Después de una etapa política en la que el asombro y la perplejidad en aumento han ido haciendo mella en la sociedad española, hoy podemos resumir someramente la situación.
El golpe de estado subrepticio que el PSOE proyectó en Santillana del Mar y que viene poniendo en práctica desde que asumió el gobierno de la nación, se ha hecho patente y notorio en los últimos días, nadie razonable duda ya de sus hechos e intenciones, ante lo cual cualquier acontecimiento político o social es instrumentalizado para el fin propuesto: sumir a España en un caos civilizatorio atacando cualquier elemento cohesionador de la vida pública.
Ninguna institución española pública o privada, desde la justicia a los sindicatos, los medios de comunicación o las organizaciones sociales, está libre de contaminación golpista, si bien al mismo tiempo estos mismos organismos u otros presentan claros síntomas de resistencia al golpismo. Tampoco queda libre del intervencionismo del gobierno golpista ninguna actividad social, sea el juicio del 11-M, la lucha antiterrorista, las filtraciones a la prensa, la educación pública, la vigilancia a personalidades, las presiones económicas a grupos determinados, las pretensiones de inversión con los fondos de las pensiones, o los escándalos de todo tipo que salpican a diario la realidad española. Y tampoco parece que se ahorren medios ilegales y/o mafiosos desde el estado español para contribuir a este auténtico asalto a la vigencia de la Constitución.
La actual nación española vive un momento histórico, un punto de inflexión en su recorrido político y social sólo comparable a los grandes acontecimientos en su transcurso como la invasión Napoleónica, las Cortes de Cádiz, el golpe de Estado de Franco o la etapa de la transición hace unos 30 años. Y lo que se dirime son dos cosas principales que se imbrican: un cambio de régimen y a la vez un cambio de paradigma civilizatorio, un cuestionamiento de su sistema democrático.
Para el cambio de régimen bastan las elecciones, si gana el PP y es capaz de restituir el status constitucional, la cosa parará ahí de momento. Pero si el PP sólo pretende asumir el gobierno sin poner en marcha las medidas regeneradoras que neutralicen la inercia general del país, el asunto del poder del estado estará a la orden del día y en ese caso serán los propios ciudadanos los que deberán coger en sus manos ese poder y hacerse con la dirección del país ante la impotencia de los partidos políticos de organizar la nación, pues se juegan su supervivencia social, política e individual. Es posible que el país se vea sumido en golpe de estado de uno u otro signo o incluso en una crisis revolucionaria, sobre todo si se confirman los malos augurios económicos.
Desde el punto de vista ideológico las principales ideas que disputan son por una parte las correspondientes al sistema democrático impulsado desde la muerte de Franco, que corresponden a su vez al pensamiento de la civilización con raíces inmediatas en la Ilustración, y por la parte golpista una especie de refrito en el cual la razón y la evidencia de los hechos carece de valor, es relativo, corresponde a la “vieja manera de pensar” y contradice de raíz los presupuestos alcanzado por occidente en sus conquistas políticas, sociales, educacionales, libertarias, etc. La ceguera ante los hechos o el delirio, parece formar parte de ese cuerpo doctrinal. Esto es dejar a las fuerzas vivas sin vestidos institucionales, discursos racionales o el arreglo de problemas sociales mediante palabras; esto es someter el conflicto a un terreno de disputa desnudo, a una cancha donde los intereses estén ausentes de otra cosa que no sea la violencia mutua.
Es una ideología híbrida que recoge lo más “selecto” que el pensamiento con fines totalitarios ha generado en la reciente historia de la humanidad y a cuyos métodos se aplica con denodada insistencia y escandalosa contumacia. El fascismo y el stalinismo basaron sus metas en el “bioligismo” el primero, con la raza como pretexto, y el sometimiento incondicional de cada individuo al partido el segundo por encima de cualquier otra consideración, la servidumbre al dios de la salvación universal “de los trabajadores”., que no era más que la servidumbre a los intereses de una excrecencia grupal producida por una revolución podrida. Al fin y al cabo, el totalitarismo extremo y salvaje de un imperio con un Estado “novedoso”.
Es natural que a una nueva época de intento esclavizador y cosificador de la población, corresponda una ideología “nueva” en su presentación, pero como el objetivo es el mismo que antaño, métodos, consignas y discursos, deben recoger necesariamente las "enseñanzas" que intentos anteriores produjeron cierta y provisional eficacia, aunque como todo el mundo sabe, fueron “pasajeros”, al final la Libertad triunfó siempre.
Y como la historia produce paradojas sin cesar y nuestro país es particularmente ejemplar en ello, la resistencia a este golpe de estado contará entre otras con tres fuerzas que garantizan el triunfo de la libertad y la democracia en la feroz lucha que se avecina. 1.- La Iglesia que se opone a que nadie le haga competencia en al adoctrinamiento de almas, ella tiene mucha experiencia e inversiones en ese trabajo para que unos advenedizos les quieran hacer competencia en su negocio (parecido escenario cuando Napoleón). 2.- La derecha “casposa” que no quiere permitir que sus negocios se les vayan de las manos, ellos son los dueños “naturales” del país y no unos “progres sectarios amigos de los dictadores”. 3.- Finalmente, pero muy importante, la conciencia nacional española, que incluye tanto la resistencia a los cambios cuando los españoles han vivido mejor que nunca desde el advenimiento de esta democracia, como su bagaje cultural “atrasado” que impide movimientos “progresistas” aunque procelosos. Aquí viene bien eso de “Virgencita, que me quede como estaba”.
Y es que la historia es como es y lo que verdaderamente se dirime ahora en España no es un movimiento “de progreso” en el aire de las revoluciones “convencionales”, su esencia es el de la resistencia nacional a un movimiento que pretende no sólo llevarnos a los tiempos del franquismo, sino también a los umbrales de la edad media; no es sólo un cambio de régimen lo que buscan, sino una verdadera reacción, un viaje atrás en nuestra historia. Ante eso la vida, la libertad y la democracia, tienen el triunfo asegurado a pesar de su coste en sangre. Depende de la resistencia a nuestra resistencia.
Gumersindo Vázquez
4 comentarios:
Cuando habla de no excluir un golpe de estado ¿se refiere al ejército?. Si es así estamos listos.
Si aceptamos la tesis, es muy curioso la contradicción que supone que una institución "reaccionaria" como la iglesia sea un obstáculo a un movimiento "reaccionario" en la medida que sostiene valores al fin y al cabo UNIFICADORES, objetivo bélico de primer orden para los golpìstas.
También resulta curioso que sea la "derecha" quién se presente como REVOLUCIONARIA, en el sentido de oponerse a una reacción no provocada por ellos, que es lo "habitual".
Y por último que exista la posibilidad de un golpe de estado militar de signo MANTENEDOR de la Constitución, cosa no habitual, pero si muy corriente en la historia española.
Es curioso pero REAL que para sus trabajos la historia emplee unos instrumentos más "lógicos" que otras veces, pero así es, como en la Portugal del 74 donde un golpe militar la introdujo en el desarrollo moderno.
Todo esto no tiene nada que ver con las recetas usuales, pero es lo que nos dice la realidad del acontecer diario y a los hechos hay que ceñirse.
Pues si, ha sido la revolución de Mao la que ha metido a China en el mundo actual a pesar de todas las contradicciones de esa sociedad.
Que los moralistas se entretengan en señalar la bondad o maldad de estos procesos, los seres humanos tienen unicamente la obligación de comprender su existencia, desarrollo y leyes, y no la de valorar si la luna es buena o mala dando tantas vueltas.
Resulta paradójico, como dices, que Iglesia y derecha se encuentren en un frente común con los ciudadanos defendiendo la libertad y el no sometimiento al intervencionismo adoctrinador del Estado.
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