La cultura española siempre ha venerado la muerte, mucho más que otras; quizás sea porque la hemos temido más o la hemos comprendido menos. Desde la antropología se sabe que las creencias se construyen desde el miedo y la necesidad de superarlo.
En un país de tradición cristiana como el nuestro, en el que la unidad nacional se debe a los Reyes Católicos, y se viven cuarenta años de dictadura sancionados por el Vaticano con un concordato; está claro que el hecho religioso configurado en el catolicismo, ha determinado buena parte de nuestro carácter e idiosincrasia.
Solo hay que asistir a una procesión de Semana Santa, en Sevilla o Zamora, para comprobar el sabor de la muerte en el imaginario colectivo. El hijo de Dios, muere por amor hacia nosotros, y aquí surge la deuda, moral y eterna.
La muerte se festeja y se sufre en un espectáculo de sangre, dolor y tristeza. El 1 de Noviembre, el día de los difuntos se llenan de flores los cementerios, honor a los muertos. España es un gran duelo.
Pero también, desde la tradición más popular, la muerte se venera en las corridas de toros, la Fiesta Nacional. El triunfo del hombre sobre la bestia, en el coso, ante el público; en fin, la muerte como espectáculo, herencia no superada de coliseos romanos y gladiadores.
El ¡viva la muerte! de la Legión, que aquí no es extranjera, es propia.
¡Antes morir de pie que vivir de rodillas!, de la izquierda épica. La pena de muerte y la muerte de pena. La memoria histórica de la muerte. No hay que olvidar, recordemos siempre lo que ocurrió.
La muerte terrorista, las víctimas, nuestros muertos, inevitables e ineludibles. De Juana Chaos, aspirante a actor de cine tras el éxito de Mar Adentro, desde su huelga de hambre que aparenta eutanasia, que aparenta el secuestro de Blanco, desde el más puro estilo folclórico abertzale. La muerte iguala, parece decirnos. La muerte sí, podemos responderle, la representación de la muerte, no.
A Miguel Angel lo secuestraron y lo mataron, pero un terrorista siempre manipula la verdad y utiliza hasta su propia muerte para agredir, para reivindicar, para dinamitar lo que pueda. Es la diferencia, Miguel Angel era inocente, De Juana, no, es culpable sin arrepentimiento, asesino sin fin, amenaza inagotada. Más en este mundo de treguas que explotan y pactos que no se rompen por nada, todo es relativo.
Érika Ortiz ha fallecido, dicen que ha sido por autolisis (discreta forma de denominar al suicidio, vivimos la era de lo políticamente correcto), que descanse en paz, lo siento por su familia. Esta muchacha de 31 años, madre de una niña de seis, era asturiana, como su hermana la princesa, son hijas de la niebla del norte y de la lluvia.
Todas las muertes son trágicas, pero las decididas para uno mismo, tal vez lo sean más. La dualidad víctima-verdugo en una misma persona, es un fenómeno singular, que abre de nuevo la caja negra de nuestro inconsciente individual y colectivo. La destrucción de lo propio, del yo, es la antesala del nihilismo.
Decía Borges, en uno de sus relatos, que “toda muerte es un suicidio”, y tal vez no le falte razón. La vida es tan complicada, que a veces dan ganas de saltar al otro lado o de no seguir adelante. Antes el suicidio era pecado, ahora es una decisión libre, pero no creo que ni una, ni otra opción sean correctas. A esto se le denomina postmodernidad, a decir que no, a morir por nada.
El suicidio no proviene de una decisión libre, más bien es consecuencia de una acumulación de circunstancias, pocos son espontáneos. Proviene de numerosos errores, de la inmensa soledad y de la absoluta desesperanza, a todo esto alguno lo llama locura. Salir del escenario de la vida, porque la obra que se representa mata.
En esta sociedad, en la que se demuelen los valores por sistema, y se queman las tradiciones y la moral en la hoguera de las vanidades de forma gratuita, cabe preguntarse: ¿quién asesina a los suicidas?.
No hay que regresar a Ciorán, y sin embargo; la muerte por suicidio es un caso extremo de violencia, un acto terrorista contra la sociedad y la familia, una protesta de los que son exterminados sutilmente porque no pueden con la vida, y también es un mensaje.
Se utiliza para recordarle a los vivos que algo ha fallado, es una protesta discreta contra el mundo, una manifestación de un solo participante bajo la pancarta de un adiós a la vida.
La muerte se convierte entonces en objeto de influencia, para demostrarnos , que al igual que la vida, también se encuentra en el mercado de las emociones, y por lo tanto resulta manipulable. Nada queda fuera de la mano invisible de McLuhan.
Morir por algo es un arma cargada de futuro, quizás esta idea provenga de la inmolación de los musulmanes que derribaron las torres gemelas y cambiaron el curso de las cosas, y también repitieron gesta en Madrid el 11-M, cambiando la decisión de un pueblo, condicionando unas elecciones.
Todos los días mueren matando numerosos muyaidines en Irak o Palestina, para recordar que la propia muerte tiene sentido en el curso de una acción colectiva, de un propósito. El ser humano como arma, la vida como munición, es el fruto de nuestro tiempo
Algo no va bien en nuestra sociedad avanzada, en el Estado del Bienestar que vivimos, cuando los suicidas se encargan de bajar la esperanza de vida de un país, de aumentar la tasa de mortalidad. Los países del norte de Europa, lo saben desde hace años.
Esto es un acto terrorista contra el silencio o el triunfalismo político, pero también contra la sociedad que acepta las mentiras de sus dirigentes sin hacer nada. Los suicidas anónimos demuestran con su muerte que las cosas no van bien, y terminan destruyendo la paz, porque la sociedad capta inconscientemente su mensaje. Son en sí mismos un acto revolucionario, un revulsivo, un despertador que suena en medio de la noche a la que llamamos vida.
Electoralmente, el suicidio es una abstención permanente, dejo de participar en vuestro juego, no me gusta, me habéis hecho daño. Es un acto contra la represión de la vida.
Hoy ha salido en el diario 20 minutos una noticia que dice: por primera vez, las muertes por suicidio han superado a las muertes por accidente de tráfico en España, según datos del INE, para el año 2005.
¿Pero qué quiere decir realmente?. Posiblemente, algo que podemos entender, sin llegar a comprenderlo del todo. Es un mensaje, eso está claro, tal vez el que expresó Malraux, desde su magnífico criterio: “una vida no vale nada, pero no hay nada que valga una vida”. Cambiemos el futuro, seamos humanos, hay que darle más valor a la vida que a la muerte.
Biante de Priena
En un país de tradición cristiana como el nuestro, en el que la unidad nacional se debe a los Reyes Católicos, y se viven cuarenta años de dictadura sancionados por el Vaticano con un concordato; está claro que el hecho religioso configurado en el catolicismo, ha determinado buena parte de nuestro carácter e idiosincrasia.
Solo hay que asistir a una procesión de Semana Santa, en Sevilla o Zamora, para comprobar el sabor de la muerte en el imaginario colectivo. El hijo de Dios, muere por amor hacia nosotros, y aquí surge la deuda, moral y eterna.
La muerte se festeja y se sufre en un espectáculo de sangre, dolor y tristeza. El 1 de Noviembre, el día de los difuntos se llenan de flores los cementerios, honor a los muertos. España es un gran duelo.
Pero también, desde la tradición más popular, la muerte se venera en las corridas de toros, la Fiesta Nacional. El triunfo del hombre sobre la bestia, en el coso, ante el público; en fin, la muerte como espectáculo, herencia no superada de coliseos romanos y gladiadores.
El ¡viva la muerte! de la Legión, que aquí no es extranjera, es propia.
¡Antes morir de pie que vivir de rodillas!, de la izquierda épica. La pena de muerte y la muerte de pena. La memoria histórica de la muerte. No hay que olvidar, recordemos siempre lo que ocurrió.
La muerte terrorista, las víctimas, nuestros muertos, inevitables e ineludibles. De Juana Chaos, aspirante a actor de cine tras el éxito de Mar Adentro, desde su huelga de hambre que aparenta eutanasia, que aparenta el secuestro de Blanco, desde el más puro estilo folclórico abertzale. La muerte iguala, parece decirnos. La muerte sí, podemos responderle, la representación de la muerte, no.
A Miguel Angel lo secuestraron y lo mataron, pero un terrorista siempre manipula la verdad y utiliza hasta su propia muerte para agredir, para reivindicar, para dinamitar lo que pueda. Es la diferencia, Miguel Angel era inocente, De Juana, no, es culpable sin arrepentimiento, asesino sin fin, amenaza inagotada. Más en este mundo de treguas que explotan y pactos que no se rompen por nada, todo es relativo.
Érika Ortiz ha fallecido, dicen que ha sido por autolisis (discreta forma de denominar al suicidio, vivimos la era de lo políticamente correcto), que descanse en paz, lo siento por su familia. Esta muchacha de 31 años, madre de una niña de seis, era asturiana, como su hermana la princesa, son hijas de la niebla del norte y de la lluvia.
Todas las muertes son trágicas, pero las decididas para uno mismo, tal vez lo sean más. La dualidad víctima-verdugo en una misma persona, es un fenómeno singular, que abre de nuevo la caja negra de nuestro inconsciente individual y colectivo. La destrucción de lo propio, del yo, es la antesala del nihilismo.
Decía Borges, en uno de sus relatos, que “toda muerte es un suicidio”, y tal vez no le falte razón. La vida es tan complicada, que a veces dan ganas de saltar al otro lado o de no seguir adelante. Antes el suicidio era pecado, ahora es una decisión libre, pero no creo que ni una, ni otra opción sean correctas. A esto se le denomina postmodernidad, a decir que no, a morir por nada.
El suicidio no proviene de una decisión libre, más bien es consecuencia de una acumulación de circunstancias, pocos son espontáneos. Proviene de numerosos errores, de la inmensa soledad y de la absoluta desesperanza, a todo esto alguno lo llama locura. Salir del escenario de la vida, porque la obra que se representa mata.
En esta sociedad, en la que se demuelen los valores por sistema, y se queman las tradiciones y la moral en la hoguera de las vanidades de forma gratuita, cabe preguntarse: ¿quién asesina a los suicidas?.
No hay que regresar a Ciorán, y sin embargo; la muerte por suicidio es un caso extremo de violencia, un acto terrorista contra la sociedad y la familia, una protesta de los que son exterminados sutilmente porque no pueden con la vida, y también es un mensaje.
Se utiliza para recordarle a los vivos que algo ha fallado, es una protesta discreta contra el mundo, una manifestación de un solo participante bajo la pancarta de un adiós a la vida.
La muerte se convierte entonces en objeto de influencia, para demostrarnos , que al igual que la vida, también se encuentra en el mercado de las emociones, y por lo tanto resulta manipulable. Nada queda fuera de la mano invisible de McLuhan.
Morir por algo es un arma cargada de futuro, quizás esta idea provenga de la inmolación de los musulmanes que derribaron las torres gemelas y cambiaron el curso de las cosas, y también repitieron gesta en Madrid el 11-M, cambiando la decisión de un pueblo, condicionando unas elecciones.
Todos los días mueren matando numerosos muyaidines en Irak o Palestina, para recordar que la propia muerte tiene sentido en el curso de una acción colectiva, de un propósito. El ser humano como arma, la vida como munición, es el fruto de nuestro tiempo
Algo no va bien en nuestra sociedad avanzada, en el Estado del Bienestar que vivimos, cuando los suicidas se encargan de bajar la esperanza de vida de un país, de aumentar la tasa de mortalidad. Los países del norte de Europa, lo saben desde hace años.
Esto es un acto terrorista contra el silencio o el triunfalismo político, pero también contra la sociedad que acepta las mentiras de sus dirigentes sin hacer nada. Los suicidas anónimos demuestran con su muerte que las cosas no van bien, y terminan destruyendo la paz, porque la sociedad capta inconscientemente su mensaje. Son en sí mismos un acto revolucionario, un revulsivo, un despertador que suena en medio de la noche a la que llamamos vida.
Electoralmente, el suicidio es una abstención permanente, dejo de participar en vuestro juego, no me gusta, me habéis hecho daño. Es un acto contra la represión de la vida.
Hoy ha salido en el diario 20 minutos una noticia que dice: por primera vez, las muertes por suicidio han superado a las muertes por accidente de tráfico en España, según datos del INE, para el año 2005.
¿Pero qué quiere decir realmente?. Posiblemente, algo que podemos entender, sin llegar a comprenderlo del todo. Es un mensaje, eso está claro, tal vez el que expresó Malraux, desde su magnífico criterio: “una vida no vale nada, pero no hay nada que valga una vida”. Cambiemos el futuro, seamos humanos, hay que darle más valor a la vida que a la muerte.
Biante de Priena
1 comentario:
El miedo a la muerte, no alarga la vida.
F. Díaz
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