Una de las características que distingue las posiciones transversales en política de sus rivales, es la exaltación de lo actual, el objetivo puntual de resolver los problemas del presente, con la finalidad de alcanzar el futuro sin permanecer atrapados por la historia.
Los tiempos cambian y las alternativas para resolver los problemas también. André Gide, dividía la actitud de las personas ante las dificultades en dos categorías: crustáceos y sutiles. Los crustáceos son los que se empeñan en seguir aplicando los mismos remedios a los problemas cuando las circunstancias han cambiado, mientras que los sutiles se adaptan a las circunstancias.
En nuestro país, el PSOE y el PP son "partidos crustáceo", porque siguen buscando que los ciudadanos se adapten a sus propuestas, en vez de adaptar sus propuestas a las necesidades, actuales y reales, de los ciudadanos. De esta forma las alternativas políticas más votadas, deambulan por un mundo fantástico que poco tiene que ver con la realidad del país.
La política transversal actúa en sincronía con los recursos disponibles, no con los imaginados. El mesianismo de Zapatero en su partido, o la actitud monástica de Rajoy de orden y disciplina en el suyo, son una misma cosa, más de lo mismo. Tratan de convertir ciudadanos a sus respectivas formas de ver las cosas, cuando son ellos los que deberían de acoplarse a las necesidades de los ciudadanos.
La historia no pesa demasiado en la transversalidad, pero evidentemente no se desconoce, ni se desestima, aunque no se considera un recurso imprescindible a la hora de establecer la hoja de ruta hacia el futuro, y por lo tanto se utiliza con menos frecuencia como recurso indispensable. Ni las glorias, ni las humillaciones, ni los mitos, ni los ritos del pasado deben de atenderse de forma obligatoria.
Hay una necesidad de arrepentirse de los errores cometidos que impide actuar y avanzar hacia el futuro, de expiar las culpas, de exigir actos de contrición, de apiadarse de las víctimas, que bloquea el acceso hacia el futuro. Todo esto resulta demasiado religioso, cristiano, católico, por eso desde la transversalidad se elige la laicidad, que no el laicismo, que es otra forma de fundamentalismo
Durante la presente legislatura se han dedicado ingentes cantidades de energía y ríos de tinta a resolver el pasado, cuando el pasado no puede resolverse, hay que aceptarlo y punto. Esa fantasía de revocar la historia solo es propio de los movimientos fanáticos de otras latitudes.
España es un país de tradición cristiana innegable, y el gusto por el sacrificio ha sido una constante durante buena parte de nuestra historia. Ese culto a la muerte se observa en la veneración de la izquierda por la memoria histórica y la de la derecha por las víctimas del terrorismo.
Pero cabe preguntarse, ¿puede aceptarse que la política de este país se guíe fundamentalmente por presupuestos de tanatocracia?. Evidentemente no.
No se pueden olvidar a los muertos, y además no se debe. Como tampoco se pueden obviar las injusticias, ni escamotear su reconocimiento. Pero la muerte no puede ser el eje principal de la política de este país de ninguna forma, como tratan de convencernos desde el PSOE, IU, PP y los partidos nacionalistas, salvo que queramos construir una pirámide. Parecemos egipcios, la vida al servicio de la muerte.
Desde la transversalidad se actúa sobre los hechos, por supuesto, sin tratar de crear doctrinas, sino soluciones a los problemas; no se busca es mantener vivo y perenne el victimismo, para hacer culpables a los rivales de los crímenes cometidos. Eso es una barbaridad inadmisible. El revisionismo inmanente que los españoles hemos soportado a lo largo de esta legislatura es sin duda una forma de patología política.
Y seguimos atrapados en el presente tratando de congelar del tiempo, como si el “y tú más” sirviera para algo. Los crímenes del franquismo no van a resolverse equilibrándolos con los crímenes del terrorismo marxista-leninista de ETA o las barbaridades de las izquierdas revolucionarias en la II República.
No hay Salomón, ni juicio, por que España no es un niño recién nacido, y mucho menos el PSOE o el PP tienen derecho de maternidad, a buena hora pedir generosidad con la vida a estos iconoclastas de la muerte. Está claro que en todas partes cuecen habas, pero aquí la paja del ojo ajeno se ve con la lupa de la viga del propio.
¿Está claro que no hay solución con la Ley del Talión?, debería de estarlo de una puñetera vez, porque es muy sencillo comprenderlo si se quiere, pero no se quiere, porque interesa políticamente que las llamas votivas sigan consumiendo la esperanza.
Hay que pasar página y enterrar a los muertos de todos los bandos como corresponde, haciendo justicia, pero no política con ellos, y dejarse de cortinas ajironadas de sangre para velar los problemas de nuestro tiempo, los realmente existentes.
ETA es un problema vigente, al igual que las actitudes sectarias de los nacionalismos, y eso hay que resolverlo aquí y ahora, sin jugar a la prestidigitación de sacar conejos de la chistera para aliviar artificialmente el marasmo de la audiencia ciudadana, con la promesa de justicia infinita que nunca se logrará, o de paz eterna de cementerio.
¿Como va a resultar posible progresar en nuestro país si estamos regresando continuamente al pasado?. Del mito del eterno retorno, se pasa directamente a un eterno retorno al mito, y eso es precisamente lo que nos está ocurriendo.
Enrique Suarez Retuerta
Los tiempos cambian y las alternativas para resolver los problemas también. André Gide, dividía la actitud de las personas ante las dificultades en dos categorías: crustáceos y sutiles. Los crustáceos son los que se empeñan en seguir aplicando los mismos remedios a los problemas cuando las circunstancias han cambiado, mientras que los sutiles se adaptan a las circunstancias.
En nuestro país, el PSOE y el PP son "partidos crustáceo", porque siguen buscando que los ciudadanos se adapten a sus propuestas, en vez de adaptar sus propuestas a las necesidades, actuales y reales, de los ciudadanos. De esta forma las alternativas políticas más votadas, deambulan por un mundo fantástico que poco tiene que ver con la realidad del país.
La política transversal actúa en sincronía con los recursos disponibles, no con los imaginados. El mesianismo de Zapatero en su partido, o la actitud monástica de Rajoy de orden y disciplina en el suyo, son una misma cosa, más de lo mismo. Tratan de convertir ciudadanos a sus respectivas formas de ver las cosas, cuando son ellos los que deberían de acoplarse a las necesidades de los ciudadanos.
La historia no pesa demasiado en la transversalidad, pero evidentemente no se desconoce, ni se desestima, aunque no se considera un recurso imprescindible a la hora de establecer la hoja de ruta hacia el futuro, y por lo tanto se utiliza con menos frecuencia como recurso indispensable. Ni las glorias, ni las humillaciones, ni los mitos, ni los ritos del pasado deben de atenderse de forma obligatoria.
Hay una necesidad de arrepentirse de los errores cometidos que impide actuar y avanzar hacia el futuro, de expiar las culpas, de exigir actos de contrición, de apiadarse de las víctimas, que bloquea el acceso hacia el futuro. Todo esto resulta demasiado religioso, cristiano, católico, por eso desde la transversalidad se elige la laicidad, que no el laicismo, que es otra forma de fundamentalismo
Durante la presente legislatura se han dedicado ingentes cantidades de energía y ríos de tinta a resolver el pasado, cuando el pasado no puede resolverse, hay que aceptarlo y punto. Esa fantasía de revocar la historia solo es propio de los movimientos fanáticos de otras latitudes.
España es un país de tradición cristiana innegable, y el gusto por el sacrificio ha sido una constante durante buena parte de nuestra historia. Ese culto a la muerte se observa en la veneración de la izquierda por la memoria histórica y la de la derecha por las víctimas del terrorismo.
Pero cabe preguntarse, ¿puede aceptarse que la política de este país se guíe fundamentalmente por presupuestos de tanatocracia?. Evidentemente no.
No se pueden olvidar a los muertos, y además no se debe. Como tampoco se pueden obviar las injusticias, ni escamotear su reconocimiento. Pero la muerte no puede ser el eje principal de la política de este país de ninguna forma, como tratan de convencernos desde el PSOE, IU, PP y los partidos nacionalistas, salvo que queramos construir una pirámide. Parecemos egipcios, la vida al servicio de la muerte.
Desde la transversalidad se actúa sobre los hechos, por supuesto, sin tratar de crear doctrinas, sino soluciones a los problemas; no se busca es mantener vivo y perenne el victimismo, para hacer culpables a los rivales de los crímenes cometidos. Eso es una barbaridad inadmisible. El revisionismo inmanente que los españoles hemos soportado a lo largo de esta legislatura es sin duda una forma de patología política.
Y seguimos atrapados en el presente tratando de congelar del tiempo, como si el “y tú más” sirviera para algo. Los crímenes del franquismo no van a resolverse equilibrándolos con los crímenes del terrorismo marxista-leninista de ETA o las barbaridades de las izquierdas revolucionarias en la II República.
No hay Salomón, ni juicio, por que España no es un niño recién nacido, y mucho menos el PSOE o el PP tienen derecho de maternidad, a buena hora pedir generosidad con la vida a estos iconoclastas de la muerte. Está claro que en todas partes cuecen habas, pero aquí la paja del ojo ajeno se ve con la lupa de la viga del propio.
¿Está claro que no hay solución con la Ley del Talión?, debería de estarlo de una puñetera vez, porque es muy sencillo comprenderlo si se quiere, pero no se quiere, porque interesa políticamente que las llamas votivas sigan consumiendo la esperanza.
Hay que pasar página y enterrar a los muertos de todos los bandos como corresponde, haciendo justicia, pero no política con ellos, y dejarse de cortinas ajironadas de sangre para velar los problemas de nuestro tiempo, los realmente existentes.
ETA es un problema vigente, al igual que las actitudes sectarias de los nacionalismos, y eso hay que resolverlo aquí y ahora, sin jugar a la prestidigitación de sacar conejos de la chistera para aliviar artificialmente el marasmo de la audiencia ciudadana, con la promesa de justicia infinita que nunca se logrará, o de paz eterna de cementerio.
¿Como va a resultar posible progresar en nuestro país si estamos regresando continuamente al pasado?. Del mito del eterno retorno, se pasa directamente a un eterno retorno al mito, y eso es precisamente lo que nos está ocurriendo.
Enrique Suarez Retuerta
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