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sábado, 10 de mayo de 2008
La evolución del clientelismo
El clientelismo siempre se asoció a esa forma de hacer política tan propia de estas latitudes, a través de la cual, el gobernante de turno condiciona las conductas de un sector de la población a cambio de favores públicos.
Tal vez nos acostumbramos demasiado a esa manera de degradar a una sociedad, de humillarla, de quitarle la dignidad. Y en ese juego suponemos, prejuicios mediante, que todo esto era viable solo con los mas débiles, con los que no tenían trabajo ni oportunidades, en definitiva, con los que menos tienen.
Es fácil creer que con ellos siempre fue más simple. Además no nos debe sorprender que hasta exista una "industria" que se dedica a esto de comerciar favores. Muchos grupos, debidamente organizados, piqueteros y de los otros, negocian sus "aportes" a cambio de vivienda, comida, dinero, puestos de trabajo, subsidios y cuanto podamos imaginar.
Ellos están siempre listos para ayudar a "la causa" con la tarea que hubiera que hacer. Participar en un acto político, llevar adelante un piquete, manifestar contra alguien, realizar trabajos de inteligencia, expresarse mediaticamente, o simplemente estar disponible para lo que se precise.
El gobierno tiene recursos, ajenos por cierto, para sostener esta maquinaria, pagando esos favores con creces. Esto le garantiza un ejército político profesional, rentado, una estructura territorial profunda que se construye desde el barrio mas pequeño de una comuna, pasando por municipios, provincias y el mismo Estado Nacional.
Tienen soldados de la causa, siempre listos, en cada punto de nuestra geografía. Almas compradas, arrendadas en realidad, que no necesariamente comulgan con los ideales del líder circunstancial. Solo han decidido alquilar por algún periodo, sus vidas y su tiempo a este poderoso de turno.
Saben que este método les garantiza supervivencia, y hasta progreso material. Inclusive en algunos casos hasta una nada despreciable cuota de poder, de influencia y de valiosas relaciones.
Su costo es bien caro por cierto. Debieron entregar a cambio su mayor valor, su dignidad. Tal vez, para algunos, esto no tenga demasiada importancia, pero difícilmente puedan conseguir que sus hijos se sientan orgullosos de la manera en la que obtienen el sustento. Algún día se darán cuenta, y probablemente sea tarde.
Ambos, el que humilla y el que se deja humillar, son perversos personajes en
este presente. No existen inocentes, ni pobres víctimas en esta historia.
El que ejecuta el clientelismo como estrategia, como herramienta, utilizando tan bajos recursos, lo hace a conciencia. Usa recursos ajenos, públicos, que detrae de los que se esfuerzan generando riqueza para construir su estructura de poder, que supone propia, pero que financia con los dineros de todos. Ya lo decía Frederic Bastiat, "El Estado es esa gran falacia que permite a muchos vivir a costa de todos los demás".
El otro, el que recibe lo favores a cambio de entregar su dignidad, también lo hace a conciencia, aunque tal vez lave sus culpas autocompadeciéndose, y asumiendo su imposibilidad de encontrar otro camino para darle sustento a su familia.
Seguro que es un atenuante, pero de manera alguna justifica la actitud de hacer lo impropio. Si aceptáramos ello, deberíamos tolerar con idéntica lógica que alguien pueda delinquir para ganarse el pan de cada día. Existen otras formas mucho más dignas que no solo permiten lograr ingresos para sustentar los hogares, sino que también ayudan a generar esa sensación de sentirse útil para la sociedad, de poder mirar a los ojos a sus hijos y mostrarles el camino del esfuerzo, con el propio ejemplo. Es más difícil que canjear favores, pero sin duda alguna, tiene un ingrediente extra que se llama orgullo.
Este ha sido el mecanismo clásico del clientelismo. Dominar a los más débiles, degradarlos, hacerles creer que esta será la única manera de obtener algo. Ellos, los políticos, son su chance mas lineal, de eso se trata. Mientras tanto, tienen modernos esclavos a sus pies.
Pero cuando todo parecía estar inventado aparecen perfeccionadas maneras de sumar protagonistas a estas formas clientelares que la política contemporánea es capaz de crear y recrear. Es que el clientelismo no se conforma con arrodillar a los más débiles, ahora también va por los que producen, por lo que si tienen para comer.
Muchos industriales desde hace algún tiempo ya forman parte del club. Ellos son tan mercenarios como los otros. Solo que la ambición en este caso no pasa por la mera supervivencia, sino por enriquecerse cosechando privilegios. No deben esmerarse por ser eficientes, buenos empresarios, ni mucho menos. Solo son especialistas deambuladores de los pasillos oficiales.
Ellos no canjean solo su dignidad. Son soldados de la causa de turno a su manera. Financian campañas, brindan apoyo y hasta dan lustre a quienes solo pueden acceder de esta manera a ciertos estratos sociales que no compra el dinero.
Ahora están embarcados en un nuevo proyecto. Están decididos a sumar a los hombres de campo. Se han encontrado con un hueso mas duro de roer de lo que creían. Esta gente sabe de trabajo, de sacrificios, y les sobra dignidad. Por eso tal vez, el oficialismo, esté empeñado en lograr esa sumisión y de allí este perverso juego de retenciones y reintegros, esta propuesta casi irracional de "te saco todo pero te devuelvo algo".
Es que sin ese ida y vuelta, no les deberían favores. Sin esa necesaria cuota de arbitrariedad que el clientelismo requiere no podrían tenerlos a sus pies. Es una mezcla de finalidad recaudatoria, con venganza ideológica. Sumarlos al clientelismo reinante es una forma de humillarlos y dejarlos rendidos.
La batalla se esta librando hace tiempo con estos pretendidos nuevos integrantes de la familia del clientelismo. Por ahora resisten con discutible éxito. Veremos como termina esta nueva y sofisticada etapa. Tienen, los hombres de campo, una oportunidad histórica de demostrar que se puede evitar esta repetida escena de arrodillarse ante el poder.
Tal vez nos acostumbramos demasiado a esa manera de degradar a una sociedad, de humillarla, de quitarle la dignidad. Y en ese juego suponemos, prejuicios mediante, que todo esto era viable solo con los mas débiles, con los que no tenían trabajo ni oportunidades, en definitiva, con los que menos tienen.
Es fácil creer que con ellos siempre fue más simple. Además no nos debe sorprender que hasta exista una "industria" que se dedica a esto de comerciar favores. Muchos grupos, debidamente organizados, piqueteros y de los otros, negocian sus "aportes" a cambio de vivienda, comida, dinero, puestos de trabajo, subsidios y cuanto podamos imaginar.
Ellos están siempre listos para ayudar a "la causa" con la tarea que hubiera que hacer. Participar en un acto político, llevar adelante un piquete, manifestar contra alguien, realizar trabajos de inteligencia, expresarse mediaticamente, o simplemente estar disponible para lo que se precise.
El gobierno tiene recursos, ajenos por cierto, para sostener esta maquinaria, pagando esos favores con creces. Esto le garantiza un ejército político profesional, rentado, una estructura territorial profunda que se construye desde el barrio mas pequeño de una comuna, pasando por municipios, provincias y el mismo Estado Nacional.
Tienen soldados de la causa, siempre listos, en cada punto de nuestra geografía. Almas compradas, arrendadas en realidad, que no necesariamente comulgan con los ideales del líder circunstancial. Solo han decidido alquilar por algún periodo, sus vidas y su tiempo a este poderoso de turno.
Saben que este método les garantiza supervivencia, y hasta progreso material. Inclusive en algunos casos hasta una nada despreciable cuota de poder, de influencia y de valiosas relaciones.
Su costo es bien caro por cierto. Debieron entregar a cambio su mayor valor, su dignidad. Tal vez, para algunos, esto no tenga demasiada importancia, pero difícilmente puedan conseguir que sus hijos se sientan orgullosos de la manera en la que obtienen el sustento. Algún día se darán cuenta, y probablemente sea tarde.
Ambos, el que humilla y el que se deja humillar, son perversos personajes en
este presente. No existen inocentes, ni pobres víctimas en esta historia.
El que ejecuta el clientelismo como estrategia, como herramienta, utilizando tan bajos recursos, lo hace a conciencia. Usa recursos ajenos, públicos, que detrae de los que se esfuerzan generando riqueza para construir su estructura de poder, que supone propia, pero que financia con los dineros de todos. Ya lo decía Frederic Bastiat, "El Estado es esa gran falacia que permite a muchos vivir a costa de todos los demás".
El otro, el que recibe lo favores a cambio de entregar su dignidad, también lo hace a conciencia, aunque tal vez lave sus culpas autocompadeciéndose, y asumiendo su imposibilidad de encontrar otro camino para darle sustento a su familia.
Seguro que es un atenuante, pero de manera alguna justifica la actitud de hacer lo impropio. Si aceptáramos ello, deberíamos tolerar con idéntica lógica que alguien pueda delinquir para ganarse el pan de cada día. Existen otras formas mucho más dignas que no solo permiten lograr ingresos para sustentar los hogares, sino que también ayudan a generar esa sensación de sentirse útil para la sociedad, de poder mirar a los ojos a sus hijos y mostrarles el camino del esfuerzo, con el propio ejemplo. Es más difícil que canjear favores, pero sin duda alguna, tiene un ingrediente extra que se llama orgullo.
Este ha sido el mecanismo clásico del clientelismo. Dominar a los más débiles, degradarlos, hacerles creer que esta será la única manera de obtener algo. Ellos, los políticos, son su chance mas lineal, de eso se trata. Mientras tanto, tienen modernos esclavos a sus pies.
Pero cuando todo parecía estar inventado aparecen perfeccionadas maneras de sumar protagonistas a estas formas clientelares que la política contemporánea es capaz de crear y recrear. Es que el clientelismo no se conforma con arrodillar a los más débiles, ahora también va por los que producen, por lo que si tienen para comer.
Muchos industriales desde hace algún tiempo ya forman parte del club. Ellos son tan mercenarios como los otros. Solo que la ambición en este caso no pasa por la mera supervivencia, sino por enriquecerse cosechando privilegios. No deben esmerarse por ser eficientes, buenos empresarios, ni mucho menos. Solo son especialistas deambuladores de los pasillos oficiales.
Ellos no canjean solo su dignidad. Son soldados de la causa de turno a su manera. Financian campañas, brindan apoyo y hasta dan lustre a quienes solo pueden acceder de esta manera a ciertos estratos sociales que no compra el dinero.
Ahora están embarcados en un nuevo proyecto. Están decididos a sumar a los hombres de campo. Se han encontrado con un hueso mas duro de roer de lo que creían. Esta gente sabe de trabajo, de sacrificios, y les sobra dignidad. Por eso tal vez, el oficialismo, esté empeñado en lograr esa sumisión y de allí este perverso juego de retenciones y reintegros, esta propuesta casi irracional de "te saco todo pero te devuelvo algo".
Es que sin ese ida y vuelta, no les deberían favores. Sin esa necesaria cuota de arbitrariedad que el clientelismo requiere no podrían tenerlos a sus pies. Es una mezcla de finalidad recaudatoria, con venganza ideológica. Sumarlos al clientelismo reinante es una forma de humillarlos y dejarlos rendidos.
La batalla se esta librando hace tiempo con estos pretendidos nuevos integrantes de la familia del clientelismo. Por ahora resisten con discutible éxito. Veremos como termina esta nueva y sofisticada etapa. Tienen, los hombres de campo, una oportunidad histórica de demostrar que se puede evitar esta repetida escena de arrodillarse ante el poder.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
Corrientes – Corrientes – Argentina
Categorías:
Argentina,
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