nación española.

Cuentan que D. Agustín, hombre discreto, sobrio y templado, de verbo inolvidable y ademanes exquisitos, salió extraordinariamente atribulado del Oratorio de San Felipe Neri de Cádiz prorrumpiendo estas palabras para la historia: “españoles, ya tenéis una nación”,  estos hechos acontecían un 19 de marzo de 1812. Los españoles teníamos una nación por entonces, pero de España sólo quedaba Cádiz libre, estábamos en la vorágine de la guerra de la independencia contra los franceses, las tropas napoleónicas que habían invadido nuestro país, para iniciar la dinastía bonapartista en España. No sin antes haber sido traicionados por Carlos IV, Fernando VII y Godoy firmando el Estatuto de Bayona, con la felonía de que el sucesor legítimo, había pedido la adopción de Napoleón para no perder sus privilegios.

Muchos son los que han reflexionado sobre las razones para no haber propuesto un sistema de estado republicano en vez de monárquico, los conservadores dijeron que para evitar la resistencia de los absolutistas moderados, la nobleza y el clero, pero más bien la razón debió ser que los británicos, que a la sazón eran nuestros aliados, no hubieran visto con buenos ojos otro experimento republicano en la Europa de comienzos del siglo XIX. Por eso nuestra primera Constitución nació con altar y trono, pero con una nación soberana que residía en el pueblo español.

Y no fue hasta 1820, cuando otro asturiano, el general D. Rafael del Riego tras pronunciar su proclama en Cabezas de San Juan, logró que el felón Fernando VII sancionara la Constitución, único requisito para que lograra plena vigencia. Sin embargo, tras el trienio liberal, el mismo general que fue aclamado por someter al Rey y hacer definitivamente a los españoles soberanos de su nación, fue vituperado por el gentío, llevado en un serón a la horca en la Plaza de la Cebada, donde fue colgado el 7 de noviembre de 1823, tras una campaña de difamación urdida por Fernando VII, poco antes de que una alianza europea formada por los cien mil hijos de San Luis, derrocara al gobierno liberal, permitiendo la llegada de la década ominosa donde los liberales fueron perseguidos, vilipendiados, encarcelados, deportados y ajusticiados.

D. Agustín se exilió en Londres, y no regreso a España hasta la muerte del déspota Fernando VII en 1834. Fue elegido diputado por Asturias y Baldomero Espartero, tras haberle derrotado en Las Cortes para acometer la regencia de España, no tuvo mejor idea que elegirlo como preceptor de la hija de Fernando VII, que posteriormente sería reina con el nombre de Isabel II, dando lugar esta elección a las guerras carlistas por “la pragmática sanción” que anulaba la ley sálica que daba preferencia a los varones vivos sobre las mujeres.


De este tiempo es la anécdota que, en mi criterio, mejor refleja y con más donosura el talante de D. Agustín, varios meses después de haber sido designado preceptor de Isabel II, escribió al Presidente del Gobierno para recordarle que él no era de alta cuna y que nadie se había acordado de asignarle un sueldo, a lo que  su  interlocutor, no recuerdo si Mendizabal o Istúriz, respondió: “pero D. Agustín, ¿cómo no lo dijo usted antes?, le asignamos 180.000 reales de pensión”, pocos días después, el Presidente del Consejo de Ministros recibió una breve carta que decía: “muy agradecido por su diligencia, pero tras hacer los cálculos pertinentes, creo que con 90.000 reales que es la mitad de su asignación podré arreglarme, dedique usted la diferencia a alguna de las muchas causas que este país tiene pendientes”. Creo que es el único caso en la historia de España en que un político decidió bajarse por sí mismo el sueldo a la mitad de lo que le habían asignado.

El pueblo de Madrid quería  a D. Agustín, tal vez por eso asistieron a su funeral más madrileños que lo hicieron a las exequias de algún monarca español un día de 1844. Como nos recuerda, Jorge Vilches, en su obituario, Corradi insistió en que había muerto "pobre, pobre, sin más riqueza que una conciencia intachable", aunque terminó con estas líneas becquerianas: "Le veo, sí, le veo levantarse de ese ataúd, y oigo una voz elocuente encomendar a nuestra custodia y defensa la gran obra de la libertad y de la independencia española"

Los españoles no le debemos a D. Agustín la libertad, siempre nos la deberemos a nosotros mismos, pero sí la soberanía del pueblo español sobre reyes y repúblicas,  y fundamentalmente sobre esos políticos que nunca comprendieron que, como establece la ley, nadie puede estar por encima del pueblo español, ningún poder, ninguna institución, ninguna ley, podrá estar jamás por encima del  pueblo español, que es el auténtico soberano y legitimador, desde entonces, de todo lo que acontece en el poder y la política de este país, doscientos años de soberanía siempre asediada por los poderosos.

Se adjuntan diversos enlaces al Discurso Preliminar a la Constitución de 1812 y algunas reseñas biográficas de Agustín Argüelles, sin duda el auténtico padre del constitucionalismo español.

Enrique Suárez
 





Enlaces Relacionados

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...