Aunque nos expresemos en la misma lengua, los periodistas, esos profesionales que atesoran criterios propios sobre la normalidad, tienen su particular forma de evaluar y presentar los hechos. El espectáculo semántico de los informativos de las cadenas de televisión españolas, de las emisoras de radio, o de la prensa escrita, es digno de un estudio antropológico.
Cuando un avión, ferrocarril, o autobús se estrella, todo el mundo se afana en buscar las causas del accidente (entre otras cosas por descartar que no haya sido un atentado). Y es notoria la satisfacción de los comentaristas cuando descubren que afortunadamente se ha debido a un factor humano, que es la maravillosa forma de adjudicar la catástrofe a alguien con nombre y apellidos. Una nebulosa de serenidad se mezcla con la comunicación informativa.
¡Menos mal!, parecen decir, el factor humano ha salvado los mecanismos del sistema que no ha fallado, el error ha sido humano. Lo mismo puede aplicarse a las intervenciones de los jueces, los médicos, o los policías.
Ocurre precisamente lo contrario cuando la información se refiere a la política, la economía o la propia información de los medios de comunicación: entonces el factor humano desaparece; nunca hay nombres y apellidos adheridos a la responsabilidad de algún acontecimiento indeseado.
Un ejemplo palmario es todo lo relacionado con el terrorismo de ETA, si el diálogo ha fallado, ha sido sin duda por la cerrazón de los chicos de la capucha que laceran el país vasco desde hace cuarenta años, si se producen víctimas inesperadas, ha sido por mala suerte; si ANV hoy está presente en las instituciones vascas, es por un escrupuloso respeto a la legalidad vigente, que viene a ser la misma causa que se aducirá en el reconocimiento de Cataluña como una nación, aunque sea en el preámbulo.
Hay determinadas profesiones que están libres en su infalibilidad de problemas ocasionados por el factor humano: los políticos y los periodistas. Entre ellos no existe la autocrítica, jamás se equivocan y cuando las cosas no salen como se espera, siempre se encuentra alguna razón “ad hoc” que justifique sus errores: “que le podría haber ocurrido a cualquiera”. Este pacto implícito de silencio entre periodistas y políticos es posiblemente una de las mayores lacras de nuestra democracia.
Que un camionero trabaje dieciséis horas seguidas, cambiando los registros del tacómetro, por mucho que se insista no es un factor humano, es un factor político y jurisdiccional porque se puede hacer y se hace. Que un médico trabaje 48 horas seguidas de guardia y acabe metiendo la pata, no es un factor humano, sino un factor político correspondiente al sistema de explotación que se ha organizado. Que un policía termine cometiendo una infracción legal tras la presión a la que puede estar sometido ante determinados grupos que les tienen declarada la guerra, gracias a que el Gobierno correspondiente no determina los criterios de actuación, no es un problema humano, como tampoco lo es que un juez que tiene que resolver más casos de los que puede, con huelgas y sin ellas, acabe cometiendo errores por exceso de casos.
La mayoría de los factores humanos que terminan ocasionando catástrofes del sistema que concluyen en graves consecuencias para los ciudadanos, provienen de la incompetencia, irresponsabilidad, y desconocimiento de los políticos que se encargan de tareas para las que no están capacitados: es decir, de alguien con nombre y apellidos, cuya identidad se ocultará como parte de la liturgia de “omertá” que preserva nuestro sistema político e informativo. Alguien que decide como si fuera la "mano invisible" de Adam Smith en cuestiones políticas que afectan a todos.
La realidad es que el factor humano de los ciudadanos puede ocasionar un problema concreto, pero el factor humano de los políticos organiza graves problemas continuados que pasan desapercibidos y de los que nadie resulta responsable. Por ejemplo en el gasto público, en el retraso de obras, en la concesión a los amigos, en las decisiones contra los intereses de los ciudadanos.
Esta forma injusta de evaluación de la realidad, no puede seguir aceptándose en un régimen democrático. Ser político, no supone, ni mucho menos, haber dejado de ser humano, y por lo tanto, de haberse liberado de cometer errores, que en ocasiones concluyen en acontecimientos catastróficos para los ciudadanos, a los que se termina culpando de los mismos. Todos somos “pecadores”, que diría un cura de pueblo en otros tiempos, pero algunos expían “sus culpas”, mientras otros son “eximidos” por su honorable condición.
La clase política siempre inocente y todos los demás, presuntos culpables hasta que se demuestre lo contrario, esa es la clave de lo que ocurre en nuestro país, el escollo que debemos superar no depende de los políticos que nunca moverán un dedo para cambiar las cosas, sino de los ciudadanos conscientes de la realidad en la que viven.
Biante de Priena
Cuando un avión, ferrocarril, o autobús se estrella, todo el mundo se afana en buscar las causas del accidente (entre otras cosas por descartar que no haya sido un atentado). Y es notoria la satisfacción de los comentaristas cuando descubren que afortunadamente se ha debido a un factor humano, que es la maravillosa forma de adjudicar la catástrofe a alguien con nombre y apellidos. Una nebulosa de serenidad se mezcla con la comunicación informativa.
¡Menos mal!, parecen decir, el factor humano ha salvado los mecanismos del sistema que no ha fallado, el error ha sido humano. Lo mismo puede aplicarse a las intervenciones de los jueces, los médicos, o los policías.
Ocurre precisamente lo contrario cuando la información se refiere a la política, la economía o la propia información de los medios de comunicación: entonces el factor humano desaparece; nunca hay nombres y apellidos adheridos a la responsabilidad de algún acontecimiento indeseado.
Un ejemplo palmario es todo lo relacionado con el terrorismo de ETA, si el diálogo ha fallado, ha sido sin duda por la cerrazón de los chicos de la capucha que laceran el país vasco desde hace cuarenta años, si se producen víctimas inesperadas, ha sido por mala suerte; si ANV hoy está presente en las instituciones vascas, es por un escrupuloso respeto a la legalidad vigente, que viene a ser la misma causa que se aducirá en el reconocimiento de Cataluña como una nación, aunque sea en el preámbulo.
Hay determinadas profesiones que están libres en su infalibilidad de problemas ocasionados por el factor humano: los políticos y los periodistas. Entre ellos no existe la autocrítica, jamás se equivocan y cuando las cosas no salen como se espera, siempre se encuentra alguna razón “ad hoc” que justifique sus errores: “que le podría haber ocurrido a cualquiera”. Este pacto implícito de silencio entre periodistas y políticos es posiblemente una de las mayores lacras de nuestra democracia.
Que un camionero trabaje dieciséis horas seguidas, cambiando los registros del tacómetro, por mucho que se insista no es un factor humano, es un factor político y jurisdiccional porque se puede hacer y se hace. Que un médico trabaje 48 horas seguidas de guardia y acabe metiendo la pata, no es un factor humano, sino un factor político correspondiente al sistema de explotación que se ha organizado. Que un policía termine cometiendo una infracción legal tras la presión a la que puede estar sometido ante determinados grupos que les tienen declarada la guerra, gracias a que el Gobierno correspondiente no determina los criterios de actuación, no es un problema humano, como tampoco lo es que un juez que tiene que resolver más casos de los que puede, con huelgas y sin ellas, acabe cometiendo errores por exceso de casos.
La mayoría de los factores humanos que terminan ocasionando catástrofes del sistema que concluyen en graves consecuencias para los ciudadanos, provienen de la incompetencia, irresponsabilidad, y desconocimiento de los políticos que se encargan de tareas para las que no están capacitados: es decir, de alguien con nombre y apellidos, cuya identidad se ocultará como parte de la liturgia de “omertá” que preserva nuestro sistema político e informativo. Alguien que decide como si fuera la "mano invisible" de Adam Smith en cuestiones políticas que afectan a todos.
La realidad es que el factor humano de los ciudadanos puede ocasionar un problema concreto, pero el factor humano de los políticos organiza graves problemas continuados que pasan desapercibidos y de los que nadie resulta responsable. Por ejemplo en el gasto público, en el retraso de obras, en la concesión a los amigos, en las decisiones contra los intereses de los ciudadanos.
Esta forma injusta de evaluación de la realidad, no puede seguir aceptándose en un régimen democrático. Ser político, no supone, ni mucho menos, haber dejado de ser humano, y por lo tanto, de haberse liberado de cometer errores, que en ocasiones concluyen en acontecimientos catastróficos para los ciudadanos, a los que se termina culpando de los mismos. Todos somos “pecadores”, que diría un cura de pueblo en otros tiempos, pero algunos expían “sus culpas”, mientras otros son “eximidos” por su honorable condición.
La clase política siempre inocente y todos los demás, presuntos culpables hasta que se demuestre lo contrario, esa es la clave de lo que ocurre en nuestro país, el escollo que debemos superar no depende de los políticos que nunca moverán un dedo para cambiar las cosas, sino de los ciudadanos conscientes de la realidad en la que viven.
Biante de Priena
1 comentario:
El delirio de los políticos
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