Desde hace unos meses, se está produciendo en este país un
fenómeno singular y sugerente: el asalto a la democracia por parte de los
totalitarios de los partidos radicales de extrema izquierda y nacionalistas de
la kale borroka, dispuestos a mostrarnos sus afinidades y veleidades, en un
desfile del orgullo macarra, sin precedentes históricos.
Cuando en un país europeo en pleno siglo XXI, las soflamas y
proclamas de los totalitarios no resultan estridentes y contestadas de
inmediato por los demócratas, es síntoma de que la libertad de expresión ha
alcanzado su apogeo, en este país hay gente que piensa que haber recibido unos
millones de votos les permite imponer su voluntad por la gracia de una coleta.
Los movimientos mesiánicos siempre tienen mal pronóstico en las democracias y
son más propios de regímenes fanáticos o folclóricos. Un programa de “amor al
tercermundismo” para alcanzar la suprema felicidad social, no es precisamente
lo que este país necesita para superar la crisis.
Cierto es que la casta de impresentables que existe en este
país viviendo de la representación política difícilmente puede exigir moralidad
a los demás cuando ha vivido en la corrupción, el desfalco, la perversión y la
insania, cuando ha comprado por subvenciones medios de comunicación para que repitan su eco,
cuando tiene a la justicia domesticada y sometida a su servicio, cuando utiliza
las instituciones en su propio interés y beneficio, cuando ha dejado de servir
al pueblo, para servirse de él, no puede exigir lo que no da, reclamar lo que
no ofrece.
Pero los españoles, que en inmensa mayoría estamos tan hartos
de la casta de los impresentables, como
de las opciones radicales que justifican la violencia siempre que sea en
interés de sus intereses, mientras todos viven de nosotros, no creo que
soportemos demasiado tiempo la impunidad de la casta que no ha reconocido sus
delitos y purgado sus responsabilidades, ni las protestas de los totalitarios
que tratan de hacer su agosto en la confusión existente. Todo tiene un límite y
creo que estamos a punto de rebasarlo, que eso es lo que buscan en realidad los
totalitarios para cultivar el clima que más favorece a sus pretensiones. A
ambas opciones, se les olvida que su guerra es un conflicto de una minoría,
pues en las pasadas elecciones todos los partidos recibieron solamente un 42 %
de apoyos electorales, la mayoría de los españoles no acudieron a las urnas, y
esperan en estoico silencio que se destruyan o se aniquilen políticamente los
partidarios de cualquier opción política, para regenerar el sistema y
desparasitarlo de depredadores.
Sin embargo hay síntomas que muestran la grieta que está
apareciendo en nuestra democracia, y que sin duda serán el inicio de una nueva
etapa en la representación política de este país.
La degeneración que no cesa
Uno de ellos ha sido, que un camarero que se ha atrevido a denunciar al
líder de Podemos por su afinidad con la dictadura venezolana, abandona su
trabajo para no perjudicar a su empresa después de cuatro años en la misma,
tras haber recibido amenazas y coerciones. Que unido a las declaraciones del
líder de Podemos, justificando los crímenes terroristas de ETA porque tienen
una explicación política, pone los pelos de punta, hasta los de las pelucas.
Otro episodio que anuncia cambios es la jubilación honorable
y onerosa de una imputada por organizar presuntamente la trama de corrupción en
la Junta de Andalucía con partidos y sindicatos, con una fianza de 30 millones
de euros, imputada por numerosos delitos, se permita decir que va a pedir su
ingreso en la inspección de Hacienda. Otro ha sido la denuncia de la guardia
civil, por parte del secretario general de la UGT por detener a los corruptos
que habitaban en su sindicato, que se suman a los más de 150 imputados por el
asunto de los EREs, que parece haber sido una organización mafiosa creada al
albur de la Junta de Andalucía.
Por último, la imputación de la infanta, señora de
Urdangarín, repelida de inmediato por el fiscal anticorrupción del caso, que
pretende acusar al juez imputador de prevaricación, cierra el círculo. Al igual
que haber descubierto que tras un pufo de más de 50.000 millones de euros,
todavía no hay ningún directivo de las Cajas de Ahorros en la cárcel y seguimos
sin saber dónde está el dinero. Y no quiero olvidarme de una noticia que me ha
llamado la atención, que el Tribunal de Cuentas, encargado de vigilar la
corrupción política de este país parece que es una gran familia.
Son pequeños detalles que indican el rebosamiento de la
paciencia y tolerancia de los españoles, que en su mayoría hemos dejado de
confiar en las instituciones de este país y fundamentalmente en sus ocupantes
colocados por los partidos políticos en sus direcciones.
Creo que en España se vive en los últimos tiempos un clima de
crispación política exacerbado, que se suma a la crisis económica que ha
asolado este país. Sin duda estamos en una época de transición entre un régimen
que ha perdió cualquier capacidad de regeneración y se ha convertido en
reaccionario, y al otro lado todos los que están dispuestos a llevarnos a los
gulags de la miseria, como única alternativa.
A mí no me representan ni unos, ni otros, al contrario, ambas
opciones me expolian, como a la inmensa mayoría de los españoles que no reciben
más que el despojo continuado por parte de la casta, prodigio de mezquindades, mientras sus novedosos opositores están dispuestos a
condenarnos al totalitarismo por la gracia de una coleta.
Entre el despotismo de unos y el totalitarismo de otros, todavía existe algo que se llama democracia, en la que sobran todos los impostores y usurpadores que nos van a salvar del abismo, sin darse cuenta que son ellos los que precisamente nos arrastran a él; a ver si concluye pronto el estropicio y podemos pasar página sobre este magnífico y es espectacular episodio que nos conceden los hunos y los “hotros”. España no debería pagar a traidores, ni a los chorizos, ni a los cenizos.
Entre el despotismo de unos y el totalitarismo de otros, todavía existe algo que se llama democracia, en la que sobran todos los impostores y usurpadores que nos van a salvar del abismo, sin darse cuenta que son ellos los que precisamente nos arrastran a él; a ver si concluye pronto el estropicio y podemos pasar página sobre este magnífico y es espectacular episodio que nos conceden los hunos y los “hotros”. España no debería pagar a traidores, ni a los chorizos, ni a los cenizos.
Enrique Suárez
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