Teresa Jiménez Barbat seguirá en Ciutadans, así lo explica en su artículo publicado hoy en El Mundo. Con un "nosotros" reiterativo, justifica con argumentos que merecen mi respeto, pero que no comparto, que vale la pena seguir en lo que queda de ese partido.
Mientras tanto, el goteo incesante de afiliados que han tomado otra determinación, la de irse después de la traición al ideario original por parte de quienes han cooptado Ciutadans, sigue y se intensificará en los próximos días.
Entre quienes se van, están los que dicen que lo hacen porque “CS se ha convertido en un partido como los demás”. Otros, más lúcidos, como Mario Acosta o el Prufassó Nibey Se, se han ido convencidos, como buenos optimistas bien informados, de lo que venían avisando desde hace meses: que CS se ha convertido en un partido bastante peor que los demás. ¿Por qué? Porque el proyecto original había logrado lo imposible: unir a gente plural, como se dice hoy, con sensibilidades ideológicas diferentes, más de lo que se ha querido hacer creer, pero unida por el rechazo a los abusos nacionalistas y por un ansia de libertad que llevaba en el pecho desde hace años de frustración ciudadana, de militancia crítica en otros partidos al uso o de hibernación abstencionista. Traicionar a personas tan lúcidas, honestas y decentes es bastante peor que gestionar máquinas electorales y tragaperras como Psc o Erc.
Un miembro fundador de Ciutadans, que ya se ha ido, observaba de forma bastante crítica los modos, entre ingenuos y torticeros, de un sector "liberal" de CS en el congreso fundacional, hace un año. Dicho grupo se las arregló para que Rivera y Robles fueran los líderes alfabéticos del partido, en una elecciones esperpénticas y chapuceras. Lo hicieron, en una improvisación y un mercadeo producto de la exigencia de otros sectores del partido, y terminaron perdiendo el poder y entregando el proyecto a quienes lo iban a desfigurar.
Este observador les puso un nombre: “los alegres muchachos”, probablemente pensando en los de Atzavara, en la novela de Montalbán: buenos chicos, educaditos y pulcros, ilustrados y, de cierta forma, bienintencionados. Pero incapaces de enfrentarse a los navajeros de la calle, a quienes no conocen, porque su vida, su experiencia vital, está en las alturas. Traviesos sí son, y les gusta inventar recetas gastronómicas, en “petit comité”, sin sospechar que otros cocineros aviesos siempre les llevarán la delantera, en eso también.
Perseverantes sí son, los alegres muchachos: nunca se van.
Jorge Harrison
Mientras tanto, el goteo incesante de afiliados que han tomado otra determinación, la de irse después de la traición al ideario original por parte de quienes han cooptado Ciutadans, sigue y se intensificará en los próximos días.
Entre quienes se van, están los que dicen que lo hacen porque “CS se ha convertido en un partido como los demás”. Otros, más lúcidos, como Mario Acosta o el Prufassó Nibey Se, se han ido convencidos, como buenos optimistas bien informados, de lo que venían avisando desde hace meses: que CS se ha convertido en un partido bastante peor que los demás. ¿Por qué? Porque el proyecto original había logrado lo imposible: unir a gente plural, como se dice hoy, con sensibilidades ideológicas diferentes, más de lo que se ha querido hacer creer, pero unida por el rechazo a los abusos nacionalistas y por un ansia de libertad que llevaba en el pecho desde hace años de frustración ciudadana, de militancia crítica en otros partidos al uso o de hibernación abstencionista. Traicionar a personas tan lúcidas, honestas y decentes es bastante peor que gestionar máquinas electorales y tragaperras como Psc o Erc.
Un miembro fundador de Ciutadans, que ya se ha ido, observaba de forma bastante crítica los modos, entre ingenuos y torticeros, de un sector "liberal" de CS en el congreso fundacional, hace un año. Dicho grupo se las arregló para que Rivera y Robles fueran los líderes alfabéticos del partido, en una elecciones esperpénticas y chapuceras. Lo hicieron, en una improvisación y un mercadeo producto de la exigencia de otros sectores del partido, y terminaron perdiendo el poder y entregando el proyecto a quienes lo iban a desfigurar.
Este observador les puso un nombre: “los alegres muchachos”, probablemente pensando en los de Atzavara, en la novela de Montalbán: buenos chicos, educaditos y pulcros, ilustrados y, de cierta forma, bienintencionados. Pero incapaces de enfrentarse a los navajeros de la calle, a quienes no conocen, porque su vida, su experiencia vital, está en las alturas. Traviesos sí son, y les gusta inventar recetas gastronómicas, en “petit comité”, sin sospechar que otros cocineros aviesos siempre les llevarán la delantera, en eso también.
Perseverantes sí son, los alegres muchachos: nunca se van.
Jorge Harrison
No hay comentarios:
Publicar un comentario