Lástima que el maestro Miguel Gila se haya ido porque nos hubiéramos desternillado con sus conversaciones con La Moncloa. Algunos se preguntarán por la afición que en este lugar se tiene a la glosa de las andanzas del inefable cejado, decirles tan solo que no hay nada personal, más que admiración por la magnífica representación –fascinante actor, de comedia y drama-, que concede al mundo el Presidente de España-, escaso es el interés por su vida y obra, que no alcanzaría siquiera categoría de sainete o entremés, crónicas de un papanatas “friki” sobrealzado por los hados, la fortuna y la propaganda, sino fuera por su condición pública, en la que borda el papel representado, al menos para unos cuantos millones de votantes que aligeran en el acto electoral el peso de la responsabilidad sobre su destino, delegando en un discurso vacuo y estentóreo su porvenir. Es auténtico hipnotizador de conciencias el malandrín, paladín de la tradicional picaresca española, lo mejor que hemos tenido desde El Lazarillo de Tormes y La Pícara Justina.
Siempre he sentido admiración por aquellas características humanas que destacan a determinadas personas del común, transformándolos en personajes, personalidades o canalla; considero que la peculiaridad es una virtud en tiempos de homogeneidad, reiteración, y olvido, pero también asumo que las características, aún siendo singulares, no pueden ser abstraídas de las circunstancias que las albergan; la metapolítica, especialmente en su faceta más humana, me interesa antropológicamente mucho más que las cuitas de reparto de los presupuestos generales del Estado entre tirios y troyanos, que también concita atención, pero su devenir mucho más prosaico, deplorable y previsible, poco redunda en emociones.
El abogado Zapatero
¿No se han hecho ustedes la pregunta de cómo sería la vida de Rodríguez Zapatero si su buena fortuna –buena para él y los suyos, mala para los demás-, no le hubiese sorprendido aquel inolvidable 14 de marzo de 2.004?, consecuentemente, como sería la de los españoles sin su presencia. Seguramente las cosas serían diferentes, tendríamos menos crisis y paro, pero posiblemente las calles tomadas por los sindicatos y las legiones cejadas diciéndonos a todos que el gobierno nos estaba estafando, se estaba aprovechando de nosotros, o incluso algo peor. Huelgas por todas partes y ese clima prerrevolucionario del que tanto gustan los salvadores sociales cuando no reciben subvenciones y salarios por no hacer. ¿Y los nacionalistas?. Al borde de la guerra de papel, nos desayunaríamos cada día.
Recientemente se ha publicado una obra que tiene por objetivo el análisis de la democracia, en particular, la cismática democrática que patrocina el Señor de La Moncloa; su autor es el profesor Gustavo Bueno, progenitor reconocido de una Escuela de Conocimiento de origen español y alcance internacional, la del materialismo filosófico, el libro lleva por título: “El Fundamentalismo Democrático” -no confundir con la obra homónima del pope mediático que dirige esa pesebre institucional que es El País-, aunque todavía no he tenido ocasión de leerlo sí he llegado a conocer sus argumentos básicos por las entrevistas que se han publicado. No es la primera obra que el fundador de la Escuela filosófica de Oviedo analiza las peripecias y piruetas de esa gloria nacional, a su pesar, que es el Presidente Rodríguez Zapatero.
Que alguien como Rodríguez Zapatero tenga interés, aunque sea el más mínimo, para un sabio reconocido como Gustavo Bueno, es digno de análisis. Pero la sabiduría auténtica tiene estas vertientes, no las de los comités -de "sabios"- de aureola y desprestigio; con Gustavo Bueno comparto algunas cosas, pero sobretodo su inquebrantable defensa de la nación española -posiblemente la obra colectiva más importante de nuestro pueblo desde el azaroso Descubrimiento de América-. La nación española ha demostrado ser el mejor entramado conocido para la genuina estructura de convivencia entre los españoles. A pesar del 10 % de nacionalistas y el 10 % de aprovechados que lo cuestionan. El profesor Gustavo Bueno al igual que Julián Marías, no se rinde ante la defensa del hecho cultural, político y social de “lo español”, como terminaron haciendo el propio Ortega Gasset –-la decadencia inherente- o Unamuno, -la atrevida ignorancia- y otros muchos autores.
El sabio Gustavo Bueno
La obra filosófica del Profesor Gustavo Bueno es incuestionable, tanto por su fundamentación erudita, como por su vigencia y trascendencia. Si hubiera que compararla con la de otros personajes de la historia del pensamiento, no dudaría en hacerlo con las aportaciones de Durkheim al describir los hechos sociales, o las de Marvin Harris al definir los hechos culturales, sustentados en sus condiciones materiales. Los hechos filosóficos, tanto por su etiología (las causas que los originan) como por su teleología (las consecuencias que los determinan), como por su propia ontología, no son simplemente ideas, porque muchos acaban cristalizando en la realidad, transformándose en hechos políticos o sociales. Una idea filosófica como el relativismo, que comenzó siendo sólo una perspectiva, se ha terminado adueñando, como hecho filosófico, de la realidad que estamos viviendo ahora mismo en la revolución de la comunicación que ha supuesto el fenómeno internet, como imprescindible requisito de otro fenómeno inmanente que es la globalización.
No resulta asombroso, por tanto, que el profesor Bueno se ocupe con esmero de las cuitas y miserias de un personaje de vodevil como el inefable cejado. Porque si cada tiempo produce sus propias reglas, cada personaje también es cautivo de su tiempo y de su obra, al menos eso dice el relativismo. Hay varias razones para ello:
La primera es que Rodríguez Zapatero representa el “Zeigeist” hegeliano del pensamiento modal, “oficial”, cultural y políticamente consolidado en nuestro país, aquí y ahora. Sus contribuciones son un hecho político incuestionable. Lo políticamente correcto no puede separarse de la trayectoria del personaje, ni de su época, ni de sus consecuencias para los ciudadanos.
La segunda es que Rodríguez Zapatero, en su apropiación de la hegemonía mediática, enmascara la realidad como un envoltorio de papel cuché, con su usurpación semántica indebida, la visibilidad permanente y la corrección política que le caracteriza cuando denomina desaceleración a la crisis económica más importante de las últimas décadas, diálogo a una negociación política con los terroristas de ETA, y sin rubor alguno, cuestiona hechos reales como la nación española –discutida y discutible-, el origen cristiano de la cultura española, o promueve, siendo Presidente de España, la realidad “nacional” de Cataluña, que es algo así como si los fabricantes de Cocacola recomendarán consumir Pepsicola para que se igualaran las ventas, con el objetivo de una mercantilización sostenible de sus productos.
La tercera, enfrenta dialécticamente dos posiciones humanas absolutamente confrontadas a lo largo de la historia occidental desde Platón: la del filósofo que no impera en el espacio público por más que tenga razón y la del emperador, que no piensa –o piensa mal-, y aún así coloniza el ámbito de la cultura y la opinión pública porque el poder de los votos o de las armas –mediáticas y propagandísticas en este caso- se lo permiten. El poder de la razón contra la razón del poder es el conflicto no resuelto por la política en España, aún en nuestros días; de ahí el título de la última obra del Profesor Gustavo Bueno: “El fundamentalismo democrático”, para tratar de establecer de forma perentoria la separación del trigo de la paja.
La cuarta, es una cuestión personal, Don Gustavo –que es tan serio y riguroso como Unamuno en su obrar-, no soporta la jugada que le ha hecho el destino al asociar la usurpación que el Presidente Español hace del término “buenismo”, contemplando apesadumbrado como alguien que busque en Google el término en las próximas generaciones, se encontrará su doctrina filosófica asociada a las hazañas del mindundi que ocupa La Moncloa actualmente, eso, desgraciadamente, tiene mal pronóstico y remedio.
Del Pensamiento Alicia a las zarpas de Marduk
Don Gustavo Bueno ha desarrollado en obra anterior El Pensamiento Alicia para definir las hazañas de un personaje como Rodríguez Zapatero, sobrealzado al poder de aquella manera, considerando que representa el regreso a la puerilidad de un poderoso poco formado intelectualmente, no demasiado hábil con la retórica, que aporta como gran novedad la voluntad de cerrar los ojos para imaginar cómo debería ser todo, según su criterio, utilizando los inmensos recursos de los que dispone para hacerlo posible. El Presidente español es el mejor ejemplo de la candidez descrita por Voltaire, cuando disputaba irónicamente la razón con los mundos etéreos de la monadología de Leibniz –un Zapatero de la filosofía-. Si hay algo peor que un equivocado, es un adanista, que piensa que el mundo existe desde que él existe y que sólo su experiencia vital es criterio suficiente para juzgar la realidad y procurar transformarla.
Rodríguez Zapatero es un fenómeno de los tiempos, sólo en una época en que la realidad auténtica y la virtual pueden confundirse, tiene ocasión de sobresalir un solemne mentecato de sus características; en muchas ocasiones hemos atribuido su triunfo no sólo a los medios de comunicación que controla su aparato de propaganda y su fenomenal usurpación de la realidad, sino también a la ausencia de una oposición política sólida –a lo Pérez Reverte, por ejemplo- que hiciera ver a los españoles que todo lo que ha hecho desde que ha llegado al poder ha sido usurpación, impostura y representación teatral, en la más elaborada de las hipocresías posibles. Pero sin duda, es la ampliación de la realidad hacia la fantasía que ha procurado la virtualidad, el mejor soporte cultural de sus proezas y hazañas, tanto porque las nuevas tecnologías mantienen a la inmensa mayoría de la población entretenida y alejada del interés político, como porque les permite “corroborar” que en estos tiempos todo es posible, hasta que un día se quedan en el paro o sin piso, despertando del cuento que les han contado. Rodríguez Zapatero nos ha llevado de regreso y progreso a Pandora, para atraparnos en la tela de araña de sus sueños y delirios.
La épica del inefable cejado se puede constatar en sus grandes obras políticas que se resumen en una Ley de Violencia de Género que carece de entendimiento y soporte cultural, una imposición del matrimonio homosexual para socavar los cimientos de la familia tradicional de origen patriarcal y cristiano –posiblemente cuestionable, pero no por eso digna de ocupar el armario dejado por los homosexuales-, un “misericordismo irredento” que convierte en heroicidad el más puro victimismo, un ecologismo paniaguado y contemporizador de desarrollos sostenibles, un revisionismo historiográfico para que su abuelo suba a los altares dejados por los que han sido descendidos a los infiernos, un diletantismo educativo que está haciendo estragos en las generaciones más jóvenes, un estancialismo existencialista -“carpe diem y tira palante”-, una equidistancia perniciosa entre los criminales y sus crímenes, una desidentificación humana con la intención de crear nuevas indexizaciones sociales y protocolarias. Zapatero se ha empeñado en definir a los españoles desde el Estado por sus referencias relativas, más que por su esencia humana y su condición ciudadana. La Nueva Fe pretende desplazar y sustituir a todas las anteriores, de ahí su presunción fundamentalista.
No me extraña que el profesor Bueno, ante tamaña barbarie, haya tomado la adarga literaria en astillero para abalanzarse contra los “gigantes”, que en realidad son molinos que proporcionan pingües beneficios a los molineros a costa del trigo que cosechan los demás, por procurarnos malestar a raudales, pero envuelto en “la buena fe” de sus propósitos.
Tampoco es la primera ocasión que en este blog hablamos de la obra del filósofo español más reconocido de las últimas décadas, con el que incluso tuvimos el placer de hablar en conversación telefónica en un par de ocasiones, publicadas en exclusiva en este blog. No en vano, en Ciudadanos en la Red, hemos defendido siempre los hechos racionales, sean de Don Gustavo o del porquero de Agamenón, frente a la solemne estupidez anodina de un príncipe profundamente sectario que confunde lo abominable con lo “abobinable”. Como diría Marx, todavía hay clases, y como añadiría Kant, y por supuesto, categorías.
El zisma de Ozidente, es la simpática forma de definir lo que está haciendo el inefable cejado al convertir sus delirios pueriles en una nueva realidad –porque está seguro que la realidad auténtica se equivoca-, lo hace cerrando los ojos fuertemente, tratando de convencer a la humanidad de que lo que él piensa es la única forma de entender lo que ocurre; con él, la democracia española ha dejado de ser episódica, plural y alternante, para regresar a sus ancestrales raíces franquistas. Tanto se ha empeñado en erradicar el franquismo este inepto, que ha acabado resucitando lo peor del régimen de “la oprobiosa”, para decirnos exactamente lo contrario: que Franco estaba equivocado, porque el único que puede tener razón es él –lo dejo en minúsculas, por ahora-; la verdad revelada por su abuelo, es la única verdad que podemos creer, porque él tiene “la certeza”, al igual que Mahoma con Alá o Moisés con Yavhe, de que la verdad que le reveló su abuelo es la más verdadera, la única posible, así, convertido en el San Agustín del socialismo español, se ha propuesto traernos la buena nueva de un mundo mejor, aunque destroce todo lo existente desde su detentación del poder, para mutar la sociedad real por una sociedad imaginada en su videojuego presidencial.
El problema es que tras San Agustín vino la Edad Media y su ciudad divina, y mil años le costó a Europa salir del atolladero racional, menos mal que ese santo racional y laico que es Gustavo Bueno, está vivo para recordárnoslo. Si se permitiera un desliz, seguro que nos diría que una cosa es la “idea de algo” y otra muy diferente la “ni puta idea de nada” que representa Zapatero. Se añade así a precedentes pensadores honestos, como Erasmo, Voltaire o Spinoza, que nos dijeron que también en su época el problema del gobierno nunca estuvo en la democracia, sino en el fundamentalismo, la singular obra del fanatismo y la barbarie que hoy representan Zapatero, los etarras, los nacionalistas, los talibanes, como ayer se representó en el papado o el poder absoluto de los monarcas, y que tiene por único objetivo acabar con la democracia, la civilización, y cualquier producto cultural humano que el inefable cejado sea incapaz de comprender, aunque se canse de repetirnos que lo hace por “nuestro bien”, provocando el sarcasmo y la mofa en los espectadores de la obra representada, lo que resulta impagable en estos tiempos.
El Zisma de Ozidente de Zapatero y la conjunción interplanetaria, vaya tela. ¿Quién será su astrólogo personal?. ¿Cuánto cobrarán sus sicofantas?. ¿Habrá construido un Zigurat en La Moncloa?.
Enrique Suárez Retuerta
Un ciudadano español que no renuncia a su soberanía
Siempre he sentido admiración por aquellas características humanas que destacan a determinadas personas del común, transformándolos en personajes, personalidades o canalla; considero que la peculiaridad es una virtud en tiempos de homogeneidad, reiteración, y olvido, pero también asumo que las características, aún siendo singulares, no pueden ser abstraídas de las circunstancias que las albergan; la metapolítica, especialmente en su faceta más humana, me interesa antropológicamente mucho más que las cuitas de reparto de los presupuestos generales del Estado entre tirios y troyanos, que también concita atención, pero su devenir mucho más prosaico, deplorable y previsible, poco redunda en emociones.
El abogado Zapatero
¿No se han hecho ustedes la pregunta de cómo sería la vida de Rodríguez Zapatero si su buena fortuna –buena para él y los suyos, mala para los demás-, no le hubiese sorprendido aquel inolvidable 14 de marzo de 2.004?, consecuentemente, como sería la de los españoles sin su presencia. Seguramente las cosas serían diferentes, tendríamos menos crisis y paro, pero posiblemente las calles tomadas por los sindicatos y las legiones cejadas diciéndonos a todos que el gobierno nos estaba estafando, se estaba aprovechando de nosotros, o incluso algo peor. Huelgas por todas partes y ese clima prerrevolucionario del que tanto gustan los salvadores sociales cuando no reciben subvenciones y salarios por no hacer. ¿Y los nacionalistas?. Al borde de la guerra de papel, nos desayunaríamos cada día.
Recientemente se ha publicado una obra que tiene por objetivo el análisis de la democracia, en particular, la cismática democrática que patrocina el Señor de La Moncloa; su autor es el profesor Gustavo Bueno, progenitor reconocido de una Escuela de Conocimiento de origen español y alcance internacional, la del materialismo filosófico, el libro lleva por título: “El Fundamentalismo Democrático” -no confundir con la obra homónima del pope mediático que dirige esa pesebre institucional que es El País-, aunque todavía no he tenido ocasión de leerlo sí he llegado a conocer sus argumentos básicos por las entrevistas que se han publicado. No es la primera obra que el fundador de la Escuela filosófica de Oviedo analiza las peripecias y piruetas de esa gloria nacional, a su pesar, que es el Presidente Rodríguez Zapatero.
Que alguien como Rodríguez Zapatero tenga interés, aunque sea el más mínimo, para un sabio reconocido como Gustavo Bueno, es digno de análisis. Pero la sabiduría auténtica tiene estas vertientes, no las de los comités -de "sabios"- de aureola y desprestigio; con Gustavo Bueno comparto algunas cosas, pero sobretodo su inquebrantable defensa de la nación española -posiblemente la obra colectiva más importante de nuestro pueblo desde el azaroso Descubrimiento de América-. La nación española ha demostrado ser el mejor entramado conocido para la genuina estructura de convivencia entre los españoles. A pesar del 10 % de nacionalistas y el 10 % de aprovechados que lo cuestionan. El profesor Gustavo Bueno al igual que Julián Marías, no se rinde ante la defensa del hecho cultural, político y social de “lo español”, como terminaron haciendo el propio Ortega Gasset –-la decadencia inherente- o Unamuno, -la atrevida ignorancia- y otros muchos autores.
El sabio Gustavo Bueno
La obra filosófica del Profesor Gustavo Bueno es incuestionable, tanto por su fundamentación erudita, como por su vigencia y trascendencia. Si hubiera que compararla con la de otros personajes de la historia del pensamiento, no dudaría en hacerlo con las aportaciones de Durkheim al describir los hechos sociales, o las de Marvin Harris al definir los hechos culturales, sustentados en sus condiciones materiales. Los hechos filosóficos, tanto por su etiología (las causas que los originan) como por su teleología (las consecuencias que los determinan), como por su propia ontología, no son simplemente ideas, porque muchos acaban cristalizando en la realidad, transformándose en hechos políticos o sociales. Una idea filosófica como el relativismo, que comenzó siendo sólo una perspectiva, se ha terminado adueñando, como hecho filosófico, de la realidad que estamos viviendo ahora mismo en la revolución de la comunicación que ha supuesto el fenómeno internet, como imprescindible requisito de otro fenómeno inmanente que es la globalización.
No resulta asombroso, por tanto, que el profesor Bueno se ocupe con esmero de las cuitas y miserias de un personaje de vodevil como el inefable cejado. Porque si cada tiempo produce sus propias reglas, cada personaje también es cautivo de su tiempo y de su obra, al menos eso dice el relativismo. Hay varias razones para ello:
La primera es que Rodríguez Zapatero representa el “Zeigeist” hegeliano del pensamiento modal, “oficial”, cultural y políticamente consolidado en nuestro país, aquí y ahora. Sus contribuciones son un hecho político incuestionable. Lo políticamente correcto no puede separarse de la trayectoria del personaje, ni de su época, ni de sus consecuencias para los ciudadanos.
La segunda es que Rodríguez Zapatero, en su apropiación de la hegemonía mediática, enmascara la realidad como un envoltorio de papel cuché, con su usurpación semántica indebida, la visibilidad permanente y la corrección política que le caracteriza cuando denomina desaceleración a la crisis económica más importante de las últimas décadas, diálogo a una negociación política con los terroristas de ETA, y sin rubor alguno, cuestiona hechos reales como la nación española –discutida y discutible-, el origen cristiano de la cultura española, o promueve, siendo Presidente de España, la realidad “nacional” de Cataluña, que es algo así como si los fabricantes de Cocacola recomendarán consumir Pepsicola para que se igualaran las ventas, con el objetivo de una mercantilización sostenible de sus productos.
La tercera, enfrenta dialécticamente dos posiciones humanas absolutamente confrontadas a lo largo de la historia occidental desde Platón: la del filósofo que no impera en el espacio público por más que tenga razón y la del emperador, que no piensa –o piensa mal-, y aún así coloniza el ámbito de la cultura y la opinión pública porque el poder de los votos o de las armas –mediáticas y propagandísticas en este caso- se lo permiten. El poder de la razón contra la razón del poder es el conflicto no resuelto por la política en España, aún en nuestros días; de ahí el título de la última obra del Profesor Gustavo Bueno: “El fundamentalismo democrático”, para tratar de establecer de forma perentoria la separación del trigo de la paja.
La cuarta, es una cuestión personal, Don Gustavo –que es tan serio y riguroso como Unamuno en su obrar-, no soporta la jugada que le ha hecho el destino al asociar la usurpación que el Presidente Español hace del término “buenismo”, contemplando apesadumbrado como alguien que busque en Google el término en las próximas generaciones, se encontrará su doctrina filosófica asociada a las hazañas del mindundi que ocupa La Moncloa actualmente, eso, desgraciadamente, tiene mal pronóstico y remedio.
Del Pensamiento Alicia a las zarpas de Marduk
Don Gustavo Bueno ha desarrollado en obra anterior El Pensamiento Alicia para definir las hazañas de un personaje como Rodríguez Zapatero, sobrealzado al poder de aquella manera, considerando que representa el regreso a la puerilidad de un poderoso poco formado intelectualmente, no demasiado hábil con la retórica, que aporta como gran novedad la voluntad de cerrar los ojos para imaginar cómo debería ser todo, según su criterio, utilizando los inmensos recursos de los que dispone para hacerlo posible. El Presidente español es el mejor ejemplo de la candidez descrita por Voltaire, cuando disputaba irónicamente la razón con los mundos etéreos de la monadología de Leibniz –un Zapatero de la filosofía-. Si hay algo peor que un equivocado, es un adanista, que piensa que el mundo existe desde que él existe y que sólo su experiencia vital es criterio suficiente para juzgar la realidad y procurar transformarla.
Rodríguez Zapatero es un fenómeno de los tiempos, sólo en una época en que la realidad auténtica y la virtual pueden confundirse, tiene ocasión de sobresalir un solemne mentecato de sus características; en muchas ocasiones hemos atribuido su triunfo no sólo a los medios de comunicación que controla su aparato de propaganda y su fenomenal usurpación de la realidad, sino también a la ausencia de una oposición política sólida –a lo Pérez Reverte, por ejemplo- que hiciera ver a los españoles que todo lo que ha hecho desde que ha llegado al poder ha sido usurpación, impostura y representación teatral, en la más elaborada de las hipocresías posibles. Pero sin duda, es la ampliación de la realidad hacia la fantasía que ha procurado la virtualidad, el mejor soporte cultural de sus proezas y hazañas, tanto porque las nuevas tecnologías mantienen a la inmensa mayoría de la población entretenida y alejada del interés político, como porque les permite “corroborar” que en estos tiempos todo es posible, hasta que un día se quedan en el paro o sin piso, despertando del cuento que les han contado. Rodríguez Zapatero nos ha llevado de regreso y progreso a Pandora, para atraparnos en la tela de araña de sus sueños y delirios.
La épica del inefable cejado se puede constatar en sus grandes obras políticas que se resumen en una Ley de Violencia de Género que carece de entendimiento y soporte cultural, una imposición del matrimonio homosexual para socavar los cimientos de la familia tradicional de origen patriarcal y cristiano –posiblemente cuestionable, pero no por eso digna de ocupar el armario dejado por los homosexuales-, un “misericordismo irredento” que convierte en heroicidad el más puro victimismo, un ecologismo paniaguado y contemporizador de desarrollos sostenibles, un revisionismo historiográfico para que su abuelo suba a los altares dejados por los que han sido descendidos a los infiernos, un diletantismo educativo que está haciendo estragos en las generaciones más jóvenes, un estancialismo existencialista -“carpe diem y tira palante”-, una equidistancia perniciosa entre los criminales y sus crímenes, una desidentificación humana con la intención de crear nuevas indexizaciones sociales y protocolarias. Zapatero se ha empeñado en definir a los españoles desde el Estado por sus referencias relativas, más que por su esencia humana y su condición ciudadana. La Nueva Fe pretende desplazar y sustituir a todas las anteriores, de ahí su presunción fundamentalista.
No me extraña que el profesor Bueno, ante tamaña barbarie, haya tomado la adarga literaria en astillero para abalanzarse contra los “gigantes”, que en realidad son molinos que proporcionan pingües beneficios a los molineros a costa del trigo que cosechan los demás, por procurarnos malestar a raudales, pero envuelto en “la buena fe” de sus propósitos.
Tampoco es la primera ocasión que en este blog hablamos de la obra del filósofo español más reconocido de las últimas décadas, con el que incluso tuvimos el placer de hablar en conversación telefónica en un par de ocasiones, publicadas en exclusiva en este blog. No en vano, en Ciudadanos en la Red, hemos defendido siempre los hechos racionales, sean de Don Gustavo o del porquero de Agamenón, frente a la solemne estupidez anodina de un príncipe profundamente sectario que confunde lo abominable con lo “abobinable”. Como diría Marx, todavía hay clases, y como añadiría Kant, y por supuesto, categorías.
El zisma de Ozidente, es la simpática forma de definir lo que está haciendo el inefable cejado al convertir sus delirios pueriles en una nueva realidad –porque está seguro que la realidad auténtica se equivoca-, lo hace cerrando los ojos fuertemente, tratando de convencer a la humanidad de que lo que él piensa es la única forma de entender lo que ocurre; con él, la democracia española ha dejado de ser episódica, plural y alternante, para regresar a sus ancestrales raíces franquistas. Tanto se ha empeñado en erradicar el franquismo este inepto, que ha acabado resucitando lo peor del régimen de “la oprobiosa”, para decirnos exactamente lo contrario: que Franco estaba equivocado, porque el único que puede tener razón es él –lo dejo en minúsculas, por ahora-; la verdad revelada por su abuelo, es la única verdad que podemos creer, porque él tiene “la certeza”, al igual que Mahoma con Alá o Moisés con Yavhe, de que la verdad que le reveló su abuelo es la más verdadera, la única posible, así, convertido en el San Agustín del socialismo español, se ha propuesto traernos la buena nueva de un mundo mejor, aunque destroce todo lo existente desde su detentación del poder, para mutar la sociedad real por una sociedad imaginada en su videojuego presidencial.
El problema es que tras San Agustín vino la Edad Media y su ciudad divina, y mil años le costó a Europa salir del atolladero racional, menos mal que ese santo racional y laico que es Gustavo Bueno, está vivo para recordárnoslo. Si se permitiera un desliz, seguro que nos diría que una cosa es la “idea de algo” y otra muy diferente la “ni puta idea de nada” que representa Zapatero. Se añade así a precedentes pensadores honestos, como Erasmo, Voltaire o Spinoza, que nos dijeron que también en su época el problema del gobierno nunca estuvo en la democracia, sino en el fundamentalismo, la singular obra del fanatismo y la barbarie que hoy representan Zapatero, los etarras, los nacionalistas, los talibanes, como ayer se representó en el papado o el poder absoluto de los monarcas, y que tiene por único objetivo acabar con la democracia, la civilización, y cualquier producto cultural humano que el inefable cejado sea incapaz de comprender, aunque se canse de repetirnos que lo hace por “nuestro bien”, provocando el sarcasmo y la mofa en los espectadores de la obra representada, lo que resulta impagable en estos tiempos.
El Zisma de Ozidente de Zapatero y la conjunción interplanetaria, vaya tela. ¿Quién será su astrólogo personal?. ¿Cuánto cobrarán sus sicofantas?. ¿Habrá construido un Zigurat en La Moncloa?.
Enrique Suárez Retuerta
Un ciudadano español que no renuncia a su soberanía