Fernando Díaz Villanueva denunciaba hace unos meses, en las páginas digitales del Instituto Juan de Mariana, las derivas del ecologismo como religión.
Citaba a Chesterton cuando escribía que la gente, al dejar de creer en Dios, termina creyendo en cualquier cosa. Así lo ha demostrado, trágica y criminalmente, el horroroso siglo veinte. Obviemos hoy las conscuencias de la fe en vulgatas marxistas y totalitarias en general, e interesémonos por el evangelio ecologista:
“en estos momentos nos encontramos a las puertas del Apocalipsis, que se reviste de calentamiento global, de glaciación o de lo que venga al caso. Como en toda religión que se precie, la posibilidad de salvación existe. Está al alcance de la mano si abrazamos el credo único y nos aplicamos a él con la fe del carbonero, sin cuestionar el dogma. El que lo pone en duda es declarado hereje y puesto en la pira de los “enemigos de la naturaleza”, divinidad, por otro lado, de esta religión de nuestros días. Lo que esperan sus sumos sacerdotes es que, sin desviarnos demasiado del dogma único, sigamos pecando para que su presencia esté más que justificada. Pecadillos veniales como no reciclar el papel, o como coger el coche en lugar de la bicicleta, son suficientes para hacernos sentir la culpabilidad del día a día.”
Claude Allègre, científico de rango internacional, ha sido el ministro de educación más impopular de Francia. Se ganó a pulso, por su antipatía, sus malos modales y ... sus verdades, la enemistad del millón de docentes del país vecino, por cuestionar la burocracia del “mamút” (así llamaba su ministerio y su enorme maquinaria pública) y los delirios del “pedagogismo” heredado del 68 (el mismo que copió Marchesi con la Logse).
Eso fue en los años noventa. Ahora, y a pesar de ser socialista, ha anunciado que jamás votaría por Ségolène Royal, la Zapatejá, y lo justifica de esta manera: ella representa la izquierda irracional, la de los miedos apocalípticos, la desconfianza en el progreso, la demagogia de los temores populares y populistas.
No es de extrañar pues que su combate actual también sea contra el ecologismo de moda. Acaba de publicar una serie de artículos y un libro sobre el calentamiento global y la impostura de los mensajes que están difundiéndose en masa, con una aceleración mediática después de las prédicas de Al Gore sobre el fin del mundo que nos espera si no cambiamos de actitud con el planeta.
Claude Allègre no niega que estamos viviendo un cambio climático, pero afirma, desde presupuestos científicos y racionales, que el calentamiento global no es un fenómeno esencial. Gran especialista de la geofísica, este sabio impertinente recuerda que no se trata del primer cambio climático en la historia de los hombres o en la historia geológica, y cuestiona la idea generalmente admitida según la cual este cambio se debe esencialmente al calentamiento global causado por gas carbónico (CO2), emitido por el ser humano según el fenómeno físico conocido como el efecto invernadero.
Junto con él, hay científicos que ponen en tela de juicio esa creencia tan extendida, pues consideran que es simplificadora y, lo que es más grave, que termina ocultando los peligros reales.
¿En qué consisten las críticas de estos científicos política y ecológicamente incorrectos, frente a esa "verdad universal" impuesta desde la Onu y los medios de comunicación?
En primer lugar, afirman que se la temperatura aumentase en un 1 o un 2% por siglo, y el nivel del mar subiese en 25 cms, ese cambio no supondría desastre alguno para el planeta. Les preocupa mucho más el crecimiento de fenómenos extremos: olas de calor, invierno ruso, lluvias torrenciales con inundaciones, sequía con escasez de agua potable, tornados violentos y frecuentes. Todo ello con distribución geográfica aleatoria.
La segunda reflexión es acerca de la influencia del CO2. Efectivamente, se observa que la proporción de CO2 en la atmósfera aumenta, debido a la responsabilidad humana. Un día, este crecimiento constituirá una contaminación nefasta, pero su influencia sobre el clima no está demostrada, y existen serias dudas acerca de su efecto eventual de causalidad.
A estos científicos indómitos les parece que hay parámetros más importantes que el CO2. por ejemplo, el ciclo del agua y la formación de distintos tipos de nubes, o el efecto complejo de polvo industrial o agrícola. O también las fluctuaciones en la intensidad de la radiación solar en escala/año y en escala/siglo, más influyentes, según ellos, en cuanto a efecto térmico, que las emanaciones de CO2.
Se ha observado, y es el tercer punto, que las consecuencias son distintas en el hemisferio sur y en el hemisferio norte, donde la desaparición de la cobertura glaciar en Groenlandia es indiscutible, a diferencia del Antártico. Es imposible, según estos investigadores, prever la evolución del clima a largo plazo, pues depende de la lógica de efectos caóticos, como lo demostró Edward Lorenz. Estas consideraciones vienen confirmadas por la observación paleoclimática – con la ocurrencia de los acontecimientos imprevisibles llamados Dryas o acontecimientos de Heinrich – y por estudios históricos como los de Le Roy Ladurie, quien revela la existencia de fenómenos de calor mortífero en el siglo 18.
Pero más allá de estas discrepancias de tipo propiamente analítico, lo que distingue a Claude Allègre y a sus colegas, frente a quienes él llama “los fanáticos del efecto invernadero”, es que las proclamas de éstos consisten en denunciar la influencia del hombre sonre el clima sin hacer nada para combatir ese peligro; sólo se conforman con organizar coloquios y preparar protocolos que nunca se llevarán a la práctica. Es la actitud de la ecología denunciadora.
Él, sin embargo, propugna la ecología “rectificadora”, aquella que propone soluciones concretas para preservar el planeta. Actualmente, eso significaría adaptar el territorio para la conservacion del agua y la prevención de ciclones; promover los coches híbridos o eléctricos en las ciudades; investigar acerca del “secuestro” del CO2.
Y es cierto que, consultando la biografía y la bibliografía de Claude Allègre, más allá de su contribución extraordinaria a la ciencia geofísica de tecnoplacas y vulcanología, y su defensa razonada pero contundente de la energía nuclear, también lleva más de 15 años estudiando y denunciando, a través de varias publicaciones inmportantes, los peligros del plomo atmosférico, por ejemplo, y la necesidad de enfocar la reflexión ecológica en función de los problemas reales, alejándola de fantasmagorías.
Su discrepancia con los apóstoles de la buena nueva ecologista que nos invade hoy es ante todo racional en el proceso, y política en el planteamiento: cree en la capacidad del hombre para resolver desafíos, y quiere que la ecología sea el motor del desarrollo económico, y no un obstáculo al progreso, bajo la dominación de miedos ancestrales.
En una entrevista reciente al diario Le Monde, Claude Allègre declaró:
“Reivindico mi derecho a decir, como científico y como político, que tengo serias dudas acerca de la responsabilidad del CO2 como supuesto y principal culpable del cambio climático. Ya lo sé, es un horror y una ignominia, hoy, en el país de Descartes, reivindicar el derecho a dudar.”
Dante Pombo de Alvear, Crónicas de Calypso
Citaba a Chesterton cuando escribía que la gente, al dejar de creer en Dios, termina creyendo en cualquier cosa. Así lo ha demostrado, trágica y criminalmente, el horroroso siglo veinte. Obviemos hoy las conscuencias de la fe en vulgatas marxistas y totalitarias en general, e interesémonos por el evangelio ecologista:
“en estos momentos nos encontramos a las puertas del Apocalipsis, que se reviste de calentamiento global, de glaciación o de lo que venga al caso. Como en toda religión que se precie, la posibilidad de salvación existe. Está al alcance de la mano si abrazamos el credo único y nos aplicamos a él con la fe del carbonero, sin cuestionar el dogma. El que lo pone en duda es declarado hereje y puesto en la pira de los “enemigos de la naturaleza”, divinidad, por otro lado, de esta religión de nuestros días. Lo que esperan sus sumos sacerdotes es que, sin desviarnos demasiado del dogma único, sigamos pecando para que su presencia esté más que justificada. Pecadillos veniales como no reciclar el papel, o como coger el coche en lugar de la bicicleta, son suficientes para hacernos sentir la culpabilidad del día a día.”
Claude Allègre, científico de rango internacional, ha sido el ministro de educación más impopular de Francia. Se ganó a pulso, por su antipatía, sus malos modales y ... sus verdades, la enemistad del millón de docentes del país vecino, por cuestionar la burocracia del “mamút” (así llamaba su ministerio y su enorme maquinaria pública) y los delirios del “pedagogismo” heredado del 68 (el mismo que copió Marchesi con la Logse).
Eso fue en los años noventa. Ahora, y a pesar de ser socialista, ha anunciado que jamás votaría por Ségolène Royal, la Zapatejá, y lo justifica de esta manera: ella representa la izquierda irracional, la de los miedos apocalípticos, la desconfianza en el progreso, la demagogia de los temores populares y populistas.
No es de extrañar pues que su combate actual también sea contra el ecologismo de moda. Acaba de publicar una serie de artículos y un libro sobre el calentamiento global y la impostura de los mensajes que están difundiéndose en masa, con una aceleración mediática después de las prédicas de Al Gore sobre el fin del mundo que nos espera si no cambiamos de actitud con el planeta.
Claude Allègre no niega que estamos viviendo un cambio climático, pero afirma, desde presupuestos científicos y racionales, que el calentamiento global no es un fenómeno esencial. Gran especialista de la geofísica, este sabio impertinente recuerda que no se trata del primer cambio climático en la historia de los hombres o en la historia geológica, y cuestiona la idea generalmente admitida según la cual este cambio se debe esencialmente al calentamiento global causado por gas carbónico (CO2), emitido por el ser humano según el fenómeno físico conocido como el efecto invernadero.
Junto con él, hay científicos que ponen en tela de juicio esa creencia tan extendida, pues consideran que es simplificadora y, lo que es más grave, que termina ocultando los peligros reales.
¿En qué consisten las críticas de estos científicos política y ecológicamente incorrectos, frente a esa "verdad universal" impuesta desde la Onu y los medios de comunicación?
En primer lugar, afirman que se la temperatura aumentase en un 1 o un 2% por siglo, y el nivel del mar subiese en 25 cms, ese cambio no supondría desastre alguno para el planeta. Les preocupa mucho más el crecimiento de fenómenos extremos: olas de calor, invierno ruso, lluvias torrenciales con inundaciones, sequía con escasez de agua potable, tornados violentos y frecuentes. Todo ello con distribución geográfica aleatoria.
La segunda reflexión es acerca de la influencia del CO2. Efectivamente, se observa que la proporción de CO2 en la atmósfera aumenta, debido a la responsabilidad humana. Un día, este crecimiento constituirá una contaminación nefasta, pero su influencia sobre el clima no está demostrada, y existen serias dudas acerca de su efecto eventual de causalidad.
A estos científicos indómitos les parece que hay parámetros más importantes que el CO2. por ejemplo, el ciclo del agua y la formación de distintos tipos de nubes, o el efecto complejo de polvo industrial o agrícola. O también las fluctuaciones en la intensidad de la radiación solar en escala/año y en escala/siglo, más influyentes, según ellos, en cuanto a efecto térmico, que las emanaciones de CO2.
Se ha observado, y es el tercer punto, que las consecuencias son distintas en el hemisferio sur y en el hemisferio norte, donde la desaparición de la cobertura glaciar en Groenlandia es indiscutible, a diferencia del Antártico. Es imposible, según estos investigadores, prever la evolución del clima a largo plazo, pues depende de la lógica de efectos caóticos, como lo demostró Edward Lorenz. Estas consideraciones vienen confirmadas por la observación paleoclimática – con la ocurrencia de los acontecimientos imprevisibles llamados Dryas o acontecimientos de Heinrich – y por estudios históricos como los de Le Roy Ladurie, quien revela la existencia de fenómenos de calor mortífero en el siglo 18.
Pero más allá de estas discrepancias de tipo propiamente analítico, lo que distingue a Claude Allègre y a sus colegas, frente a quienes él llama “los fanáticos del efecto invernadero”, es que las proclamas de éstos consisten en denunciar la influencia del hombre sonre el clima sin hacer nada para combatir ese peligro; sólo se conforman con organizar coloquios y preparar protocolos que nunca se llevarán a la práctica. Es la actitud de la ecología denunciadora.
Él, sin embargo, propugna la ecología “rectificadora”, aquella que propone soluciones concretas para preservar el planeta. Actualmente, eso significaría adaptar el territorio para la conservacion del agua y la prevención de ciclones; promover los coches híbridos o eléctricos en las ciudades; investigar acerca del “secuestro” del CO2.
Y es cierto que, consultando la biografía y la bibliografía de Claude Allègre, más allá de su contribución extraordinaria a la ciencia geofísica de tecnoplacas y vulcanología, y su defensa razonada pero contundente de la energía nuclear, también lleva más de 15 años estudiando y denunciando, a través de varias publicaciones inmportantes, los peligros del plomo atmosférico, por ejemplo, y la necesidad de enfocar la reflexión ecológica en función de los problemas reales, alejándola de fantasmagorías.
Su discrepancia con los apóstoles de la buena nueva ecologista que nos invade hoy es ante todo racional en el proceso, y política en el planteamiento: cree en la capacidad del hombre para resolver desafíos, y quiere que la ecología sea el motor del desarrollo económico, y no un obstáculo al progreso, bajo la dominación de miedos ancestrales.
En una entrevista reciente al diario Le Monde, Claude Allègre declaró:
“Reivindico mi derecho a decir, como científico y como político, que tengo serias dudas acerca de la responsabilidad del CO2 como supuesto y principal culpable del cambio climático. Ya lo sé, es un horror y una ignominia, hoy, en el país de Descartes, reivindicar el derecho a dudar.”
Dante Pombo de Alvear, Crónicas de Calypso
1 comentario:
Exactamente Dante, eso es lo que viene.
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