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Lo cierto es que no me ha sorprendido nada que la primera comunicación bilingüe que he recibido este año del centro religioso de concentración -que no colegio- donde estudian mis niños, haya sido para pedir dinero. Bien conocida es la complacencia de la Iglesia hacia cualquier régimen que le permita continuar con su "labor pastoral", independientemente de las tropelías o atropellos contra los derechos humanos que se comentan en esos regímenes. Imagino que porque no les importa tanto la vida temporal de las personas como que se salven sus almas en la otra vida. Ya se ocupará Dios de los fieles cuando se mueran, que la Iglesia catalana ya se preocupa bastante por su dinero.
En Cataluña, la Iglesia asumió perfectamente las reglas del juego del ultranacionalismo llevado a la práctica primero por Convergencia i Unio y después por el Tri-partito, pues ya sabemos que es uno y trino, y que Montilla, Carod-Rovira y Saura tienen algo de curas. Los centros católicos de concentración -que no escuelas- abrazaron hace un cuarto de siglo, y sin el menor atisbo de duda, la ley de inmersion lingüística promulgada por Jordi Pujol, despidiendo a todos los profesores que no sabían catalán, y no plantéandose, ni tan siquiera por caridad cristiana, si un cambio tan brusco sería bueno para los niños, o si la Declaración Universal de los Derechos Humanos era totalmente contraria a estas prácticas.
Es de suponer que al tratarse de impartir doctrina, nacionalista, pero doctrina al fin y al cabo, no les costó esfuerzo sentirse cómodos, pues la labor de la Iglesia consiste normalmente en eso, en impartir doctrina. Ahora ya sabemos que, llegado el momento, la enseñanza de la doctrina de Cristo se puede sustituir por doctrina nacionalsocialista, sin ningún remordimiento: pero que al menos el sobre de la colecta del Domund sí que nos llegará en la lengua materna de la mitad de los padres de los niños.
En Cataluña, la Iglesia asumió perfectamente las reglas del juego del ultranacionalismo llevado a la práctica primero por Convergencia i Unio y después por el Tri-partito, pues ya sabemos que es uno y trino, y que Montilla, Carod-Rovira y Saura tienen algo de curas. Los centros católicos de concentración -que no escuelas- abrazaron hace un cuarto de siglo, y sin el menor atisbo de duda, la ley de inmersion lingüística promulgada por Jordi Pujol, despidiendo a todos los profesores que no sabían catalán, y no plantéandose, ni tan siquiera por caridad cristiana, si un cambio tan brusco sería bueno para los niños, o si la Declaración Universal de los Derechos Humanos era totalmente contraria a estas prácticas.
Es de suponer que al tratarse de impartir doctrina, nacionalista, pero doctrina al fin y al cabo, no les costó esfuerzo sentirse cómodos, pues la labor de la Iglesia consiste normalmente en eso, en impartir doctrina. Ahora ya sabemos que, llegado el momento, la enseñanza de la doctrina de Cristo se puede sustituir por doctrina nacionalsocialista, sin ningún remordimiento: pero que al menos el sobre de la colecta del Domund sí que nos llegará en la lengua materna de la mitad de los padres de los niños.