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miércoles, 10 de octubre de 2007

Estado de emergencia

En cuatro días, cuatro "discursos", semióticamente hablando, que nos sitúan en un espacio público sin garantías, solos ante el peligro:

-La concentración supuestamente ciudadana de Ciutadans, el sábado en Barcelona, era en realidad un testimonio de pleitesía al caudillito del partido, después de que hubiera sido amenazado por dos hijos de la transición catalana. Para evitar que un acto feudal se convirtiera en una defensa de la Nación española, los apparatchiks de dicho movimiento se precipitaron al desfile con senyeras y banderas absurdamente europeas, idealmente completadas por los acomplejados paraguas de Ermua y del estado de las autonomías. Las banderas españolas fueron toleradas, y posteriormente criticadas por el núcleo duro de los militantes de Rivera. No gustaron en absoluto los toros Osborne.

-Garzón, en un auto delirante y que podrá ser estudiado en las universidades españolas cuando podamos analizar con el distanciamiento necesario la actual deriva totalitaria y caótica de nuestras instituciones, expone explícitamente y sin reparos que lo que valía ayer (no detener a los etarras de Batasuna) no vale ahora, porque el contexto político ha cambiado. Jamás se había proclamado con tanta sinceridad y torpeza la muerte de Montesquieu.

-Bermejo, el jefe de la checa judicial, hijo frustrado de franquista con la marca del pecado original en la frente, sigue haciendo méritos y remata la faena de Garzón, anunciando que las ilegalizaciones de PCTV y de ANV se tocarán "cuando la jugada lo aconseje."

-La Eta advierte a Rodríquez intentando "comprometer la vida de una persona", nueva formulación en boca del gobierno del "accidente" cuando se alude a los asesinatos de víctimas inocentes.

Las cuatro "declaraciones" apuntan en la misma dirección: el síndrome de Estocolmo entre las víctimas potenciales de los separatismos; las contradicciones de una constitución buenista; las concesiones a los nacionalismos periféricos y antidemocráticos; la complicidad de la izquierda en el golpe de régimen que se está fraguando contra los españoles convergen en una situación de crisis jamás igualada desde la ficticia reconciliación de 1.977.

Entre los disidentes, entre los resistentes que no se conforman ni se rinden, no hay unión porque les separa y les divide el punto de partida, las respuestas a las preguntas: ¿qué estamos defendiendo? ¿contra qué y contra quiénes estamos luchando?

Treinta años de losa nacionalista y progre en la educación han hecho mella en las nuevas generaciones, es indudable, particularmente en Cataluña y en el País Vasco. Se suma el hecho de que la izquierda de ámbito gubernamental y la izquierda intelectual no hayan hecho su aggiornamiento, a diferencia de la derecha (de la mano de Adolfo Suárez), no se hayan desprendido de su sectarismo, no hayan revisado su propia historia, la de los crímenes y atentados contra las personas y contra la democracia en el período inmediatamente anterior a la guerra civil española y durante la misma, ni se hayan erigido en alternativa nacional y española a los desvaríos separatistas.

No se puede entender de otra forma que quienes se oponen a los golpistas sigan sin ponerse de acuerdo en lo esencial. En efecto, la primacía, en determinados sectores, de los derechos del ciudadano y del concepto de estado útil en detrimento de la idea de nación española frena la movilización ciudadana en defensa de sus intereses y de la libertad.

Esa visión, en el fondo multicultural, se ha desarrollado entre los disidentes de Cataluña (y del País Vasco) como consecuencia de la ecuación contra nacionalismo catalán, ergo contra nacionalismo, ergo contra nación. Evacuando una vez más el único concepto válido de Nación, el res publicano, es decir el pacto de ciudadanos autoerigidos en pueblo y autodotados de valores comunes. Es lo que hicieron la Assemblée Constituante en Francia 1789, la Declaración de Independencia unos años antes en los Estados de la Unión, Cromwell en el siglo anterior o los liberales en Cádiz 1812. Nada que no haya sido inventado, estudiado, analizado, nada que se pueda negar ahora en torno a convicciones borrosas, pero donde se adivina la pose postmoderna, la relativización de la historia o, cuanto menos, del concepto de verdad.

Esa ambición, la de la república, es decir la de los modelos democráticos occidentales (los únicos que existen, por otra parte), incluídas naturalmente las monarquías parlamentarias, que también son res públicas strictu sensu, va mucho más allá que la reivindicación de un "estado" aséptico y sin símbolos, una especie de casa de correos en la que se garantizarían los derechos de cada uno. España no es una oficina, ni los EE.UU., ni Francia, ni Alemania. Se han forjado como naciones históricas en torno a unidades de destino, como decía de Gaulle, y con el advenimiento de la era moderna han forjado normas explícitas de convivencia que van más allá de unos mandatos cívicos supuestamente neutros, consagrando valores absolutos, no prácticos, como las libertades individuales, la igualdad de derechos o el derecho de propiedad privada, así como el monopolio legítimo de la violencia y una justicia independiente y separada, por citar los cinco pilares de nuestros contratos nacionales, no siempre respetados. El estado, o sala de máquinas, sólo debe ser el encargado de traducir ese pacto intocable en medidas prácticas, sólo debe ser un sucedáneo, compuesto de funcionarios encargados de aplicar la voluntad popular.

En ese sentido, sólo la nación puede ser liberadora, cuando el estado es potencialmente criminal. La peor pesadilla, por cierto, el peor guión de una película de terror, es precisamente eso: un estado sin nación, es decir unas normas sin contrato democrático de ciudadanos organizados en pueblo. Es lo que quieren conseguir los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos.
Es la visión plurinacional (sic) de la izquierda ignorante y amnésica versión logse-zapatero, a la que se suman con gran facilidad segmentos de la derecha "pragmática", la de los pelotazos, la especulación, el 4x4 y el dinero fácil. La derecha apátrida que convive con Cebrián en La Moraleja y en Marbella.

De hecho, los abusos y las discriminaciones repetidas, sistemáticas e impunes contra las personas en Cataluña y el País Vasco son escenificaciones prácticas de un pre-estado sin nación, totalitario. Eso es lo que nos espera, como ya lo han entendido Boadella o Mayor Oreja.

La alternativa a la derrota y a la dictadura es... España.

Jorge Harrison

3 comentarios:

Unknown dijo...

Sin complejos

Anónimo dijo...

Mañana es día 12 de octubre. ¿Vamos a seguir permitiendo que nos deshaucien de nuestra propia memoria, para que puedan lavarnos el cerebro e implantarson "su" versión de lo ocurrido?.

Solo queda una acción posible, contra el adoctrinamiento, expresión de nuestra libertad.

Todos somos España,

creo que sería un buen lema para celebrar mañana nuestro compromiso ciudadano con la libertad, y como como dice el indio que me precede, sin complejos y sin aparejos.

Anónimo dijo...

SIN PALABRAS YALO DIJERON TODO

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