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jueves, 20 de septiembre de 2012

Abusar de la libertad de expresión

Intranquilo y desasosegado,  me han dejado las palabras del Secretario General de la ONU, Ban Ki- Moon, cuando ha declarado, hoy mismo, en relación a las provocaciones a los creyentes musulmanes de la revista satírica francesa Charlie Hebdo, que no se abuse de la libertad de expresión, ya que es un derecho que no debería servir "para provocar y humillar los valores y las creencias" de otros pueblos. Creo que el principal dirigente de la ONU debería volver a leerse la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en particular, los artículos 18 y 19 que dicen textualmente
Artículo 18 “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”
Artículo 19 “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”
Definitivamente, las palabras del Secretario General de la ONU, parecen las  pronunciadas por cualquier dirigente de la Alianza de Civilizaciones creada por Rodríguez Zapatero, que las de la cabeza visible del principal órgano rector de la convivencia y relación entre todos los países del planeta, fundamentalmente, por anteponer su criterio personal, a la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos.

El señor Ban Ki-moon desconoce que no hay vulneración en la Declaración Universal de los Derechos Humanos por parte de los provocadores, y al mismo tiempo, defensores de la libertad de expresión, de la revista satírica francesa Charlie Hebdo; mientras que disculpa o exonera gratuitamente las agresiones continuadas de los musulmanes exaltados, en nombre de su creencia, contra la vida y la libertad de expresión de personas ajenas a estas provocaciones, con actos que van desde la agresión a legaciones norteamericanas y europeas, hasta atentados con miles de muertos occidentales en sus propios países, o fuera de ellos, por organizaciones relacionadas con el brazo armado terrorista de los musulmanes exaltados, que se agrupa en las distintas formas de Al Qaeda. 

Cada día entiendo menos el concepto de justicia universal que erradica la libertad de expresión en revistas satíricas cuyas armas de destrucción masiva son viñetas, chistes y mofas, pero no dice nada de la libertad de expresión de aquellos que responden a las mismas con violencia y crímenes contra la humanidad. Además, me parece extraordinariamente peligroso el precedente establecido por el Secretario General de la ONU, que desde mi criterio, encuentra atisbos de justificación en la reacción violenta de los exaltados talibanes, ante cualquier provocación que puedan recibir por parte de aquellos que se expresan libremente, posiblemente con el objetivo de provocar su ira, para mostrar a sus lectores, y a todos los occidentales, la amenaza que supone para el mundo en general y para los países democráticos en particular, un colectivo religioso que antepone sus creencias religiosas a cualquier otra condición, incluidas la vida y la libertad de los demás.

El Secretario General de la ONU debería ser coherente con la elevada distinción que ostenta y hacer una declaración vehemente contra lo que acontece en Siria, Irak, Afganistán, Líbano, Yemen, Palestina, el norte de África, Pakistán, donde miles de personas han perdido la vida en los últimos años gracias al fanatismo descerebrado de los seguidores exaltados del islamismo, y no pedir a quienes defienden la libertad de expresión que se callen.

El principal derecho de los seres humanos es el de conservar su vida y en segundo lugar, su libertad, antes que el ejercicio de cualquier creencia religiosa o política. No hay banalidad en las palabras del Secretario General de la ONU, sino una profunda contumacia, cuando pretende anteponer el derecho a creer de unos, a la libertad de expresión de otros.

Hace 2500 años, tras haber exclamado Tales a las puertas del mercado de Mileto aquella frase enigmática: "todo está lleno de dioses", los racionalistas griegos lograron que la civilización occidental pasara por primera vez del mundo del mythos al mundo del logos, es decir, del mundo de las creencias al mundo de la razón; no obstante, se tardaron casi 2450 años para que en esa parte del mundo que conocemos como Occidente prevalecieran los derechos humanos sobre los derechos divinos, algo que no ocurre en otras civilizaciones o culturas, como por ejemplo el islamismo y otros totalitarismo, que siguen anteponiendo sus creencias a la vida, la libertad y la razón.

La táctica de Ban Ki-moon de no provocar a los salvajes que anteponen su creencia a la libertad y los derechos de los demás, le hubiera permitido justificar los crímenes del nazismo o de los progrom soviéticos, o la imposición de cualquier dictadura, porque los fundamentalistas totalitarios que practicaban esas creencias consideraran que sus víctimas les habían provocado, los actos terroristas de ETA o el IRA en nombre de su fe, y por supuesto, los de Al Qaeda, porque los demás no estuvieran de acuerdo con ellos.

Cuando Sigmund Freud, en su exilio londinense, fue informado de que los nazis estaban quemando públicamente sus libros en Berlín, exclamó: “nadie podrá negar que culturalmente hemos avanzado, hoy queman mis libros, ayer me hubieran quemado a mí”; si se hubiera quedado en Alemania posiblemente así hubiera ocurrido. 

Le ruego al señor Ban Ki-moon que aparte sus valiosos criterios sobre la libertad de expresión de las conciencias de los habitantes del planeta, y se someta al acta universal de Derechos Humanos que está obligado a defender y expandir, más allá de cualquier creencia política o religiosa, porque de no hacerlo estará dotando de alas a los bichos ponzoñosos, mientras que al mismo tiempo amenaza a sus víctimas, tratando de ejercer coacción, coerción y represión sobre aquellos, que al fin y al cabo, sostienen la ONU con sus impuestos.

Alá puede ser todo lo grande que quieran y les parezca a los creyentes de la doctrina musulmana, pero no es más grande que la libertad de los seres humanos que les permite creer o no hacerlo, como así recoge la Declaración de los Derechos Humanos; si los musulmanes deciden renunciar a ella por propia voluntad, nada hay que objetar, lo hacen porque son libres de hacerlo; pero que no traten de imponer a los demás sus dogmas, porque no se van a encontrar con las viñetas de Charlie Hebdo haciéndoles frente, sino con todos los seres humanos que amamos la vida, la libertad y la justicia, más que la obra de Alá, por muy grande que sea.

Charlie Hebdo, es uno de los nuestros, si no les gusta a los talibanes lo que manifiesta, ahí tienen los tribunales humanos, franceses e internacionales, para presentar todas las querellas que bien les parezca, pero El Corán, la sharia y las fatwas que se las apliquen a sí mismos, si les apetece, es su libertad y voluntad, pero no a los demás; estaría bueno que en pleno siglo XXI tuviéramos que aceptar regresar a etapas del pasado, que tantas vidas y guerras nos ha costado superar a los occidentales, para que aquellos que todavía no las han superado se salieran con la suya. Regresar al pasado, como algunos pretenden, entre ellos el Secretario General de la ONU, no es evolución sino involución.

Mis únicos dioses son los que provienen de la razón, la libertad y los derechos del ser humano, de todos los seres humanos que respeten la libertad y los derechos humanos de los demás, porque aquellos que no los respeten son mis enemigos al tratar de imponer sus dogmas, asfixiando la libertad y exigiendo que otros renuncien a su identidad cultural y propia para imponer la sagrada voluntad de la suya; me importa un bledo que sea en nombre de Alá, de Dios, de la justicia social, de los hechos diferenciales, de las herencias recibidas o de los inolvidables lamentos de Rita la cantaora. 

Enrique Suárez

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