Mi primera contribución a este foro ciudadano no tratará de Cataluña. De hecho, no volveré a pronunciar esta palabra en mi artículo de hoy, y sólo cuando coja el microscopio, al final de este soliloquio, me dedicaré a despotricar sobre lo infinitamente pequeño.
Soy un ciudadano del mundo, y del mundo quiero tratar, ancho y no tan ajeno.
Alain-Gérard Slama, mente clarividente y rebelde, escribía hace escasas semanas que era vano e inútil cerrar los ojos y apretarlos para que se desvaneciera la realidad, Dentro y fuera, en la patria chica, en la grande y en el desierto lejano, crece el peligro. Olvidémonos un instante de la ignominia del nacionalismo provinciano y mezquino.
Os quiero hablar de la guerra.
España y sus medios, incluídos sus mejores periodistas y pensadores de la actualidad, se miran a sí mismos, ombligados en una neurosis neoyorkina de los 70, pero con pinta de Alfredo Landa aburguesado, audi metalizado, bigote de la seva y patillas de pachinadie. Pobre Woody Allen, el de antes, antes de ser ese clarinetista absurdo y senil, si levantase la cabeza y la mirada chirriante de aquel agarrar la pasta y correr.
La guerra acecha, y no me refiero precisamente al conflicto iraquí, cómodo y vetado, casi inofensivo.
Ahmadinejad, secuestrador de aviones reconvertido en presidente de Persia, se asignó una misión, no sólo retórica: destruir Israel. Israel sabe que los demás saben que para preservar su supervivencia, no es descartable la inminente escalada que sólo podrían frenar las democracias, más precisamente la blanda Europa, ante vacilaciones chinas, cavilaciones rusas y lealtades estadounidenses. La benevolencia de la Unión Europea con Irán, simétricamente contrapuesta a su intransigencia hacia la callada Siria, alimenta a la hidra de Al-Qaida, con sus movimientos implantados en Europa a modo de oficinas de reclutamiento para nuevas redes de contiendas santas y tecnológicas.
Me dirijo a ti, Zapatero, y a tus progres reciclados en el verde urbano con nostalgia de verde oliva. Me dirijo a ti, Rajoy, Merlín rodeado de cobardes encorbatados y flequillo tendance, persuadido que tu retahíla paulista hará entrar en razón a periféricos desquiciados y sin rumbo:
Contra el terrorismo, el del tiro en la nuca, de la barretina dominguera o del “¡boadella feixista!”, la obligación, la prioridad y el honor de una democracia es reforzar el estado de derecho y restaurar el imperio de la ley.
No miréis hacia Europa y los cretinos de Estrasburgo, dando el sí a la rendición mientras Rosa Díez sollozaba en su despacho y Vidal-Quadras, con su voz rota pero su alma entera, gritaba como un mudo ante una horda de carcajadas sordas.
Contra el terrorismo, el del árbol, de las nueces y de los que se conformarían con seguir viviendo (¡por favor, no matéis a mi marido!, recuerdo que imploraba aquella esposa de socialista a batasunos primos suyos en un pueblo del oasis RH anterior a la tregua victoriosa), la única lucha posible es decirle que no al repliegue y no a la vulnerabilidad consentida frente a los fanatismos que se han apoderado, por efecto de vacío, de la nación sin respuestas frente a los desórdenes planetarios y los abusos del maulet vecino.
Si en Francia, por ejemplo, la extrema derecha antieuropea y la “gauche de la gauche” repercuten, a su manera, la ola nacionalista que corroe y descompone la unión continental como una gangrena, nosotros lo hacemos mejor todavía: combinamos la crisis internacional que no entendemos ni nos interesa con el abandono de aquello que nunca asimilamos realmente, pues las Cortes de Cádiz sólo fueron un fuego fatuo que recorrió el cementerio patrio.
Por eso aquí la brecha es amplia y hermosa, fruto de la renuncia prematura al legado individualista y laico de las Luces, y abierta de piernas al retorno triunfante, como en las operetas de Luis Mariano, de las pasiones comunitarias.
Nunca res pública fuere más necesaria, y no me refiero precisamente a la segunda ignominiosa.
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