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sábado, 3 de enero de 2009

Motivos para no creer

Un año más, aquí estamos, y no dejaremos de estar hasta que en este país se restituyan las cosas a la normalidad. Por eso, volvemos a empezar, otra vez más.

¿Y que es devolver las cosas a la normalidad?. Pues muy sencillo, que España vuelva a ser España, y no este bodrio folclórico que han montado los políticos porque les conviene. A unos, por que les sirve para hacer “su” rentable patria, a otros por que les permite triunfar en las elecciones, y a otros por que no se atreven a triunfar y esperan que el destino les alcance, en su exilio interior.

¿Y de quién es la responsabilidad del desastre?. Pues de todos, de los políticos que inventan realidades, y de los ciudadanos que se lo permitimos. Lo único, como siempre, que vamos a sacar en limpio de esta evolución de los hechos, es lo que hemos aprendido, ¡cuánto hemos aprendido en los últimos años!.

Ahora, sabemos distinguir un geta a la primera, por muy víctima que se muestre. Sabemos que hay mucha gente que vive sin dar golpe, sencillamente porque cuenta con las bendiciones de un partido político asentado en el poder.

Los políticos no hacen la vida más fácil a los ciudadanos, en realidad, la inmensa mayoría no tiene ni puta idea de lo que hace, pero sale en la tele, dice cuatro palabras y todavía hay ciudadanos que babean, aunque estén en el paro y el banco les haya remitido un ultimátum sobre la hipoteca, sus hijos estén al borde de entrar en el camino de la delincuencia y sus padres no encuentren cama en los hospitales públicos para ser atendidos de sus problemas.

Verán ustedes, volvemos a empezar, una vez más. Porque de la denuncia permanente surge la conciencia y el criterio de que hay gente que nos está tomando el pelo a todos. Hace un par de años, cuando denunciábamos lo que estaba ocurriendo en Galicia, País Vasco o Cataluña, muchos nos acusaban de exageración intencionada.

Hoy, todo el mundo, comparte el criterio de que unos sinvergüenzas se están aprovechando del Estado para sacar tajada, con el argumento de que defienden sus territorios, lo que vemos es que defienden sus lentejas. Estamos hartos de salvadores, que mejoran sus circunstancias vitales diciendo que van a salvarnos. ¿Salvarnos?. Si nos hunden en la miseria un poquito más cada día.

Lo que está claro es que aquí todo el mundo defiende su bienestar, los socialistas dicen que van a hacer un mundo mejor, los nacionalistas que van a hacer una nación mejor –la suya- , y los conservadores, que impedirán que se haga un mundo peor, salvando lo que se pueda del tsunami del progresismo.

Pero está claro que los ciudadanos hoy sabemos mucho más de lo que sabíamos hace unos años, todavía no hay una sociedad civil constituida, pero está en vías de constitución, cada día más próxima.

Los españoles, cada día tenemos más motivos para no creer en los políticos, los ciudadanos hemos visto como la Constitución es papel mojado para ellos, como utilizan el poder para concederse privilegios, para oprimir a todos los que no sean de su secta y premiar a todos los que lo sean.

El siguiente paso será desenmascararlos sin interrupción, y aquí estamos, dispuestos a continuar el viaje, denunciando como los medios de comunicación ofrecen las verdades oficiales por las que reciben subvenciones, los políticos mostrándonos el producto de su manipulación de la realidad, y los listos de siempre, apalancándose en el poder para mover el mundo a su medida.

Sabemos que tienen la batalla perdida, sabemos que no pueden resistir todo el tiempo engañando al prójimo, sabemos que con cada mentira interesada, con cada intención política para perjudicarnos que descubramos, la torre de Babel en la que se han instalado se irá desmoronando.

Sabemos que la democracia, la Constitución, el Estado de Derecho, y la libertad no están de su lado, sino del nuestro. Ellos, los políticos, son la representación de la hipocresía, digan blanco o negro, están deslegitimados por su historia reciente para representarse ni a sí mismos.

La partida continúa, los políticos juegan con todos los recursos que manipulan a su favor, pero los ciudadanos tendremos la última palabra.

Nadie puede utilizar el poder para beneficiarse o beneficiar a los suyos, quien lo haga, pagará por ello, tarde o temprano. Ya estamos hartos de que los políticos organicen el mundo a su criterio para seguir viviendo en el paraiso, mientras los ciudadanos nos pudrimos en el infierno. Hay que exigir responsabilidades por todos los daños causados, y prevenir que sigan causándolos. Se acabó el mundo dual de fiesta para unos y miseria para otros. La política no puede ser un negocio más que sirve para promocionar a los mediocres al lugar que en la vida real, la que vivimos todos los demás, no lograrían alcanzar en su vida.


Biante de Priena

6 comentarios:

SixTarta dijo...

....... Y al tercer día resucitó.

Anónimo dijo...

Van a caer todos

El gobierno vendió edificios a mitad de precio con Caldera de ministro

500 millones de euros de pérdidas, para el chico de viaje gratis total...

Anónimo dijo...

Perspicuo

JON JUARISTI
Domingo, 04-01-09
EN El País, Fernando Vallespín exige que se llame a las cosas por su nombre y se reconozca de una vez que España es un Estado federal. El corolario contradice la exigencia, porque resulta que España no es un Estado federal, por más que la fórmula de Solbes para resolver la financiación de las comunidades autónomas haya sido menos propia de un gobierno responsable que de un partido federalista. No estaríamos, entonces, ante un Estado federal demediado o incompleto, como quiere Vallespín, sino ante un Estado de las Autonomías disfuncional, como se demuestra en un montón de aspectos, desde la política hidráulica a la lingüística, por no hablar ya de los residuos estructurales -y constitucionalizados- del Antiguo Régimen, que se plasman por ejemplo, en cinco Haciendas diferentes con sus regímenes fiscales privativos.
A mí, esta situación no me recuerda ni de lejos la de un federalismo, aunque Vallespín pretenda que creamos lo contrario. La veo más semejante a la del Estado isabelino, anterior a la primera tentativa histórica de federalización. Es decir, a un Estado condescendiente hasta el extremo con las prerrogativas que arbitrariamente se atribuían las elites provinciales. Hay un personaje de Míster Witt en el Cantón, la gran novela de Ramón J. Sender sobre la insurrección federalista de Cartagena, en el que se transparenta esta distinción. El maquinista Vila, de la fragata Numancia, exige una y otra vez a los sublevados, que quieren atraerlo a su campo, que digan si la República federal irá contra los fueros, porque, de ser así, no tendría inconveniente en pasarse a su bando. Lo insostenible del moderantismo isabelino fue precisamente la contemporización tácita de los gobiernos de la reina castiza con los privilegios adquiridos por las castas políticas locales y la consiguiente reducción del Estado a un contubernio de señoritos que se hacían retratar al óleo disfrazados de maragatos o baturros, para exasperación de los muchos Vila que habían creído en la nación liberal. O no se ha avanzado mucho desde entonces, o si se avanzó, se ha retrocedido. La diferencia está en que los Vila del presente ya no quieren quitar los fueros sino bailar el aurresku, como Joselito en La vida nueva de Pedrito de Andía (1965), película de Rafael Gil, sobre novela de Sánchez Mazas, que probó que cualquier valenciano puede bailar lo que le echen. Los Vila de hoy intuyen acertadamente que el aurresku y la sardana tienen una oscura pero íntima relación con el privilegio y reclaman el mismo trato para la jota y el pericón, pero esto tiene menos que ver con el federalismo que con los Coros y Danzas.
Vallespín cree que el Estado federal supuestamente existente necesitaría equilibrar los altos niveles de autogobierno de las comunidades autónomas (y supongo que la generosa financiación de las mismas en detrimento de una Administración central) con una lealtad general al centro, pero incurre en una petición de principio, porque la lealtad al Estado disminuye en la misma medida que la perspicuidad de éste. Nadie siente la necesidad de ser leal a un centro que se desvanece. A mayor nivel de autogobierno, menor lealtad a un Estado común. La dinámica del Estado de las Autonomías que describe Vallespín no es federalizante. Si acaso, avanza hacia una confederación, peligro que ya detectó Aznar, y de ahí su insistencia en el cierre del proceso autonómico, que Rodríguez desechó en aras de la alianza sagrada de la izquierda con los nacionalismos.
Con todo, el problema fundamental es que un Estado federal necesita federalistas convencidos. Los nacionalistas no lo son; la derecha, tampoco. La pulsión federalista en España es exclusiva de la izquierda, pero no de toda. En el PSOE, por ejemplo, dista de ser unánime (una cosa es la estructura del partido y otra la idea de Estado de sus votantes). Da la impresión, en fin, que algunos tratan de vender como federal una reforma socialista del Estado que nos lleva, a paso de cangrejo, hacia los viejos y buenos tiempos de Isabel II. Llamemos a las cosas por su nombre.

Anónimo dijo...

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Ante el desastre en el que estamos y el espanto que se avecina, se debería iniciar una encuesta para que cada lector opine acerca de cómo debe ser la Nación en la que vivir y qué Estado debe tener cuando desaparezca el Régimen actual.


Voto por:

El nuevo Estado de los Ciudadanos garantizará a todos los españoles hombres , mujeres, niños y ancianos:

Bienestar material y clima social pacífico.

El trabajo supondrá 6 horas diarias

Casa en propiedad, energía, comunicaciones, servicios sociales indispensables. TODO “GRATIS”.

Justicia implacable con los ANTIESPAÑOLES.


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Anónimo dijo...

Siento vergüenza ajena que nadie haya pensado en consultar a los Técnicos de organización de este país. Valen los que sean de derecha, izquierdas,transversales y medio pensionistas.Eso sí, con varios años de experiencia en organización de empresas. Suecos y yankees,aunque los mejores del mercado son los españoles, cuando pueden trabajar fuera de España.

Si se hiciera, y ellos hicieran bien su trabajo,porque les dejaran, determinarían, por pura lógica natural, gobierno Central con delegaciones del gobierno por provincias; que reemplazarían a los gobiernos autonómicos actuales. Otra función inherente, de las delegaciones, sería hacer propuestas para adecuar y mejorar la normativa central a las peculiaridades de cada provincia.

El balance económico sería acojonante.

No propondría lo anterior a cambio de que se implantara el Capitalismo Comunitario. ¿Y sabéis por qué? porque el Capitalismo Comunitario es el sistema anterior, mejorado al máximo posible.

A ver si lo veis de una uta vez.

Anónimo dijo...

1. “El nacionalismo separatista no es más que neoliberalismo insolidario” (Fernando Savater)

2. “El nacionalismo es como un pedo, sólo gusta al que se lo tira” (Albert Boadella)

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